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Vida en un CET: El trabajo como herramienta de inserción social

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Allí no hay muros, rejas ni candados; el límite es el horizonte, las cumbres cordilleranas de Ñuble y el pueblo, Yungay y hasta donde aguantan las ansias de escapar.

En aquel reducto de 26,4 hectáreas, parece haber una mística especial que envuelve la cotidianeidad de los días en el bucólico entorno del Centro de Educación y Trabajo (CET), donde 35 personas, en su mayoría jóvenes privados de libertad por delitos como tráfico o robo con intimidación, conviven con sus guardianes.

La reincidencia de quienes han pasado por uno de estos centros, de los cuatro que hay en la Región, es muy baja, muy inferior a los centros cerrados, destaca el teniente Orlando Hasbún, alcaide de la unidad. "La gente que está acá tiene proyecciones y ganas de hacer cosas y nosotros contribuimos a fortalecer el sentido del trabajo como una herramienta para que ellos alcancen esa meta".

A través del Sence de los internos, o colonos como se les llama, reciben cierta capacitación en oficios como soldadura, montaje industrial e instalación de paneles fotovoltaicos.

"Aquí no hay muros, sino una apuesta a la autodisciplina y a la confianza". La tasa de deserción es de 3 al año de un máximo de 41 internos que hemos tenido, precisa Hasbún.

A su tiempo el sargento, Dagoberto Figueroa, quien este 2017 cumple 10 años en esta unidad aclara que actualmente hay 35 colonos, buena parte de ellos es de la región. Figueroa reitera que este es un sistema basado en la confianza. "Es muy fácil para ellos poder salir a comprar al pueblo y se vayan.

Pero a pesar de gozar de la libertad de transitar libremente por el campo, desarrollando distintas actividades y aprendiendo todos los días algo, hay unos pocos que escapan. Sin embargo, esos mismos más temprano que tarde vuelven a delinquir y caen detenidos. Mientras que quien se va por cumplimiento de condena o porque logró un beneficio, no delinque de nuevo. "Hay reincidencia sí, pero del que sale por la ventana, no por la puerta ancha", precisa el oficial Figueroa.

prestadores de servicios

En el quehacer diario del CET, más peso tiene el que lleguen empresas o personas a solicitar mano de obra, puesto que esta prestación de servicios a terceros, reporta ingresos.

Por estos días trabajan con Alto Horizonte, una impregnadora, aserradora y exportadora de madera ubicada en el sector de Rucapequén cercano a Chillán. Todos los días de lunes a viernes una cuadrilla de 10 colonos sale a las 06:00 y regresan a eso de las 19:00 horas. Es más o menos el mismo horario al que están sujetos en este régimen.

"Lo importante es que aquí se cumple con el objetivo de ir insertándolos, o reinsertándolos, en el mundo del trabajo en forma paulatina. Tenemos el caso de un joven que hace poco terminó su condena y fue contratado en Alto Horizonte. Creemos que si de los 10 muchachos que trabajan en la empresa puedan quedar trabajando 3 estamos cumpliendo el objetivo de reinsertarlos a la sociedad", sostiene Dagoberto Figueroa.

Mientras, de aquí para allá, dando instrucciones, el sargento Odo Rivas Valeria, jefe de Operaciones del CET y encargado de la parte agrícola, lleva 8 años en el Centro. Se sienta por fin y muestra con orgullo el más reciente proyecto de la unidad, aunque en marcha blanca; una pequeña fábrica de vibrados para hacer panderetas y otros productos de vibrocemento y están a full para entregar su primer pedido a un particular, que consiste en 180 solerillas. Instalar esta pequeña unidad productiva tampoco es simple. Hay que postular a los recursos a un "fondo de reinserción social" de gendarmería para financiarla, comprar materias primas y ponerla en marcha. Se invirtieron $18 millones, pero falta habilitar una sala de ventas y comprar más materia prima (cemento, y otros) para seguir trabajando, señala Rivas.

La idea es que esta y las demás áreas productivas les reporten ingresos, para seguir avanzando y eventualmente ser sustentables.

Otra es el área agrícola y ganadera. Rivas cuenta emocionado, mientras va a hacia un galpón para mostrar la joyita; un tractor de 70 HP, año 96". Con éste prestamos servicios de rastra, corte y enfarda de forraje, vibrocultivador, además de las propias labores agrícolas del CET, que incluyen cultivos de praderas, chacra, hortalizas y un invernadero, sin techo.

Cuentan con un plantel de 84 ovinos Sufflok, una raza multipropósito criadas para carne y lana. Todo se vende para carne. De vez en cuando se seleccionan algunas para reproductores.

Otros pocos colonos más avezados en carpintería, siempre guiados por un oficial, en este caso el cabo José Flores, y otro interno con más conocimiento en construcción trabajan en levantar nuevas oficinas de atención técnica- psicosocial para los internos y para reuniones educativas y recreativas. Son 130 m2 construidos, con dos baños y una sala de archivo.

Aquí nadie está ocioso y todos los internos reciben un pago, exiguo, pero algo es. Eso se junta con lo que puedan ganar cuando trabajan fuera. El ingreso se reparte; una parte para ellos, otra que queda en el CET y algo que va a una libreta de ahorro del colono. La idea es que puedan disponer de esos recursos cuando salgan en libertad.

Tampoco es fácil para quienes cometen delitos llegar a ser parte de este sistema. Antes deben pasar antes por un filtro bastante estricto y complejo, explica el sargento Figueroa. "Primero deben tener un apoyo familiar comprometido, un informe sicosocial favorable, que haya trabajado antes, pero principalmente que muestre que tiene ganas de superarse y salir adelante. El 70% de los que llegan acá nunca ha trabajado, acá se les enseña".

presos sin rejas

Roy Pérez Iturra (39) es oriundo de Santiago y está hace 4 meses en el CET de Yungay, después de pasar tres años en la cárcel de Chillán. "Igual estoy preso pero sin rejas, al aire libre", dice y valora la relación que se vive con "los jefes", sus guardianes.

Recuerda ahora con cariño cuando trabajaba junto a su padre talabartero, "él hace monturas a pedido", comenta con orgullo. Llegó al CET de Yungay, como ayudante de soldador, pero ha ido aprendiendo otras cosas. Trabaja en incipiente fábrica de vibrados. "No es mucho lo que se gana, pero el trabajo acorta el día y todo sirve", agrega. Tiene una esposa y una hija que cada 15 días llegan a verlo."Fueron las malas juntas que aparecieron poco después de morir mi madre, las que me llevaron a cometer errores", admite.

Confía en salir pronto y con la lección aprendida, asegura. Las próximas semanas recibirá su sentencia.

En cambio, para Eduardo Guiñez (28) las esperanzas son más débiles. Cumplió 2 meses y 15 días que lleva contados, pero le quedan 4 años. Es del sector Ranchillo Bajo, de la misma comuna de Yungay, Apenas cursó la enseñanza básica y su experiencia laboral es ser temporero y en diversas labores agrícolas. "Trabajos de campo", señala nervioso.

Dice que su idea es poder aprender un oficio y no cometer "los mismos errores". Seguir estudiando y trabajar para ayudar a su madre que vive en el campo con su hermano. Eduardo ya estuvo un tiempo en la cárcel de Yungay donde aprendió mueblería y quiere apostar a que este rubro para ganarse la vida. "Allá (en la cárcel) es muy distinto, los guardias miran a todos como delincuentes no más, no hay posibilidad de conversar con ellos como acá. Es bueno estar acá pero no podemos olvidarnos que somos y estamos presos".