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El tiempo de la memoria

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Vivimos una época en que se vuelve a apelar a la memoria. Prevalece la premisa de que sólo considerándola se puede construir futuro, pues ella es crucial para analizar los procesos sociales que han ido forjando a la Humanidad. Por lo tanto, evocando la memoria podemos juzgar entre aciertos y errores históricos e, incluso, intentar prever consecuencias de la repetición de nuestros actos. De esta manera, la necesidad de poder resguardar correctamente la memoria -que es frágil y maleable-, parece evidente. Éste es, no obstante, un debate social conocido y recurrente, un desafío colectivo difícil de abordar.

A la memoria también es necesario apelar en asuntos que trascienden la dimensión humana. Tanto la contemplación de la naturaleza como el intento histórico de comprender sus fenómenos radican, asimismo, fundamentalmente en ella. En efecto, aún antes de que pudiéramos acceder a observaciones instrumentales y sus registros -una práctica que se instauró hace sólo un par de siglos-, era la memoria la encargada de custodiar la sabiduría rudimentaria que la razón humana iba procesando y acumulando. Así, los movimientos de la atmósfera, que desencadenan manifestaciones tan variadas como las interminables lluvias del Sur y los inalcanzables arcoiris, se iban grabando progresivamente en nuestra mente.

Y así transcurrió el tiempo. Un término que, producto de un capricho inusual de la lengua castellana -tan rica y detallada en otros dominios de la realidad-, no distingue entre dos significados fundamentales. Encontramos, a saber, la acepción más común -la cronológica- y otra también cotidiana, pero menos inmediata -la meteorológica-. Esta última es Wetter en alemán, weather en inglés y météo en francés. Transcurrió el tiempo, decía, y al reiterarlo reparo en que quizás la ambigüedad del concepto no sea casual y aluda, justamente, al hecho de que la atmósfera no es sino cómplice y ejecutora de la voluntad de las manecillas del reloj.

De esta conjunción de dimensiones nació la climatología: el clima corresponde a las características meteorológicas agregadas temporalmente. Por tanto, los climatólogos somos, también, escudriñadores del tiempo; nuestra labor transcurre entre las dos acepciones del término. Por una parte, la experiencia humana -y con ella, la memoria, individual y colectiva- constituye una referencia fundamental para establecer la manera en que las personas registramos las expresiones naturales. Por otra parte, el método científico establecido nos indica que dicha realidad se estudia mediante observaciones recopiladas de manera protocolar y rigurosa, a partir de las cuales podemos elaborar análisis y extraer conclusiones. Así, los climatólogos estamos constantemente confrontados a juzgar, mediante registros, ciertas aseveraciones establecidas a partir de la experiencia. Somos, en ese sentido, guardianes de una buena memoria.

En un contexto de clima cambiante, parcialmente por nuestra acción sobre la Tierra, resulta particularmente esencial realizar este ejercicio constante de contrastación: ¿cuál ha sido el devenir climático, especialmente a lo largo de nuestra breve existencia humana? Una respuesta sólo será contundente para nuestra conciencia si tiene asidero en la memoria humana y los registros naturales. Por de pronto, les puedo confirmar que: sí, las copiosas lluvias de Concepción han empezado a quedar en el pasado. Y esto no es sólo un vago recuerdo.

climatólogo,

académico UdeC e investigador del (CR)2

Múltiples riesgos se asocian a relajantes musculares y benzodiacepinas

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No existen dudas que, para la mayoría, los últimos meses del año son más agobiantes y ajetreados. El cumplimiento de metas laborales, actividades académicas de cara al cierre del semestre, organización de las vacaciones y gastos asociados a las festividades, son parte de los pensamientos y situaciones que se suman a los quehaceres y responsabilidades cotidianas, lo que puede generar en muchos un alto nivel de estrés.

Y aunque se trata de una respuesta natural del organismo, un mecanismo de protección, cuando se vuelve crónico y sobrepasa ciertos límites puede ser nocivo. Valeria Jorquera, académica de la Escuela de Química y Farmacia de la Universidad Andrés Bello, precisa que un cuadro de este tipo puede gatillar insomnio, dolores musculares, dolor abdominal y taquicardia, entre otros síntomas.

Ante este contexto, muchas personas recurren a fármacos y la químico farmacéutica afirma que "los medicamentos más solicitados por la población para controlar el estrés son las benzodiacepinas y los relajantes musculares". Estos son, de hecho, productos que según los datos del Instituto de Salud Pública han incrementado sus ventas en los últimos años; un alza que en opinión de la profesional se debería a la automedicación y venta ilegal de dichos fármacos.

EFECTOS ADVERSOS

Una tendencia que no se debe mirar a la ligera, pues es enfática al aseverar que estos medicamentos se venden bajo receta médica y son múltiples los efectos adversos a los que se pueden exponer las personas por un consumo inadecuado, ya que tanto relajantes musculares y benzodiacepinas actúan sobre el sistema nervioso central.

Entre estos efectos menciona mareos, disminución de la presión arterial, inestabilidad, problemas de visión, somnolencia, sudoración fría, sequedad bucal, disminución de los reflejos y problemas de concentración. A esto, especifica que de manera particular, la ciclobenzaprina, utilizada para aliviar contracturas musculares, se asocia a toxicidad cardiaca. Por otro lado, advierte que está el riesgo de convertirse en dependientes de este tipo de fármacos cuando hay un uso inadecuado y desmedido.

Sobre esto, Jorquera sostiene que existen simples estrategias para controlar el estrés y que no genere problemas, como hacer ejercicio físico, alimentarse adecuadamente y dormir bien, haciendo un llamado a acudir a un especialista si estas medidas no funcionan, pero nunca automedicarse ni acceder a fármacos a través del mercado ilegal, pues los efectos en la salud pueden ser graves.

Consumo en Chile

Según Valeria Jorquera, cada año se venden 4 millones de cajas de fármacos usados para combatir el estrés y los más consumidos son alprazolam, clonazepam y diazepam.

Primeros lugares

El nivel de uso de este tipo de fármacos posiciona a Chile como el cuarto país de Latinoamérica que más los consume, después de Venezuela, Uruguay y Argentina.