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"Cementerio maldito" apuesta por la vida, pese a consecuencias

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En dos de las más populares novelas del escritor norteamericano Stephen King, "Carrie" (debut literario en 1974) y "El resplandor" (1977), la familia se transforma en leitmotiv de miembros que parecieran estar al límite. Es allí cuando aparecen los estados alterados, el anverso de seres atrapados por la locura de sentirse del medio social donde van a pasar sus próximos y definitivos días.

Ambas novelas, llevadas a la pantalla grande, se explican desde los bordes. Seres humanos que no alcanzan a captar su rol en aquel núcleo de una familia típicamente americana puesta al servicio de las fuerzas del mal. De aquella otredad sobrenatural, que tan bien describiera Lovecraft.

"Cementerio de animales", libro publicado en 1983, con una primera versión cinematográfica dirigida por Mary Lambert (1989), vuelve sobre este tema. Sin embargo, el paso es uno más arriba, tal como confirma esta segunda adaptación, ahora de los directores Dennis Widmeyer y Kevin Kolsch, y recién estrenada (Cinemark).

Aunque cargada de un recurso sobre utilizado en el terror actual, el "jumpscare" (saltar de susto por un cambio repentino), esta nueva versión titulada "Cementerio maldito", funciona y engancha al espectador con recursos, a veces predecibles, que sirven para desarrollar los estados de una trama que no esconde el gusto de girar y volver a girar en 100 minutos.

DEJARSE LLEVAR

Lois y Rachel -interpretados por Jason Clarke y Amy Seimetz- son los progenitores de una familia completada con Ellie y Gage, sus hijos. Se mudan a una casa en medio del bosque, lo cual podría implicar más unión y mejorar los roles de padres y pareja. Todo bien, hasta que Ellie se topa en la foresta con un extraño cementerio de animales, que tiene la particularidad -lo sobrenatural presente en King- de traer de vuelta las cosas, animales e, incluso, personas.

Una seguidilla de hechos nefastos, testificados por el enigmático e interesante Jud Crandall (John Lithgow), como omnipresente, hace que este grupo humano empiece a desgranarse a raíz de hechos cuya locura está más allá de lo racional. Es ahí donde la cinta hace lo mejor, en plantear una dualidad sin vuelta. Y entretiene al espectador que no cuestiona los hechos. El consejo acá es dejarse llevar.