Fresia Vega nos enseñó a leer
No era la maestra que nos enseñó las primeras letras, ni la de literatura en el colegio. Era quien, desde siempre nos acompañó por los caminos de títulos y autores en la Librería Estudio, la más antigua de Concepción con sus 53 años de existencia.
Fresia era porteña. Había nacido en Talcahuano en una familia de cuatro hermanas todas las cuales prestaron sus servicios en la entonces naciente y pujante empresa del acero, Huachipato, en su caso hasta su matrimonio con Jorge Jiménez Arriola, creador de la librería.
Mujer inteligente y culta se convirtió en el alma del negocio familiar. Su amabilidad, su carácter sereno y tranquilo, convocaba a muchos. Fresia era muy abnegada, siempre presente, sin diferencia alguna entre su rol de propietaria y dependienta. Su palabra generosa iba más allá de su especialidad, cuando se trataba de conversar sobre la vida y sus problemas.
Formó así un público leal, idea que hoy es un plus en cualquier negocio: la fidelidad de los clientes. Muchos de los cuales se acostumbraron solo a ella, pues conocía sus gustos y reconocían sus acertados consejos.
La librería fue durante largos años centro de cultura, de encuentro de escritores y de lectores. José Donoso era su amigo personal, huésped en su hogar cuando venía a Concepción. Gonzalo Rojas se sentía allí como en su casa. Jorge Edwards presentaba sus libros y departía con los lectores. Lo mismo que Pablo Hunneus, Jorge Sciaccia, Enrique Barros, Enrique Lafourcade, Ana María Giglo, Jaime y Enrique Giordano, Andrés Gallardo, Omar Lara, Eduardo Meissner, María Angélica Blanco, Tito Matamala, Tulio Mendoza y tantos otros.
El dramaturgo Juan Radrigán presentó sus textos, lo mismo que Isidora Aguirre. También lo hicieron políticos de la talla de Bernardo Leighton, Ricardo Lagos, Alejandro Foxley, Felipe Herrera, Máximo Pacheco (padre), Eugenio Tironi y cineastas como Miguel Littin. Una galería de fotografías en el actual local da cuenta de ello.
Fresia solía ofrecer una recepción de fin de año a amigos y clientes. Preparaba personalmente las delicadezas que ofrecía. Le encantaba la cocina, antes que estuviera de moda. Y lo hacía muy bien. Las recetas eran, entre otros, del tradicional Libro de las Rengifo. Sus exquisitos dulces, sopaipillas, canapés, así como el cola de mono con y sin alcohol eran motivo de elogios.
Su hija Paulina, quien la sucede en la librería, heredó sus dotes culinarias. Jorge, su hijo, al despedirla en el cementerio le agradeció emocionado sus enseñanzas y el inculcarles su sencilla forma de vida , y como enfrentar y solucionar los problemas, siempre con una sonrisa, aunque el alma llorara. Su despedida, cuando el año 2016 también decía adiós, fue con la música que le gustaba "Y nos dieron las diez", en la voz de Joaquín Sabina.
"La palabra escrita me enseñó a escuchar la voz humana", dice el protagonista de ese libro prodigioso que es "Memorias de Adriano". "En cambio y posteriormente la vida me aclaró los libros" prosigue el emperador romano inspirador del libro de Margueritte Yourcenar.
Los libros y las lecturas de la querida Fresia Vega, le ayudaron a escuchar la voz de los penquistas que acudían hasta su librería. Tenía la certeza que un libro puede cambiar una vida. Un personaje inolvidable .