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Crecimiento y desigualdad

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El crecimiento económico y la igualdad tienden muchas veces a ser vistos como valores excluyentes, incluso llevando a que en varias ocasiones se considere necesario sacrificar avances en uno, para privilegiar el otro. Sin embargo, desde hace unos años la Ocde viene impulsando un cambio radical en la forma en que ambos conceptos se relacionan. Dicha institución hoy promueve una visión integral, señalando incluso que la reducción de la desigualdad en los ingresos impulsaría el crecimiento económico.

Esto lleva a replantearse la forma en que los países deciden llevar acabo su proceso de crecimiento económico, ya que el antiguo mantra de que lo 'importante es crecer y el resto se arregla en el camino' está quedando obsoleto en el mundo de hoy. Incluso el gran caballito de batalla del crecimiento, que es la efectividad de este en la disminución de la pobreza hoy se ve algo cuestionado. Esto debido a lo que estudios como el de Ravaillon (2004) nos muestran que un aumento del 1% en la tasa del crecimiento puede reducir la pobreza en un 4,3% en países de desigualdad muy baja, mientras solo un 0,6% en países de alta desigualdad.

En esta lógica comienza a vislumbrarse que antes de dar rienda suelta al crecimiento es importante darle la batalla a la desigualdad, ya que al parecer las sociedades que les va mejor en estos temas son aquellas donde la distribución del ingreso es más pareja. Aquí uno puede hacer un símil con el fútbol, ya que para que los países tengan un crecimiento económico que traiga consigo un desarrollo integral, es necesario que, al igual como los grandes equipos de futbol, no exista una gran brecha entre sus líneas. En ese sentido en este deporte, existen equipos que para jugar más cohesionado y de manera más efectiva dejan poco espacio entre sus defensas, medio campo y delanteros. Esa analogía puede aplicarse perfectamente para la realidad de la sociedad, y nos invita a pensar en la gran brecha social que vemos alrededor del planeta.

Ante este nuevo paradigma que comienza a irrumpir en los Estado desarrollados, uno no puede sino extraer lecciones para nuestro país, sobretodo hoy cuando nuestro crecimiento económico ha desacelerado bastante. Bajo este contextos quizás la nueva visión que impulsa la Ocde podría ser una hoja de ruta que como país deberíamos comenzar a seguir, aún más si somos el país más desigual de dicha organización.

Ley de especialidades médicas

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De acuerdo a cifras entregadas por la Sociedad Chilena de Cirugía Plástica, en nuestro país sólo uno de cada seis médicos que realiza este tipo de intervenciones se encuentra certificado y acreditado para realizarlas.

Esto se debe a que en Chile no existe una ley de especialidades médicas, lo que implica que cualquier médico puede realizar una cirugía o procedimiento, sin necesariamente estar preparado para ello, dejando de lado las consideraciones éticas con que debiera contar un especialista de la salud.

Si bien en algunas ocasiones los resultados pueden ser óptimos, lo grave es que en la mayoría de los casos hablamos de médicos que no pueden ofrecer un resultado acorde a las expectativas del paciente. Además, ocurre que muchas veces estos profesionales, al no estar certificados, operan en lugares que no tienen las acreditaciones para realizar dichas intervenciones, poniendo en riesgo la seguridad e, incluso, la vida de los pacientes.

Aún tomando en cuenta estas consideraciones, en nuestro país no hay una normativa legal que rija el ejercicio de la cirugía plástica, por lo que cualquier médico general puede hacer procedimientos estéticos sin incurrir en la ilegalidad de aquello.

Lo que muchos desconocen es que para obtener el título de cirujano plástico en Chile se debe cursar la carrera de medicina y luego especializarse uno 5 a 6 años más. Entonces, no son comparables los 7 años que estudia el médico general con los 12 ó 13 que conlleva adquirir la especialidad de cirujano plástico.

Así las cosas, y mientras no exista una ley de especialidades médicas, el llamado es al autocuidado y a que sean los mismos pacientes que chequeen si sus médicos se encuentran certificados.

Los millennials y el valor de las experiencias

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Las estadísticas son reveladoras. En Canadá, 70% de los millennials está postergando la compra de su casa propia y prefiere, en cambio, arrendar o vivir con sus padres.

En Estados Unidos, casi el 80% de los jóvenes de entre 18 y 34 años prefiere gastar su dinero en vivencias (eventos deportivos, musicales o artísticos, fiestas, etc.) antes que usar su dinero para comprar bienes.

Y en Chile, el panorama es el mismo: un estudio de GfK Adimark dice que el 41% de los chilenos retrasaría la posibilidad de cambiarse a la casa de sus sueños para viajar, mientras que el 64% preferiría retrasar la compra o renovación del auto con tal de poder realizar un viaje.

Las cifras son contundentes: hoy por hoy vemos que los jóvenes millennials de 16 a 34 años están eligiendo invertir su dinero en disfrutar experiencias positivas y enriquecedoras, como viajar, antes que comprar bienes durables como la primera vivienda, el primer auto u otros bienes de consumo.

Esta realidad que nos relevan los jóvenes es sumamente enriquecedora para el turismo, y responde a varios factores. El principal es que hay mayor acceso económico: viajar hoy es mucho más fácil que antes, gracias al auge de las cuotas, amplia oferta aérea y hotelera y la disponibilidad de ofertas todo el año.

El segundo factor es que el acceso a televisión de pago e internet ha aumentado el interés por conocer nuevas culturas. Por último, las experiencias que se adquieren en un viaje son igual de importantes que la educación. Viajando se puede aprender tanto o más que yendo a la universidad.

Lo que podemos rescatar de los millennials es su aprecio por el valor de las experiencias por sí mismas. Viajar ya no es un símbolo de status, ni un lujo, los jóvenes entendieron el poder liberador que tienen los viajes de placer, poniéndolos primeros en su lista de cosas por hacer.