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Hogar de Cristo busca cincuenta mil nuevos agentes de cambio

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Se habla de avance y de desarrollo. Sin embargo, las cifras demuestran que la inequidad e injusticia social siguen siendo pan de cada día para miles y miles de personas. Es así que la Encuesta Casen 2013 revela, por ejemplo, que la distribución de los ingresos en Chile presenta altas y persistentes tasas de desigualdad, donde el 10% más rico de la población se lleva el 34,4% de los ingresos nacionales, mientras que el 10% más pobre sólo un 2%.

"La desigualdad es una herida abierta que sangra y que no cabe duda que nos duele y afecta a cada uno de nosotros, y que se alimenta en la medida que no todos pueden llegar a un estándar de vida que permita cubrir sus necesidades de afecto, bienes y servicios", afirma Cecilia Ponce, directora ejecutiva de la sede Biobío del Hogar de Cristo.

Es por eso que más allá de las iniciativas sociales puntuales, ya sean públicas o privadas, cambiar esta realidad es una tarea país. Precisamente eso es lo que busca demostrar cada año la fundación, que hace más de siete décadas inició el Padre Alberto Hurtado, a través de su campaña de captación de socios, que este 2016 se realiza bajo el lema "Por un Chile más digno y justo" hasta el 16 de mayo. El objetivo es sumar a 50 mil nuevos socios a nivel nacional, siendo 5.510 la meta regional.

SUMARSE AL CAMBIO

Ponce cuenta que el llamado que esta campaña hace a los chilenos es a comprometerse a ser agentes activos del cambio de la mano de la consigna "Enójate, Involúcrate", utilizando la sensación de rabia que provocan los casos de abuso e injusticia en algo que impulse a involucrarse y hacerse parte de las transformaciones que el país necesita. La idea, plantea Ponce, es que las personas "se indignen por la realidad de pobreza y exclusión que viven los adultos mayores, los jóvenes expulsados del sistema escolar, las personas en situación de calle, las familias y adultos que viven la discriminación y la falta de oportunidades laborales, de salud y de efectiva integración e inclusión social. Y lograr que esa indignación se traduzca en una invitación a involucrarse en acciones concretas, como una oportunidad de cambio real".

APORTE FUNDAMENTAL

Puntualiza que cinco millones de chilenos viven en situación de pobreza, ya sea por ingreso o multidimensional; y de las 750 mil de éstas que se encuentran en la Región del Biobío, 6.300 son atendidas cada mes por el Hogar de Cristo a través de sus distintas fundaciones y dispositivos.

En total son 37 mil beneficiados a nivel nacional y 450 los programas sociales en funcionamiento a lo largo y ancho de Chile, 54 de los cuales están distribuidos en la Región, entre San Carlos por el norte y Tirúa en el sur, con una red que aborda siete líneas de acción social: Educación Inicial, Infanto-adolescente, Personas en Situación de Calle, Adultos Mayores, Reinserción Educativa, Discapacidad Mental y Empleabilidad. "Todos los programas están dirigidos a personas en extrema pobreza, que forman parte del 10% más pobre de la Región, ese que vive la doble exclusión de no contar con los ingresos mínimos para vivir y no acceder adecuadamente a los servicios de salud, educación, trabajo y vivienda. Es decir que viven pobreza por ingresos y simultáneamente pobreza multidimensional".

Desde allí destaca que lo urgente de sumar nuevos socios y la razón que lo hace impostergable cada año es que el 54% del presupuesto de ingresos con el que cuentan para operar en la Región provienen del aporte mensual que hace cada socio. "Actualmente son 37.700 y el 2015 dejaron de serlo 1.500 personas por diversas razones, como cambio de situación socioeconómica o traslado. A este número se suman socios que se mantienen vigentes, pero que no hacen su aporte mensual o reducen el monto de dinero con el que colaboran, que en número duplican a los que parten", asegura.

Lo anterior significa que casi la totalidad de los programas dependen del aporte mensual de los socios para funcionar, cuya cuota mes a mes es de 3.500 pesos por cada uno, en promedio, dinero que es fundamental para entregar los servicios profesionales que los acogidos requieren. Ante esto Ponce recalca que "la pobreza ha cambiado y la forma de abordarla debe ser cada vez más integral y especializada si queremos efectivamente generar cambios y abrir oportunidades para una vida mejor a las personas que acogemos diariamente. Eso hace necesario convocar a los chilenos para que nos apoyen con tiempo y dinero".

Es por eso que para finalizar, Cecilia Ponce aclara que "si bien se cuenta con aporte del Estado en algunos programas sociales, sin el compromiso de la sociedad civil nuestra fundación no se sostiene y, lo que es más complejo, sin su involucramiento con la causa que nos moviliza, la justicia social, no es posible acercarnos al mandato ético que nos dejó nuestro fundador Alberto Hurtado, que es la de convocar a la comunidad en su responsabilidad con los más excluidos, crear una cultura de solidaridad y respeto al pobre" .

La discapacidad, una oportunidad para crecer y aprender juntos

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La vida de todos está colmada, desde siempre, de las más diversas situaciones, encuentros y desencuentros, alegrías y tristezas, sorpresas y realidades, que en ocasiones son difíciles de comprender y, en otras, nos parecen imposibles de superar. Surge entonces el por qué a mí, por qué a nosotros. Y ese cuestionamiento no es menor, la mirada del por qué a mí es solitaria, individualista, a veces lastimosa y en búsqueda de la autocompasión, no es fácil enfrentarse solos a una realidad que duele. Distinto es cuando nos dejamos acompañar y acompañamos, cuando sentimos y vivimos la alegría del amor, de la amistad, de la misericordia y la esperanza; cuando asumimos que en el caminar por la vida nos vamos encontrando compañeros de viaje que nos hacen más llevadero el andar.

Cada uno es libre de escoger desde dónde mira y vive la vida, pero desde la perspectiva del Humanismo Cristiano estamos llamados a vivir en comunión, a construir comunidad. Y la primera que conocemos es la familia, aquella común unidad que se forma a partir del amor, que se proyecta y renueva con la llegada de los hijos, aquellos que nos permiten descubrir y conocer la dimensión más gratuita del amor, porque se aman desde antes de nacer y para siempre, antes siquiera que puedan hacer algo para merecer ese amor. El anuncio que un nuevo hijo llega a la familia es sinónimo de alegría, de proyectos, de búsqueda y de esperanza; se escucha con frecuencia "ojalá que sea sanito", "Dios quiera que nazca bien". Y es que en un mundo exitista y competitivo, cualquier cosa que no responda a la "norma" está mal. Así, sin quererlo quizás, cosificamos también al que está por nacer, a los hijos y después a los enfermos, a los ancianos, al que no puede producir. Entonces es cuando nos olvidamos de que la vida es un don y no un derecho al que algunos tienen acceso y otros no.

Cuando una familia se enfrenta a un diagnóstico pre natal sorpresivo y difícil, o debe asumir la situación de discapacidad de alguno de sus miembros, puede hacerlo desde la pena, la rabia, la culpa y con ello vivir un largo duelo que destruye; pero tiene también la posibilidad de verlo como una oportunidad para crecer en el amor, en la entrega desinteresada, en el servicio -conyugal, parental y/o filial-, en la unidad.

Quienes hemos tenido la oportunidad y el regalo de conocer y trabajar con familias de niños y jóvenes en situación de discapacidad y descubrir a través de ellas potentes experiencias de esfuerzo, de sacrificio, de comprensión, de silencios profundos y risas bulliciosas, de miradas penetrantes, de rostros cansados pero satisfechos, no podemos dejar de reconocer nuestra admiración por el amor con que viven, por la fortaleza que construyen a diario y por el más potente testimonio de fidelidad al don de la vida.

En una sociedad que hoy discute el aborto, resulta imposible dejar de pensar en tantos rostros, en tantas historias que nos invitan a amar la vida, más allá de las condiciones, a valorar lo que somos como personas nacidas para amar y ser felices, llamadas a entender que lo esencial es invisible a los ojos. Para nosotros, profesionales vinculados a la discapacidad, surge un imperativo ético y moral, de asumir el rol social al que hemos sido convocados a acoger y acompañar a tantas familias que cargadas de incertidumbre buscan de nuestra ayuda y compañía, pero de aquella que surge de sus necesidades y no desde nuestra expertise.

Nada para ellos sin ellos. Tenemos que abrir espacios, visibilizar la discapacidad, para que juntos y en una co construcción que se traduzca en una intervención profunda a la sociedad, desde los pequeños espacios que forman las escuelas, las plazas y los lugares de trabajo, los cines y los estadios, los buses y los trenes; en fin, todo lo material que hemos construido, se haga verdaderamente inclusivo, porque la vida es un don y la discapacidad una oportunidad para crecer y aprender juntos.