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La familia cumple un rol fundamental en el proceso de independencia del alumno

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Comienza otro año académico y muchos estudiantes universitarios se preparan para un nuevo período de estudio, tareas, entregas, prácticos y exámenes. Pero esta situación, puede ser un poco más difícil para aquellos que deben tomar la decisión de ir a estudiar su carrera a otra ciudad.

La capital penquista, catalogada como una "ciudad universitaria", todos los años recibe alumnos de distintas ciudades del país. Distintas pueden ser las razones para tener que tomar un rumbo más independiente: la elección de la universidad de acuerdo a la carrera que quieran estudiar, la búsqueda de autosuficiencia respecto de los padres o el seguimiento de algún hermano o pariente que ya también se haya ido por razones de estudios.

Javiera Hernández, psicóloga educacional y Coordinadora de Formación Integral de la Universidad San Sebastián, planteó que la familia debe ser un pilar emocional sólido que cautele que el estudiante sienta apoyo y compromiso aunque esté lejos.

"La familia debe ser una unidad que motive, movilice energías, incentive y propicie al estudiante a crecer y desarrollarse en autonomía", comentó.

Es así, como la psicóloga sugirió que no sólo basta con declarar y hacer evidentes el apoyo y la contención familiar, sino que deben establecerse rutinas estratégicas que permitan que lo declarado se concretice.

EL ROL DE LA FAMILIA

La especialista en psicología educacional fue clara al mencionar que para que los procesos de independencia del estudiante puedan funcionar, es óptimo lograr desapegarse en ciertos aspectos para que el alumno pueda decidir por sí mismo el camino profesional a seguir.

"La familia, si somos rigurosos teóricamente, es la unidad encargada de entregar estabilidad, afecto y cuidado, por lo cual no debe cortarse el cordón que los une", argumentó Hernández.

Por esto mismo, es que la académica precisó que el apoyo de la familia se ve reflejado en lo económico, de ser posible, pero además en los vínculos que deben lograr mantenerse, a pesar de la distancia. De igual forma, se debe cautelar la comunicación constante para no perder de vista el estado emocional del adolescente que se fue de casa.

"Esto solo se logra a través de visitas frecuentes y hablar a diario sin que ello resulte agobiante para el joven", agregó.

En el mismo contexto, Hernández recalcó que, como en todo proceso de cambio, también pueden existir momentos de crisis y temores que son normales dentro de los procesos de transición. "Todo dependerá de la personalidad del adolescente y estilo predominante de los lazos familiares", comentó.

Es así, como puede variar el proceso de adaptación de un alumno a otro. El planteamiento de la psicóloga, señaló que si el adolescente proviene de una familia de vínculos de dependencia, se hace más autónomo por necesidad o el proceso resulta doloroso. En cambio, los que suelen ser más independientes, pueden fortalecer mucho más su grado de autonomía o valorar y apegarse más a la familia, según las declaraciones de la académica.

"En ambos casos hay procesos madurativos a la base y que permiten al estudiante entrenar nuevas habilidades para hacer frente no sólo a lo académico, sino frente a la vida en general" agregó.

DISTINTAS VIVENCIAS

Francisca Riquelme, una joven proveniente de Talca, estudió Derecho en la Universidad del Desarrollo en Concepción. Su experiencia siempre fue muy positiva, por lo que aún sigue viviendo en la capital penquista. "Al principio es muy difícil porque estás en un lugar nuevo donde no conoces a nadie, no tienes amigos, no está tu familia y estás solo. Los primeros meses viajaba mucho a mi casa porque sentía que acá tenía poco que hacer", comentó.

Pero al superar el proceso de adaptación, la joven abogada logró relacionarse con la ciudad y su gente, al punto de lograr un buen desempeño académico y también emocional. "Tuve que aprender hacer muchas cosas. Nunca había cocinado y tuve que aprender a ser dueña de casa a los 18 años y finalmente eso sólo se asimila viviéndolo", agregó.

Con el pasar de los meses, Francisca logró adaptarse a su nueva vida, ciudad y entorno sin ningún problema. "El rol de la familia es muy importante. Conmigo se portaron muy bien, me mandaban comida, me llamaban todos los días, y eso es esencial para tú sentirte bien", recalcó.

Al contrario de Francisca, Fernanda Albarrán es una joven penquista que tuvo que dejar Concepción para irse a estudiar odontología a Chillán, debido a que la sede tuvo que cerrar. "Es un desafío muy grande, cuesta mucho alejarse de la familia y de los amigos, pero en el fondo es por un bien que me estoy haciendo a mí misma y algo positivo para mi futuro", recalcó.

Fernanda, fue clara al comentar que el rol de su familia en todo el proceso también ha sido fundamental para ella y su proceso de adaptación. "Mis papás y mi familia me extrañan mucho, pero su apoyo es esencial para mí. Hablamos todos los días y tenemos momentos en los que, a pesar de la distancia, nos dedicamos a comunicarnos de verdad", añadió.

La joven, expresó que el gran desafío de tomar la decisión de irse a estudiar fuera, es encargarse de cosas que sobrepasan lo académico y universitario.

"Es difícil pasar a ser dueña de tu propia casa e independencia porque las responsabilidades cambian en un cien por ciento. Ya no me tengo que preocupar sólo de estudiar sino tambie´n de lavar, cocinar, ordenar y llevar una vida mucho más adulta, pero que viene con un bien mayor", finalizó.

La prueba de que Dios nos ama

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La Iglesia celebra este domingo el ingreso de Jesús en Jerusalén, donde va a enfrentar su pasión y muerte en la cruz. Adopta, sin embargo, el nombre «Domingo de Ramos», por una circunstancia secundaria, pero popular, que señala el Evangelio de Mateo (siguiendo a Marcos): «La gente, muy numerosa, extendió sus mantos en el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían en el camino». Esas ramas no pueden ser sino de olivos, porque son los árboles que hay allí y dan su nombre al lugar de donde parte Jesús: «Llegado Jesús a Betfagé junto al Monte de los Olivos...». Por eso, hoy en la procesión de ingreso al templo los fieles acompañan al sacerdote agitando ramos de olivo. Puede parecer, entonces, extraño que el sacerdote mismo lleve, en cambio, una rama de palmera. Esto responde a lo que especifica el Evangelio de Juan: «Tomaron ramas de palmera y salieron al encuentro de Jesús gritando: "¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel!"» (Jn 12,13). De aquí toma su nombre este domingo en otras partes: «Dominica in Palmis».

Es claro que Jesús quiso entrar en Jerusalén montado en asno con la intención de poner un signo. Y así fue interpretado: «Esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del profeta: "Decid a la hija de Sión: He aquí que tu Rey viene a ti, manso y montado en un asna y un pollino, hijo de animal de yugo"». Así lo entienden los presentes que no sólo extienden sus mantos en el camino, sino que lo aclaman: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!».

Y, sin embargo, en el relato de la Pasión, que caracteriza la Liturgia de la Palabra de este domingo, es claro que Jesús va a cumplir una misión en la cual está solo. Es la misión que ya había anunciado el ángel a José, antes del nacimiento de Jesús: «Le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21). Y no existe otro medio para ese fin que entregando su vida, como lo afirma en la última cena: «Esta es mi sangre... que es derramada por muchos para perdón de los pecados» (Mt 26,28). Ningún ser humano puede colaborar con él en esta misión, porque todos están bajo el dominio del pecado y necesitan ser salvados. Mientras él lucha contra su naturaleza humana -«Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hagase tu voluntad» (Mt 26,42)-, sus discípulos están completamente ajenos, dormidos: «¿No han podido velar una hora conmigo?» (Mt 26,40).

Después de ese momento de lucha -agonía- en ese Monte de los Olivos, Jesús va decididamente a enfrentar su pasión y muerte. En ese mismo relato queda en evidencia la maldad humana. Uno de sus discípulos, Judas, lo traiciona; los sumos sacerdotes lo acusan falsamente y piden su muerte por envidia; Pilato lo entrega a la muerte, sabiendo que es inocente; finalmente, el primero de sus discípulos, Pedro, demuestra la inconsistencia del ser humano, negandolo tres veces -niega siquiera haberlo conocido-, después de haber asegurado: «Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré» (Mt 26,35). Y los demás discípulos no son más fuertes: «Lo mismo dijeron todos los discípulos» (Ibid.). En la cruz Jesús está solo, incluso ¡abandonado de su Padre! Tomó sobre sí el pecado hasta las últimas consecuencias, más que la misma muerte corporal: «¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?», esto es: "¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?"» (Mt 27,46). Esa es la reparación que tuvo que ofrecer para obtenernos a nosotros el perdón de los pecados. ¿Cómo se explica todo esto? ¿A quién interesa? Se explica solamente por el amor, que es completamente desinteresado. Lo dice San Pablo: «La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros» (Rom 5,8). Por su parte, Juan escribe: «En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él dio su vida por nosotros» (1Jn 3,16).

La muerte de Jesús en la cruz fue ciertamente un espectáculo de amor jamás visto y de un efecto infinito: «Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el Espíritu» (Mt 27,50). No sabemos el contenido de ese grito; pero debió ser tal que hiciera exclamar al centurión y a los que estaban con él: «Verdaderamente éste era Hijo de Dios». Un crucificado es lo más distinto que se pueda imaginar de un Hijo de Dios. ¿Por qué puede concluir eso el centurión? Porque percibió el amor. Lo único que nos puede hacer hijos de Dios es el amor: «El amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios» (1Jn 4,7).

Con su muerte en la cruz, Jesús nos obtuvo la salvación y la elevación a hijos de Dios. Debemos exclamar: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?» (Sal 116,12). No hay ningún modo en que nosotros podamos hacerlo de manera que alcance a Dios. Sólo Jesús puede dar gracias de manera proporcional al don, y lo hace en la Eucaristía (Acción de gracias), que por eso se llama así. Así se explica la respuesta del salmista: «Alzaré la copa de la salvación invocando el nombre del Señor» (Sal 116,13). Nuestra gratitud llega a Dios si la incorporamos a Cristo en la Eucaristía. Quien no participa de la Eucaristía dominical declara tácitamente que no tiene nada que agradecer a Dios. Después de leer el relato de la pasión y muerte de Jesús, tanta ingratitud nos produce inmenso dolor.

Obispo de Santa María

de los Ángeles