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30 nombres, títulos y paisajes

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Hace algunas semanas, en el Diario La Segunda -al parecer ha decidido tomar más en serio la actividad cultural propiciando su propio sistema de crítica artística y literaria- se publicó un artículo-mapa con el título de "Nuestra factoría de escritores", figurando con esto, una legitimidad a priori para estos menesteres, atribuible a la noción de "taller".

En el diagrama del diario, aparecían como núcleos y centros, nombres e instituciones, desde los cuales se desprendían tal planetas y soles, otros nombres, ahora los de los formados en ellos. Aparecían el Taller de la U. Finis Terrae (Pablo Simonetti), el taller de Gonzalo Contreras, el de María José Viera Gallo, el de Paula Ilabaca (Bibliotank), el Taller de Creación Literaria de la UC, el Taller de Narrativa de Matías Correa y Francisco Ovando y el Taller de la Corporación Cultural Balmaceda Arte Joven.

Son talleres que han entregado una nueva generación, un referente de narradores al espacio artístico -y fundamentalmente- al espacio de consumo cultural del país.

Son talleres que asimismo, buscan, cual más y cual menos, el cultivo de una vocación artística, la realización de algunas aspiraciones, la posibilidad -de la mano del ambiguo concepto de "escritura creativa"- de una cierta profesionalización y, finalmente, con no menor énfasis concretar en publicaciones -no autoediciones por cierto- el camino elegido.

Acaso la diferencia entre estos proyectos de desarrollo y evolución literaria tengan más bien que ver, primero, con la concepción del producto a lograr. Ello, variando entre la "pureza" del cultivo de una vocación hasta la confección de un producto a pedido de las necesidades de comercio y venta, y segundo, con la amplitud del universo abarcado. Y en esto, el único taller de actividad nacional es el Balmaceda Arte joven.

Es también, entre los que figuran, el único gratuito. Sólo se cobra una inscripción de $1000 pesos, contra los $388 mil por 37 horas, de la alternativa de la UC. Es también el único que abre posibilidades más allá de la centralización, al abarcar en sus sedes gente de distintas regiones del país.

Porque no se le ocurra que en el sistema de talleres, en el sistema crítico, en el sistema de valoración del arte y cultura, exista voluntariamente algo más allá de Santiago.

Al respecto, dice Clemente Riedemann: "Se edita bastante literatura en Chile. La mayoría queda en el anonimato. Si no eres un autor medianamente 'consagrado' por los medios centralistas, es como si no existieras. Esto es trágico, porque que hay personas que se juegan la vida por ejercer el oficio de las letras en regiones y pasan inadvertidas, incluso, para su misma comunidad".

VOCES DIVERSAS

Pues bien, ha pasado tiempo desde que una hornada de jóvenes narradores tomara Chile por asalto -"estamos ya posicionados en todos los frentes [?] Nos hemos infiltrado en los puestos decisivos" decía Jaime Collyer por entonces- presentando su programa de conquista artística con un beligerante tono guerrero, que inauguraba un fenómeno editorial/comercial, que en definitiva, pasada su novedad, no dejó más que algunos (pocos) nombres instalados en nuestra literatura. Ha pasado el tiempo, y la narrativa chilena sigue su búsqueda, abriendo un camino que se diversifica cada vez más.

Ésta es una de las características de la antología narrativa de Balmaceda Arte joven: la pluralidad de voces, de estilos, de "subgéneros", de formas de entender el canon, con que se compone este libro. Publicado en el sello editorial de Balmaceda, en la colección Narrativas Emergentes, "¿Quién dijo que todo está perdido" reúne 30 autores.

Al decir de Juan Pablo Sutherland, "30 son los nombres, 30 son los títulos, 30 son los paisajes, 30 son los instintos y maquinarias escriturales dispuestas para hacernos vibrar en un vértice, en un detalle, en una furia, en una palabra, en un vacío, en un error (…)".

"Nada está perdido, pues la escritura puede aparecer en la vida como un todo y también como un abismo. Esta antología registra ese ánimo poderoso de contar ese detalle que hace que una historia común se vuelva una experiencia. Un acontecimiento".

Pues bien, la operación que figura el libro "¿Quién dijo que todo está perdido?". ¿Cuál es? ¿Es posible que a partir de su título la veamos como un desmentido? ¿Tiene algo que ver con la visión catastrófica de la literatura chilena, en la que críticos y escritores se empeñan de cuando en cuando en el país?

Creo que sí. Creo, también, que a resultas de esto, el libro se manifiesta como un testimonio de vitalidad. "Como un fenómeno paralelo al de la minusvaloración de la novela chilena -según el sentir de la mayoría de los críticos parece estar en decadencia sin haber alcanzado edad de oro-, ha surgido la puesta en relieve de la excelencia de la poesía contemporánea, en la vía de la comparación implícita las más de las veces", sostiene Jorge Teillier en Plan, Santiago, 1968.

Y en El Mercurio (domingo 31 de julio de 2016, Pedro Pablo Guerrero pregunta: "La narrativa chilena arrinconada: ¿cuál es la salida?". Al parecer durante casi 50 años, se mantiene -como la sombra de un lobo feroz sobre Caperucita- la misma duda.

Mas, no es una duda que congele a todos, ni paralice el espíritu pues, como sostiene Rodrigo Hidalgo en el prólogo, "nos hemos amparado en una canción de Fito Páez para darle título al libro (…) A los viejos, a todos esos que creen que no se puede hacer nada más, porque ya todo está hecho. A esos que creen que los jóvenes son meros zombies que no piensan ni sienten ni leen. A ellos les respondemos con este libro".

MIRANDO EL FUTURO

Me gustaría señalar que los reunidos no son estrictamente cuentos, presentándose ya cuentos y ya relatos (entendidos los últimos como cuentos que no se ajustan, voluntariamente, a la curva de intensidad canónica de éstos). Su diversidad genérica transita entre el realismo, el terror, la ciencia ficción y la fábula, y en algunos casos hay más potencial y promesa que un acto creativo concluido.

Además, el panorama social e interior que se muestra, es variado y honesto (en qué consiste la honestidad literaria, da para otra columna, que ya escribiremos como aclaración) brindando un posible panorama de sensibilidades futuras.

En fin, igualmente me tomo la libertad de señalar algunos textos de mi particular elección. Me refiero a "Camino a Socoroma", de Carlos Cardani Parra; "Las piedras", de Pablo Alejandro Ruz Donoso: "Fernando Jopia", de Carlos Hernán Araya Díaz, y "Pancho", de Arelis Uribe.

"El síndrome de Mary Moliere", de Alfin Gómez, cita de alguna manera, aunque no lo mencione, al cuento "El doctor Schoneman", de Alberto Edwards, tal como "Noche tras noche", lo hace en espíritu, con el cuento "Al punto mayor", de Luis Enrique Délano.

Finalmente, como ejemplo de relato fantástico, señalo "Plagio", de Aileen Pinto Riveros, adscrito al patrón conceptual del reflejo /doppelganger.