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Democracia, abstención y televisión

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El nuevo récord de abstención en estas elecciones debe ser un llamado a revertir la desinformación que está erosionando la democracia y, en particular, a terminar con las restricciones a proveerla a través del medio más masivo disponible: la televisión.

Después de haber logrado la mejor transición en el continente, una en la que, además de mantenerse las instituciones que nos permitieron llegar a ser el país de mayores ingresos en Latinoamérica y en la que el consenso fue el camino para introducir reformas que permitieron avanzar en lo de hacer de Chile un país más democrático y transparente, hoy observamos niveles crecientes de desencanto ciudadano.

Entre los principales problemas que trae la desinformación, uno particularmente grave es el clientelismo. Considérese, por ejemplo, el caso de la comuna de Putaendo, en la cual, sólo durante las breves semanas del periodo de campaña, se inauguraron más obras públicas que en los ocho años en los que ha ejercido el alcalde que ayer logró un tercer periodo. Parte del financiamiento de esas obras proviene de los programas de mejoramiento de barrios (PMB) y de mejoramiento urbano (PMU). Estos programas son los únicos de asignación discrecional por parte del gobierno y han sido sujeto de innumerables acusaciones de mal uso. La evidencia empírica es concluyente en que esos recursos, muchas veces, se destinan con fines electorales, esto es, para apoyar a alcaldes de los partidos oficialistas. Esto no sucedería si, al igual que en las democracias avanzadas, la ciudadanía fuese informada de estas malas practicas y los políticos involucrados fuesen castigados por ello. La forma más expedita de informar a la ciudadanía respecto a estas prácticas clientelistas que pagan todos los chilenos es la televisión.

Eso es lo que sucede en las democracias más avanzadas, en las que los procesos de competencia electoral son muy intensos y la televisión es el principal vehículo de provisión de información. Sólo en Estados Unidos, durante este año se han gastado más de seis mil millones de dólares en publicidad en televisión abierta. En ese país, como en la mayoría de los países de la OECD (OCDE, en español), es a través de la televisión que se provee de más información que a través de todos los otros medios de comunicación juntos, incluidas las nuevas tecnologías, la radio y la prensa escrita. Llegó la hora de liberar a los chilenos del clientelismo y de la abstención que están erosionando nuestra democracia y permitir que la mayoría se informe y vote.

Necesidad de mayor participación ciudadana

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Acabamos de asistir a las Elecciones Municipales 2016 en las que, tanto para quienes resultaron electos como para los que no, tendieron a relevar un conjunto de desafíos, que por cierto se extienden a toda nuestra sociedad, bajo el denominador común de la creciente abstención y la falta de participación que ha quedado en evidencia.

En medio de la complejidad que encierra la alta abstención registrada, a lo menos tres factores deben tomarse en cuenta. En primer lugar, existe evidencia de un creciente fenómeno relativamente generalizado de baja participación ciudadana a nivel mundial, en lo cual por cierto nuestro país no queda ajeno; en este plano, se evidencia que las preocupaciones ciudadanas tienden a activar la participación frente a temas bastante más específicos que antaño y, por tanto, se da una participación segmentada y que tiende a responder a momentos y coyunturas muy específicas.

En segundo lugar, se dan elementos de coyuntura en nuestro país, que no hacen más que profundizar la tendencia a la baja participación. En este plano, la ciudadanía ha sido especialmente crítica con una seguidilla de episodios de distinto tipo, vinculables a faltas de transparencia, problemas de financiamiento, errores de gestión, conflictos e insuficiencias para construir acuerdos y alcanzar consensos.

Y en tercer lugar, resalta, con no menor importancia, la necesidad de una educación cívica que profundice en la participación ciudadana, por cierto no restringida sólo a procesos electorales, como un requisito para construir el desarrollo. En este sentido, auscultar espacios innovadores de articulación social, con mayor participación e involucramiento en proyectos colectivos promotores de bien común, constituye un desafío singular.

En efecto, los resultados que puedan haber obtenido los candidatos no debieran volver borroso el desafío que implica incrementar la participación ciudadana de aquí en adelante. Para quien no resultó electo no es sugerente buscar explicación única y estrictamente en la abstención, a su vez, para quien la elección cerró con éxito, es sugerente mirar el triunfo con consideración de aquello. Toda vez que el desafío generalizado que se releva implica la tarea de reconstruir confianzas con humildad y espíritu de servicio, escuchando atentamente las señales que desde la ciudadanía emergen.