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El populismo

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El populismo no es un fenómeno político exclusivamente ibero americano, ni siquiera tiene su origen en nuestro continente, pero qué duda cabe, encuentra en estas latitudes algunos de sus más conspicuos exponentes: Lázaro Cárdenas, Velasco Ibarra, Perón, Chávez, Maduro, Correa y Morales no son más que una muestra de un listado mucho más amplio de gobernantes populistas pasados y actuales.

Carismáticos, poseedores de un fuerte liderazgo, con propuestas de igualdad social, de fácil y arrolladora oratoria, saben escarbar en lugares recónditos del alma humana y desatar las bajas pasiones, capaces de generar una potente movilización social muestran estar convencidos con razón, que en general y de preferencia en los sectores menos ilustrados predominan los elementos emocionales sobre los racionales, son expertos ilusionistas repartiendo en un mismo paquete resentimiento, odio, ilusiones, esperanzas y miserias.

La culpa de sus fracasos siempre será de otros, del imperialismo, del mercado, de los empresarios, de los ricos o de cualquiera que sea funcional al interés populista en atizar el resentimiento y desencadenar el odio que naturalmente le sucede, porque eso sirve a sus fines de perpetuarse en el poder.

El populismo divide, crea víctimas y victimarios e inevitablemente si no se le pone coto conduce a la destrucción de la economía y a la crisis de la democracia.

Convencidos como están que ciertos bienes deben ser proveídos gratuitamente por el estado, tienden a elevar los impuestos existentes y crear otros nuevos hasta ahogar el crecimiento, luego se declaran enemigos de la independencia de los bancos centrales, añorando los tiempos en que se podía emitir ilimitadamente papel moneda haciendo pagar a los más pobres a través de la inflación, los mismos a quienes se dice querer beneficiar, el precio de sus desatinos e incompetencias.