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Camarón que se duerme…

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Todavía estaríamos esperando que el servicio de taxis se modernizara en la forma de cobrar, en la seguridad, calidad de los automóviles y que se ajustara a un cobro justo y transparente para el cliente, si no fuera porque aparece, desde fuera de las asociaciones de taxistas, un servicio acorde con las prácticas del mercado y a la altura de los tiempos que corren: Uber.

Es difícil producir innovaciones desde dentro. La observación de las necesidades o dolores del cliente están siempre sesgados a las condiciones que ya existen, a las reglas del juego entre las que se mueven los actores. Y por supuesto, el costo del cambio es alto y nadie quiere asumirlo.

Por eso, los nuevos actores son capaces de hacer propuestas diferentes y de cara a los requerimientos de un cliente que aún no tienen, pero que buscan conquistar. No deben cambiar, sino deben construir propuestas de valor que se ajusten a las expectativas del mercado. Y eso ha hecho Uber: ser la respuesta a la insatisfacción de miles de usuarios de taxis.

No es erróneo decir que no es legal, por cierto, de acuerdo a las reglas del juego vigente. Tampoco que es un mejor servicio, por cierto, de acuerdo a los clientes que todos los días lo prefieren.

El dilema parece ser: si abandonamos la posibilidad de mejores productos o servicios, en sintonía con las necesidades del mercado, en pos de cumplir leyes y normas, que, de hecho, se pueden cambiar; o abrimos las puertas a un diálogo que permita transformar los marcos legales en lineamientos más dinámicos y modernos, sintonizados con los avances tecnológicos y con los requerimientos de la población.

Si elegimos la segunda opción, sería un golpe al status quo y podríamos ver sentados en la misma mesa, no solo a los gremios, Uber y el gobierno, sino también a los usuarios, que son la palanca que le da sentido a esta polémica.

La resistencia al cambio y el sesgo que condiciona la comprensión de la realidad que se avecina hizo caer a Kodak y permitió el crecimiento de Canon, Nikon y Sony con la tecnología de la fotografía digital.

Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente…

Propiedad intelectual como motor de innovación

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El 26 de abril se celebró el Día Mundial de la Propiedad Intelectual, cuyo objeto es fomentar el debate sobre el papel que desempeña la propiedad intelectual a la hora de alentar la innovación y la creatividad.

El tema de este año fue "Creatividad digital: reinventar la cultura", de manera que los artistas y las industrias creativas reciban un pago adecuado para que puedan seguir permanentemente creando.

La propiedad intelectual es un sistema de incentivos económicos a la tecnología y a la creación, que entrega derechos exclusivos y excluyentes durante determinado periodo de tiempo a sus titulares. Ello a cambio de que los titulares divulguen esas creaciones o esa tecnología a la sociedad, la que podrá usarlas libremente cuando el periodo de protección caduque.

En la práctica, la propiedad intelectual entrega un monopolio temporal sobre la explotación comercial de los intangibles que protege. Ello porque es un instrumento para generar riqueza, no un fin en sí mismo.

La propiedad intelectual fomenta la innovación en los privados al permitir la apropiación de los resultados de los nuevos conocimientos que se generen, y, a la vez, permite la propagación de esos conocimientos, una vez transcurran los plazos de protección.

Este modelo de negocios basado en la transferencia de tecnología mueve millones de dólares anualmente. Esto ha sido entendido por los países desarrollados, pero parece no encontrar respuesta en los agentes económicos privados de Chile.

Pese a políticas públicas bienintencionadas que buscan fomentar la innovación, el emprendimiento y las actividades de I+D, aún no tenemos una cultura de protección al resultado de estas actividades.

No percibir la propiedad intelectual como algo necesario o que genere riqueza para sus titulares, sumado a una economía basada en commodities, genera la ecuación perfecta para que los niveles cuantitativos o cualitativos de innovación no sean relevantes.

Lo que ocurre a nivel nacional es aún más patente a nivel regional. Salvo honradas excepciones, el sector industrial en la Región del Biobío se preocupa poco por generar actividades de I+D, menos aún por proteger sus resultados.

El llamado a las empresas es a generar innovación y a proteger el resultado de ella; no por una cuestión de valor agregado, sino porque es el mínimo requerido para mantenerse y competir en los mercados del siglo XXI.