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Libro rescata las historias inéditas de los detenidos en el estadio de Collao

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Una reja dividía en dos la cancha de fútbol del Estadio Municipal de Concepción los días posteriores al golpe militar del 11 de septiembre de 1973. Su función era separar a la población femenina de la masculina que se encontraba detenida en el recinto deportivo. No obstante, eso no impedía que, de vez en cuando, Mario Benavente se reuniera con su esposa, Nimia Jaque, en un pilón de agua situado al centro del campo de juego, ya sea para lavar ropa o beber.

Cuando se daban esas escasas ocasiones, gracias a la complicidad de los gendarmes que resguardaban el interior del estadio y al resto de los detenidos, el matrimonio conversaba en ruso, con la finalidad que nadie se enterara acerca de lo que se decían.

La historia de esta pareja es una de varias que la periodista penquista María Eliana Vega rescata en su libro "Nuestros días en el estadio. Septiembre 1973-enero 1974", texto compuesto por diferentes crónicas construidas por los testimonios entregados por 48 personas. La mayoría de ellos estuvo privada de libertad en el coliseo deportivo de avenida Collao, como parte de las acciones de represión realizadas en la época.

La idea de dar a conocer lo que se vivió al interior del estadio nació tras la reinauguración de éste y el poco avance de un proyecto que pretendió relatar la experiencia de personas locales que estuvieron en el campo de concentración de Chacabuco, en Antofagasta.

"A raíz de la remodelación del estadio, un grupo de ex presos políticos solicitó al alcalde reponer una placa que recordaba que ese lugar fue un centro de detención y tortura. Eso se produjo en febrero del año pasado, pero, además, el municipio, al entregar el estadio al uso público, puso otra placa (por el mismo tema) en la entrada del estadio", explica la profesional para fundamentar la génesis del trabajo.

SENTIRSE LIBRE

María Eliana Vega menciona que hay varios testimonios que le llamaron la atención mientras desarrollaba el trabajo. Uno fue el del matrimonio Benavente-Jaque, al que separaron luego de un tiempo en el recinto, cuando a él lo mandaron a Antofagasta.

"Por error subieron a cuatro mujeres (una era Jaque), pero en Chacabuco no estaban permitidas las mujeres. Cuando se dieron cuenta del error, pararon el bus y las hicieron bajar", cuenta la autora del texto.

Otra historia que resalta es la de "Muralito", un muchacho de 14 años que pertenecía a las brigadas muralistas Ramona Parra. A él se le detuvo como parte de un supuesto comando suicida y, junto con otro chico de la misma edad, fueron conducidos al estadio.

A los muchachos los mantenían en las graderías, cuenta Vega, quien en el libro relata cómo a los detenidos se les hacía dormir en los camarines del estadio, a los cuales debían entrar a las 6 de la tarde. "Muralito" se había ofrecido para barrer el estadio luego de esa hora. "Eso le daba la sensación de libertad. En una ocasión se solicitaron voluntarios para hacer arreglos en el estadio y uno de los señores que se ofreció cuenta que lo hizo para tener la oportunidad de que algún familiar lo viera desde afuera, pero también para no estar todo el día sin hacer nada o pensando en qué pasaría con ellos", indica.

MEMORIA COLECTIVA

María Eliana Vega explica que los recuerdos individuales de cada persona difieren. Algunos rememoran muchos hechos, otros, muy pocos. También hay situaciones mencionadas por la mayoría.

"Por ejemplo, cuando pregunté qué había pasado el fin de año, para Navidad, cuentan que se juntaron en los camarines, que eran sus celdas. Algunos decían que se habían tomado un ponche de jugo en sobre. Pusieron un mantel y compartieron lo que les llegaba, porque en un momento recibieron cosas de sus familias. Otros dicen que entró un cola de mono, no saben cómo".

Otra memoria se remite a una oportunidad en que los militares le pusieron una capucha a una persona y la hicieron caminar por la gradería mientras apuntaba a gente. "Nadie sabe si era real, si era un preso (delatando) o un cazabobos y hay quienes ni siquiera lo recuerdan", sostiene María Eliana Vega.

Sí hay algunos recuerdos que todos comparten. Por ejemplo, la labor desarrollada por el padre Camilo Vial, quien empezó a ir al estadio desde los primeros días, comisionado por el arzobispo Manuel Sánchez. "Tuvo también un vínculo directo con los familiares que se instalaban fuera del estadio a esperar saber algo de sus seres queridos, porque nadie les decía nada. Habían señoras que dejaban encargados a sus hijos y pasaban todo el día fuera del estadio", comenta Vega.

Otro hecho compartido se vincula al fusilamiento de Isidoro Carrillo, en la madrugada del 22 de octubre. Carrillo fue dirigente gremial y gerente general de las minas de carbón en Lota y estuvo unos pocos días en el estadio. Como fue fusilado de madrugada, su muerte alcanzó a salir en el diario Crónica, que era vespertino. Alguien, según se cuenta en el libro, ingresó una copia al estadio y se corrió la voz, lo que generó un gran silencio por el impacto que causó.

Fedor, el hijo mayor de Carrillo, quien estaba detenido en el estadio y que había sido torturado en él, se enteró tiempo después del fallecimiento de su padre por medio de su madre.

El estadio fue ocupado el mismo 11 de septiembre, primero como centro de tránsito y luego para detener gente. Se desocupó el 21 de enero de 1974. Vega comenta que, a diferencia de lo que se piensa, no sólo se mantuvo a personas en el recinto, sino que también se torturó, por parte de agentes que llegaban desde el exterior. "Sólo había registros individuales sobre lo que había ocurrido al interior, pero nada colectivo", afirma la periodista.