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Patricio Aylwin: El gran constructor de nuestra transición

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Chile vive un momento de profunda tristeza. El país ha perdido a un hombre de excepción que marcó nuestra vida política en los últimos 50 años. Qué paradoja que se haya ido ahora, justo cuando esta actividad está sumergida en una profunda crisis de confianza.

Por eso creo oportuno recordar la vida y el legado de Patricio Aylwin, que nos puede dar luces acerca de cómo superar estas dificultades para que la función pública vuelva a recuperar la credibilidad y respeto que durante muchos años gozó y fue motivo de orgullo y prestigio para nuestro país.

En este sentido, considero que el primer rasgo que distinguió a nuestro ex Presidente fue su vocación pública. No es extraño que así haya sido. Su padre Miguel, fue presidente de la Corte Suprema; su hermano Arturo fue contralor general de la República, y cómo no olvidar a Andrés Aylwin, diputado en dos oportunidades y un valiente defensor de los derechos humanos.

Pero además, él sintió la política como un acto de servicio a los demás, que se debe ejercer en forma desprendida, con generosidad y honradez. De ahí la austeridad y sobriedad que no solo guió cada uno de sus actos, sino también la forma en que vivía.

Desde el punto de vista político, Patricio Aylwin fue un fiel exponente del humanismo cristiano y de las más altas virtudes republicanas. Era de reflexiones profundas, decisiones meditadas y de firmes convicciones que muchas veces, si era necesario, defendía con vehemencia, pero siempre con respeto.

Pero, más allá de los cargos que ocupó y los honores que recibió, su trayectoria política estuvo marcada por su compromiso con la democracia, el imperio del derecho y la paz social. Esa fue su conducta invariable, para la cual no escatimó la búsqueda del diálogo como el mejor instrumento para alcanzar grandes acuerdos.

Tuve la suerte de conocerlo desde corta edad, debido a la amistad que tuvo durante muchos años con mi padre. No puedo dejar de mencionar la enorme lealtad que siempre tuvo hacia el Gobierno de mi padre como senador por el Maule y, a la vez, como presidente de la Democracia Cristiana, especialmente en los momentos más difíciles cuando el partido se dividió, quiebre que él intentó evitar.

Su rol en el Gobierno de la Unidad Popular ha sido muy controvertido y a veces injustamente valorado. Por cierto que fue un duro opositor, pero siempre lo hizo en el marco de las reglas de la democracia e hizo todos los esfuerzos posibles para impedir el colapso de la democracia. No me cabe duda que esa experiencia lo marcó y significó un gran sufrimiento para él.

Con el advenimiento de la dictadura conoció de cerca el drama de los familiares de los desaparecidos, a quienes apoyó judicialmente. Luego, en el plano político, adoptó un rol estelar en la recuperación de la democracia. Fue uno de los dirigentes que estuvo en la génesis de la Alianza Democrática y posteriormente de la Concertación de Partidos por la Democracia. Además, participó activamente en la construcción del Acuerdo Nacional.

Es en esa época cuando Patricio Aylwin comenzó a cimentar el enorme legado que hoy Chile le agradece. Podríamos asegurar que lo mejor de sí lo tenía reservado cuando el país más lo necesitaba. Con la sabiduría que lo caracterizaba fue el primero en entender y asumir que el camino político era el único medio posible para derrotar al régimen militar.

Ese fue el primer paso para la recuperación de la democracia. Luego vendría el proceso de reconstrucción de confianzas entre las fuerzas democráticas, la creación de la Concertación de Partidos por el No y finalmente la derrota de la dictadura en el plebiscito del 5 de octubre de 1988.

Luego recayó sobre él la enorme responsabilidad de encabezar la transición. No podía ser otro. Las peculiaridades de la transición, que hoy algunos parecen olvidar, exigían un liderazgo con cualidades como las suyas.

Y Chile no se equivocó. En esos cuatro años, lejos del caos que la derecha anunció, el entonces Presidente Aylwin, entre otros logros, le dio gobernabilidad al país, reinstauró nuestra convivencia democrática, enfrentó con entereza y autoridad el drama de las violaciones a los derechos humanos, y se transformó en el verdadero constructor de la transición.

En marzo de 1994 me tocó sucederlo en la Presidencia de la República. Siempre sentí su apoyo y nunca dejaré de sentir gratitud por su disposición a darme su opinión o consejo sobre un tema particular cada vez que se lo pedí.

Hoy lamentamos su muerte, pero también agradecemos y acogemos su obra. Por sobre todas las cosas, creo que Patricio Aylwin es un testimonio de lo que jamás podemos dejar de admirar ni imitar: la imagen de un hombre sencillo y humilde, cálido y sabio, que vivió y trabajó intensamente para que su país fuera una tierra llena de nobleza, justicia y generosidad.