Definamos el Bienestar
Cuando pensamos en el concepto de bienestar, no es tan fácil poder llegar a un punto de encuentro respecto a su definición. En la explicación más tradicional, se entiende como un sentimiento de satisfacción en una persona, el estado de la persona cuyas condiciones económicas le permiten vivir con tranquilidad, o el sentimiento que provoca contar con las cosas necesarias para vivir bien.
El concepto se acerca a la pirámide de Maslow, que explica desde la psicología la jerarquía de las necesidades humanas, posicionando en su base las fisiológicas y en su punta, el reconocimiento y la autorealización.
No obstante, el modelo comienza a romperse y a invertirse cuando se integran, como un elemento fundamental y principal, el aspecto emocional y relacional del ser humano. Sobre todo cuando uno de los grandes problemas que tenemos hoy día es que estamos en piloto automático, no tenemos consciencia de nuestras acciones y de nuestro vivir, y nos cuesta encontrar elementos que afirmen nuestro bienestar, y nos damos cuenta cuando lo perdemos.
Como con la salud: no somos conscientes de que tenemos salud hasta que nos enfermamos.
De hecho el año 2015 fue el primer año en que el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo consideró el bienestar como un indicador de desarrollo para las naciones, más allá del ingreso o de los factores económicos tradicionales.
Allí es donde entra jugar un papel importante en la definición de bienestar el concepto de las emociones positivas. Y estas no se relacionan necesariamente a la alegría, o a la euforia, sino a otros sentimientos. Por ejemplo, el estado de gratitud de lo que se tiene, o tener motivación e interés por las cosas cotidianas, aquellas cosas simples que se pueden disfrutar y que dan sentido a nuestro día a día.
Hablamos también las relaciones positivas, que nos permiten vincularnos con otros que nos brinden esas emociones, pero también recibirlas y generarlas. Ese tipo de relaciones nos permite vivir la bondad, la generosidad o la entrega. De la mano, viene la participación en actividades que nos generen concentración, motivación e involucramiento, donde nos sintamos comprometidos. Eso no siempre tiene que ver con el trabajo, pero puede ser una tarea que para la persona tiene sentido, como escribir un libro o alguna labor social.
En entonces cuando el concepto de bienestar da un salto, sumando nuevos componentes. Así, en la actualidad, podría entenderse como el estado físico, mental y emocional que proporciona a la persona un sentimiento de satisfacción y tranquilidad, mediante el cual puede obtener beneficios personales, que se expanden hacia su entorno inmediato y también a su comunidad y organizaciones en las que se desenvuelve.
Un concepto que, siendo más amplio e integral, también implica algunos desafíos. En primer lugar, para aquellos que toman decisiones, como líderes de organizaciones e instituciones, que son un elemento detonador de cambio y gestor de emociones. También hacia la receptividad de las personas, respecto a participar y sumar acciones que fluyan hacia su bienestar. Pero lo más importante, es atreverse a mirar hacia adentro y hacernos cargo de nuestro bienestar propio.