La polémica en torno a la Historia Secreta de Baradit
Jorge Baradit Morales (Valparaíso, 1969) hace un año escribió Historia Secreta de Chile (Sudamericana, 169 páginas). En estas últimas semanas ha causado revuelo tanto por su éxito de ventas (más de 80.000 unidades) como por la ácida crítica que se le ha hecho sobre su forma de escribir la (anecdótica y despedazada) historia patria.
Peter Burke, un historiador inglés, nos dice que existen formas de hacer (escribir) la historia, y una de ellas es acercarse a lo narrativo como una manera de hacerla más digerible a quienes no han gozado del privilegio de la academia. Esto lo decía porque para nadie era un misterio que los escritos sobre historia se volvieron más científicos, basados en fuentes, pero con una prosa lenta, engorrosa y especializada, en fin, poco masiva, guardada en los anaqueles de bibliotecas, pero no de los hogares. Hoy esa escritura está en crisis. Baradit, en tanto, acercó la historia a la gente común. No es historiografía propiamente tal - cosa que él mismo reconoce - sino un anecdotario sobre diversos episodios de nuestro pasado que carecen de un hilo conductor: relatos divertidos, pero inconexos, poco útil para quien trate de encontrar en él una referencia citable en una tesis o un artículo de revista indexada.
Pero en mi opinión Jorge Baradit dio origen a una sana controversia: metiendo el dedo en la llaga de los historiadores, nos hizo preguntar: ¿Quién lee esa historia de artículos y libros "científicamente elaborados" fuera de la academia? ¿Para quién estamos escribiendo la historia? El debate ha hecho pasar por el cedazo el trabajo de Baradit, que es escritor, novelista, diseñador gráfico, pero no historiador - ergo, no le exijamos como tal - pero el tema va mucho más allá, pues cuestiona los cimientos de nuestra labor. Se supone que la historiografía debe ayudar en la construcción de nuestra identidad, dar respuestas frente a la incertidumbre, decir "veracidades" - no verdades, dado que las visiones sobre un hecho varían de un autor a otro. Pero si ello no es masivo - como el libro de Baradit, ¿habrá que creer lo que él está escribiendo? Ahí está el peligro. Es como creer que Manuel Rodríguez abrió la carroza del gobernador Marcó del Pont en sus narices, disfrazado de pordiosero ¡y salió vivo para contarlo! O que somos parte de una raza superior: la gótico - araucana según nos contaba Nicolás Palacios en su Raza Chilena de inicios del siglo XX. Leyendas, mitos, sí. Pero la gente los cree.
¿Entonces, qué hacer? Hacer más leíble y masiva la historiografía, sin quitarle las garantías de seriedad y cientificidad como trabajo interdisciplinario, es todo un desafío. Es buscar una nueva - o no tan nueva - orientación que resuelva las preguntas de la gente común: ¿De dónde vengo? ¿Cómo vivían y en qué contexto vivieron mis ancestros? ¿Cómo aportaron a construir este país? (rol erróneamente atribuido sólo a las elites) o, más fuerte aún ¿Para qué me sirve conocer mi historia?
La controversia de Baradit ha abierto un portal de nuevas dimensiones, desafío de escribir y difundir la historia "en la calle" (talleres, simposios, encuentros, que, dicho sea de paso, se está haciendo, v. gr., las historias de barrio), además de las clásicas jornadas y congresos reservados a los especialistas. Es decir, más que matar la historiografía Baradit nos debe hacer entender que es una oportunidad para fortalecerla, y así ayudar a una sociedad que no encuentra su rumbo, no sabe cómo autogobernarse, no se sabe qué hacer con su propia identidad.