Una película que muestra, pero no cuenta una historia
La cuarta versión cinematográfica de "Ben Hur", siempre a partir de la novela de Lewis Wallace, publicada en 1880; hace reflexionar sobre el estado de situación en que se encuentra la narrativa cinematográfica.
En este caso, tratando de encontrarle un sentido (dramático/narrativo) a la apuesta 2016 dirigida por Timur Bekmambetov: una cinta justa y precisa para los tiempos que corren.
Independiente de que la consideremos un "remake" o nueva adaptación, lo concreto es que vuelve sobre la historia de los "hermanos" Judá Ben Hur (un noble judío) y Messala (romano adoptado por la familia del primero). En el dúo nace una lógica rivalidad, hecho que sirve para contar con imágenes que transitan por casi una década.
Las traiciones, los resentimientos, las culpas y los lugares comunes son caldo de cultivo en estos largos y obvios 125 minutos. Lo que le interesa a la producción es llevar al espectador por una serie de secuencias y acciones, por sobre una trama. En manos de otro realizador, quizás, pudo haberse proyectado como una pieza dramática, planteando un trayecto y lógica narrativa, y donde los perfiles se pusieran a favor de la cinta.
Acá, sin embargo, lo único que pareciera importar es pasar de una etapa a otra en la existencia de Judá Ben Hur (Jack Huston). Del primer accidente, pasamos a las galeras y luego a su entrenamiento en carros a caballo. El resto, importa lo justo, como para justificar las situaciones que llenan la otra hora de débil metraje.
CINE DE POSTPRODUCCIÓN
La primera película sobre el personaje data de 1907 dirigida por Sidney Olcott y Frank Oakes Rose. En el corazón del mudo, la cámara/plano se tornan en un instrumento a favor de una historia de continuidad teatral.
La segunda, dirigida por Fred Niblo en 1925, dos años antes del cine sonoro, da cuenta de propuesta narrativa más consciente del montaje cinematográfico y la épica de una producción. Es un buen ejemplo de cómo el plano -básicamente medios y generales- deben orientar al espectador respecto al avance de un relato en el tiempo y el espacio.
La tercera es hasta hoy la más conocida. También un paradigma de la llamada "Narrativa clásica americana". Dirigida por William Wyler en 1959, esta versión de 212 minutos, se da el tiempo para plantear las referidas secuencias de acción como un medio y no un fin del relato.
Wyler, sin olvidar la música de Miklós Rózsa, pone en pantalla una cinta que se cuenta bien. Como corresponde a la narrativa americana, la cámara está al servicio de los personajes y diálogos, para constituir una puesta en escena que favorece un relato claro. El montaje favorece y no entorpecer la mirada. Una lógica de contar al servicio de una producción que se sigue viendo, incluso, considerando algunas actuaciones de cartón piedra -Charlton Heston-, pero que no afectan al todo dramático. El ambiente es parte de la trama, del drama de un Judá Ben Hur que sentimos sufrido, y donde cada estación por la que pasa se torna en un vía crucis consciente, pese a los exagerado que puede resultar a los ojos del 2016.
Y aparece esta cuarta adaptación. Una que sigue los mandamientos de la postproducción. hace rato pareciera que la narración no se desarrollara en el registro ni en los sets. Un cine en la tradición de la antigüedad -o peplum-, donde los elementos narrativos y físicos (actores) tienden a no importar mucho.
Este detalle se evidencia en este tipo de películas comerciales de acción venidas del mercado norteamericano, en el que hace ya un rato prefieren "mostrar" antes que narrar una historia.