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Día de la superación de la pobreza

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El año 1992, la ONU instauró el 17 de octubre como el "Día mundial de la erradicación de la pobreza". Según las palabras de Kofi Annan "la campaña destinada a hacer de la pobreza historia -un desafío moral básico de nuestra época- no puede ser tarea de unos pocos; debe congregar a la mayoría." Este llamado cobra vital sentido en un momento en que acabamos de conocer los resultados de la encuesta Casen, que muestran que una de cada cinco personas de nuestro país vive en situación de pobreza multidimensional.

Si bien es tentador asociar la superación de la pobreza a factores netamente económicos, los resultados de la encuesta Casen muestran que la pobreza por ingresos no se condice necesariamente con la pobreza multidimensional. De ahí, considerar como un avance el retroceso de 14,4% a 11,7% en la pobreza por ingresos es un error, si no se toma en cuenta que la pobreza multidimensional disminuyó, proporcionalmente, un 66% menos que la pobreza por ingresos. También se debe tomar en cuenta que sólo un 21,5% de las familias que se encuentran bajo la línea de pobreza multidimensional se encuentran también bajo la línea de pobreza por ingresos.

¿Cuál es, entonces, la forma de superar la pobreza? Está claro que el crecimiento económico es una herramienta útil, si se distribuyen de forma justa los ingresos. Es importante que haya empleo y sueldos justos. Sin embargo, y como se explica en el párrafo anterior, mayores ingresos no garantizan mejores condiciones de vida. El primer paso para superar la pobreza como país consiste en reconocer la situación de pobreza como una vulneración a los derechos humanos.

Existe en nuestro país una realidad en que los derechos de las personas se ven aún más vulnerados: los campamentos. Según estimaciones hechas por el Centro de Investigación Social de Techo-Chile, al menos la mitad de los habitantes de campamentos del país viven en situación de pobreza multidimensional, y la cifra podría ser aún mayor. En nuestra región, cuando el 22,4% de los habitantes se encuentra en situación de pobreza multidimensional, al menos el 30% de los habitantes de campamentos (que suman más de 7500) se encuentran en esa condición.

Volvamos la mirada a los habitantes más segregados de nuestro país. Reconozcamos en ellos a personas que forman parte de nuestra sociedad, pero que han sido relegados del desarrollo del que tanto nos jactamos. Tal como la protección de cualquier derecho humano, la superación de la pobreza debe ser una labor de toda la sociedad, no sólo un día, sino una preocupación constante y una prioridad en la sociedad.

Los territorios que viven debajo de la industria forestal

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Basta recorrer los caminos rurales de la Región del Biobío, para ver pinos, eucaliptus y más pinos. Según el Instituto Forestal (Infor) en Chile hay 2 millones y medio de hectáreas de plantaciones forestales.

En municipios como Nacimiento, los bosques plantados alcanzan el 6% de la superficie total comunal. Y luego en la producción de celulosa, etapa siguiente de la cadena, comunas pequeñas como Ranquil, con 6 mil habitantes, se llevan la carga de procesar casi el 20% de la producción nacional de pulpa de madera, mientras que en Nacimiento esta cifra alcanza el 25%.

Aunque la industria forestal es una de las actividades principales en esos lugares, quienes viven ahí perciben su propio territorio con un lente muy diferente, ven recursos disponibles que nosotros no, y tienen aspiraciones que no conocemos.

La discusión sobre los impactos de la industria forestal tiene muchísimas aristas, la más conocida en la agenda política es el conflicto indígena. Otros temas se invisibilizan persistentemente, el territorio y sus habitantes, las personas que conviven con la actividad forestal y sus efectos que se expresan de tantas maneras. Se manifiestan, innegable, en el medioambiente, con la erosión de los suelos, los incendios forestales, las descargas de las plantas de celulosa en cursos de agua. En aspectos sociales y económicos, como la poca creación de empleo o de encadenamientos que generen desarrollo económico. En la cultura y la transformación profunda del paisaje, la pérdida de la agricultura y tradiciones, la desorientación acerca de la identidad del lugar. Incluso en aspectos emocionales, como la historia de la niña de Purranque que creció al lado de una plantación forestal, quien a sus 10 años presenció la tala rasa del 'bosque' con el que creció, y entendió que no vivía al lado de un bosque. Ahora al frente de su casa hay un terreno desierto.

Con un panorama así, en estas comunas no hay otra visión de desarrollo posible salvo que la queramos ver. Un buen ejemplo es el caso de Quillón, otro municipio en Biobío. Con una gran superficie forestal, esta coexiste con el desarrollo turístico explosivo de los últimos años, que lo llevó a ser uno de los destinos más importantes de la región. El paisaje predominante de Quillón sigue siendo las plantaciones y las tierras que intentan recuperarse después de varios incendios forestales, pero se ha hecho un esfuerzo por ver lo que el lugar tiene para ofrecer. Y tiene mucho más que pinos y eucaliptus. La gran mayoría de las actividades que ofrece a los turistas Quillón están basadas en los recursos con que ellos mismos cuentan: sus tradiciones, su producción local, incluso su propio capital natural. Sin embargo, para que esto suceda se necesitó, primero, mirar el territorio. Verlo para entender con qué riquezas cuenta, las trampas que dificultan su potencial, cuáles son los deseos de las distintas personas que lo habitan. No se trata de medidas parche, ni compensación, es generar desarrollo a partir de lo que sea que ya tienen disponible, darle valor, detonar procesos a partir de ello.

El caso de Quillón es una excepción, porque en la mayoría de estos lugares ni siquiera los miramos, asumiendo que su destino ya está escrito. Nos cegamos a ver estos territorios que se hacen cargo, que se llevan el peso del desarrollo económico de nuestro país. No nos hacemos responsables, no nos damos por aludidos, no queremos ni siquiera ver las cifras. O las miramos o se perderán para siempre entre los pinos.

Participación ciudadana en el espacio local

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La ley 20.500 del año 2011 concibió los Consejos Comunales de Organizaciones de la Sociedad Civil (Cosoc) como organismos consultivos, constituidos como mecanismos institucionales de participación de la ciudadanía en la gestión municipal.

Como tales, significan un espacio de participación que, a nivel comunal, presentan la potencialidad de abrir oportunidades para un mayor involucramiento ciudadano en el diseño, ejecución y evaluación de las políticas públicas, fortaleciendo la democracia en el territorio.

Ahora bien, no obstante su potencial, el diagnóstico general que puede realizarse respecto del avance práctico de estos instrumentos dan cuenta aún de resultados no del todo satisfactorios en cuanto a la participación que han logrado activar y la efectividad de su incidencia. En muchas comunas aún no logran instalarse del todo y en otras su potencial de influencia aún se ve restringido a temas muy específicos.

Tal vez, conspira contra una mayor incidencia de estos organismos su carácter consultivo, frente a expectativas ciudadanas que demandan contar con mayores grados de influencia en la aplicación de políticas que le atañen directamente. En este sentido, la opción de que puedan efectivamente decidir sobre ciertos recursos disponibles para inversión pública en el territorio podría actuar como un aliciente para alcanzar mayores grados de involucramiento ciudadano.

En este sentido, bien vale la pena activar también la voluntad de autoridades para, no obstante el carácter consultivo que la ley confiere a los Cosoc, hacer efectivos los requerimientos que surjan a su alero en campos definidos, de manera tal que actúen como piloto de demostración de que, a mayor incidencia efectiva, se incrementa consecuencialmente la participación ciudadana.

A su vez, cabe también observar que actualmente, si bien se tiende a demandar mayores niveles de participación, el involucramiento efectivo de la ciudadanía en muchas áreas aún es escaso. Enfatizar por tanto en una formación ciudadana que releve la importancia de involucrarse en los temas públicos que atañen al bien común continua siendo un imperativo.

Con todo, cabe comprender que estos procesos de activación de la participación ciudadana, donde lo social y cultural cumple un rol tan relevante como la descentralización misma, siempre han de apreciarse a largo plazo, toda vez que los cambios en este sentido suelen ser más bien lentos y de difícil consolidación.

Por ello es que sigue siendo tan relevante continuar y profundizar los esfuerzos por generar mayores impulsos a los procesos de descentralización, no sólo a nivel nacional, sino que también en los planos regionales y en cada comuna del país.