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La técnica de vellón se utiliza como una efectiva terapia de relajación en alumnos

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Karin Aguilera comenzó siendo auxiliar en un colegio en Concepción, donde tuvo que aprender a desarrollar manualidades y técnicas artísticas para sacar adelante a sus tres hijos. Eso hasta que descubrió el trabajo del vellón, correspondiente a la lana de oveja que se obtiene tras esquilar a estos animales, que sirve para crear artesanías.

De esta manera, llegó al Centro Integral de Educación Diferencial F-55, ubicado en la calle Bulnes de la capital penquista. "Comencé a desarrollar el vellón y me di cuenta que le ayudaba mucho a personas con capacidades diferentes, como quienes presentan síndrome de down, autistas o personas con depresión", comentó.

Pasó de su cargo de auxiliar en el antiguo colegio donde trabajaba a ser la monitora de las clases de vellón en el Centro Integral, aplicando los talleres bajo el Decreto 300, que autoriza la organización de cursos básicos para personas mayores de 26 años con discapacidades. "En la clase de vellón tenemos seis alumnos: Marco, Roberto, Pedro, Erwin, Marcelo y Felipe, que deben cumplir asistencia y horario como los alumnos de colegios tradicionales", detalló.

RELAJACIÓN Y AMISTAD

Aunque no todos los alumnos que trabajan con Karin presenten las mismas condiciones, la monitora del taller de vellón aseveró que esto no es impedimento para lograr un trabajo óptimo y entretenido dentro de la sala de clases. Dos presentan Síndrome de Down, otros dos discapacidad intelectual, uno autismo y el último desarrolla un poco más de autonomía respecto de sus padres.

Fue así como los seis alumnos, todos mayores de 26 años debido a las exigencias del decreto, fueron creando lazos y vínculos amistosos entre ellos. "Llegan de su casa a la clase y se cuentan todo, comentan qué estaban haciendo en su casa antes de ir al taller o si algo les molesta. Logran comunicarse sin ningún problema", especificó.

Mientras unos buscan más conversación que otros, todos logran un trabajo positivo bajo al supervisión de la monitora y de una profesora que los acompaña en la sala. "El vellón ha sido un arte que les permite relajarse muchísimo, se vuelven mucho menos agresivos y bajan sus niveles de ansiedad", agregó Aguilera.

Además de desenvolverse en su ámbito social, los alumnos también logran desarrollar habilidades cognitivas a través del vellón. "Trabajan todo lo que significa espacialidad, el ser cuidadoso con lo que están trabajando, ser meticulosos y también su concentración", señaló.

De forma inexplicable, sólo han llegado varones al taller de vellón, lo que según Karin ha sido un punto poco importante al momento de trabajar en grupo y de comunicarse entre ellos.

Por otro lado, la monitora planteó que al tener contacto con la lana de oveja, los alumnos tienden a relajarse, principalmente cuando aplican agua y jabón para amasar y darle forma al material. "Se relajan mucho cuando aplicamos el agua y logran un trabajo mucho mejor", aseguró.

Aguilera comentó que a los alumnos también se les aplica una clase de cocina una vez a la semana para desarrollar otras habilidades como la capacidad de seguir instrucciones y la toma de decisiones.

A su vez, el Decreto 300 también integra la terapia ocupacional, que en el Centro Integral se enfoca en cómo pueden ordenar su propia vida de una manera más autónoma. "Los alumnos, luego de que crean sus distintos productos, participan en ferias y exposiciones, donde tienen la posibilidad de vender lo que ellos mismos hicieron con el vellón", apuntó.

Es así como la terapia ocupacional se encarga de enseñarles cómo administrar dinero, cómo presentarse ante una posible entrevista de trabajo o qué decir en un momento en que no están dentro de su zona de confort.

Entre los productos que realizan como artesanía los alumnos, están los llaveros, chaucheras, cuadros, muñecos y aros, entre otros.

"Ahora nos estamos preparando para las exposiciones y ferias de Navidad, donde existen altas posibilidades de que les vaya bien con sus creaciones, que en general tienen gran recibimiento por parte de la gente que asiste", agregó.

Además de entregar estas posibilidades a alumnos con condiciones diferentes, el Centro Integral ha logrado generar un nexo con la Lavandería 21, que contrata trabajadores con Síndrome de Down y les da la posibilidad de tener contrato. "Roberto es uno de nuestros alumnos que es muy autónomo y que logró un lugar en la lavandería para poder trabajar y ser más independiente", apuntó Aguilera.

Ramón González es padre de un varón con síndrome de Down de 34 años y según contó han vivido un proceso largo pero lleno de aprendizajes.

Si bien su hijo no ha tomado los talleres de vellón con la monitora del Centro Integral, comenzó a tomar clases de pintura, que lo llevó a ser mucho más sociable y estar más contento. "Después de cada clase sale feliz, mucho más comunicativo y queriendo contar todo lo que hizo", relató.

González agregó que el arte ha sido una gran terapia para su hijo, a pesar de las dificultades que presentó en un principio. "Lo pusimos en clases para que se relacionara con más gente y no le gustó mucho. Luego se dio cuenta que era bien recibido, que tenía pares y que los profesores lo querían, así que ahora ha desarrollado más habilidades como la memoria, creatividad e incluso vocabulario", concluyó.

Plazas, escenario para el desarrollo biopsicosocial

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La niñez, el periodo comprendido entre los 3 y 11 años de edad, es vital para el desarrollo del ser humano. En esta etapa se deben favorecer una serie de hábitos, actitudes y conocimientos que permitan el óptimo desarrollo de todas las facultades psíquicas, biológicas y sociales que se encuentran en plena formación. Además de ello todas nuestras estructuras corporales, como sistema nervioso, inmunológico, óseo y muscular, están en un periodo sensible de su desarrollo, en franca maduración y crecimiento, por lo que una apropiada estimulación les favorecerá enormemente.

Las plazas, escenarios amplios al aire libre, provistos de juegos, césped, árboles y arena, y que permiten una directa interacción por medio del movimiento, proporcionan amplias y variadas estimulaciones perceptivas y motoras. Así, permiten ejercitar las habilidades motrices básicas como correr, saltar, trepar, rodar, lanzar y patear, favoreciendo así el natural desarrollo óseo y muscular propio de la edad infantil. Gracias al fortalecimiento "extra" de estos tejidos su funcionamiento se beneficiará en la adultez.

Además, jugar en el césped, en la arena y entre árboles, en definitiva estar al aire libre, entrega un sinnúmero de estimulaciones sensoriales, principalmente visuales, táctiles y auditivas. Por ejemplo, al manipular la arena, estamos activando una gran cantidad de receptores sensoriales táctiles, ubicados en la piel, los que a su vez "movilizan" a nuestro cerebro para interpretar toda la información perceptiva que está recibiendo. Otro ejemplo es la agudeza y seguimiento visual, para reconocer espacios y objetos, cercanos y lejanos, con los que interactuamos en estas plazas, colaborando así en su cuidado.

Al ser públicas, exigen compartir espacio, respetar el lugar que utilizamos y que usan otros, esperar o facilitar el juego, y comunicarnos efectivamente con otros, en definitiva, nos enseña a utilizar habilidades comunicativas y sociales básicas para una mejor sociedad.

Desde el punto de vista familiar, romper la monotonía de quedarse en casa e ir a jugar a la plaza es un elemento atractivo para los más pequeños. En estos espacios se consolidan recuerdos y aprendizajes significativos, por ejemplo, cuando un padre o una madre nos enseñan por primera vez un juego o nos acompañan en una jugarreta aparentemente sin sentido, dejando una huella imborrable para toda la vida.

Visto de esta manera, esos espacios que parecen tan olvidados, son un lugar privilegiado para obtener vivencias esenciales tanto para el desarrollo personal, como familiar y social.