Secciones

"La la land": los musicales todavía cuentan historias

E-mail Compartir

Como aquellas clásicas películas musicales de Hollywood, "La la land" presenta una historia muy simple. Una actriz (Emma Stone), que trabaja en una cafetería en Los Angeles (Hollywood), aún aspira a su gran papel, ojalá en el teatro, luego de 7 años de intentos y castings sin resultados.

En este ambiente, en la caótica ciudad de las estrellas, aparece un músico (Ryan Gosling), quien desde su piano, quiere proyectarse en el jazz, el mismo que 50 años antes engrandecieran figuras como Charlie Parker, John Coltrane o Bill Evans. Aspira a administrar sus propio club, en el correr de un siglo donde la nostalgia y el pasado giraron hacia restaurantes de sambas y tapas.

El destino, tema que marca la narrativa de los musicales, hace que Mia y Sebastian se conozcan de mala forma, incluso, compartiendo en fiestas ochenteras con bandas de covers, donde él toca teclado. Entre dimes y diretes nace una relación amorosa.

Es ésta la que el director Damien Chazelle, en su tercer largometraje, plantea desde dentro, incursionando tanto en el tiempo real, como en el aparente, el set y el tecnicolor en 35 milímetros. Todo ello para contar una historia de amor, que transita por distintos momentos y estados.

Así, el espectador es testigo de aquel primer encantamiento, que nos hace flotar en el aire, como también en las dudas que se proyectan tratando de buscar una vida en pareja. Aquí los riesgos primeros se tornan en estabilidades próximas, y opciones laborales hacen girar el destino.

Lo anterior, Chazelle lo expone de manera romántica, quizás nostálgica, adornando diálogos con escenas y cuadros que remiten a sus títulos preferidos (desde "Rebelde sin causa" a "Los paraguas de Cherburgo") y aquellos realizadores que lo formaron en el visionado y predilección por el género musical americano (la batuta la tienen Vincente Minnelli, Stanley Donen y Charles Walters).

Y es cierto, Chazelle maneja la técnica, con el plus de hacerlo con cariño, dedicación y respeto por un cine que -quizás- ya no se haga (la narrativa clásica americana responde al claro modelo plano contraplano), y que trae al presente controlando el pulso de sus planos, cámara y bailes.

Desde el plano secuencia que abre la historia, pasando por los diálogos y textos musicalizados, como también las coreografías, donde el plano general se instala como el ojo del espectador; todo en "La la land" huele a estar tremendamente preparado, exagerado y, también, controlado. Bueno, en ese sentido, no hace más que revisitar un género de estudio donde cada detalle venía en el guión (literario y técnico) con la venia de los productores.

La gracia es que el espectador se deja llevar por una cinta que en 127 minutos no desconoce sus raíces (son muchas las citas), pero que así y todo, seduce desde la fantasía y locura de un género cinematográfico fundamentado en aquellos mundos que el cine hace posible. Allí están los anhelos de dos seres humanos que creen que los sueños se cumplen en la ciudad de las estrellas.

Bueno, ésta es la historia de dos personajes que no saben si los sueños se cumplen, que el destino te puede hacer ganar o perder, que la nostalgia todavía ronda por ahí y que los tiempos son los de ahora, porque mañana es otro día.