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"A lo mejor ahora está lloviendo": Esa realidad que preferimos no ver

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En un momento, digamos en el tránsito hacia el último giro de la obra, la interpretación de Daniela Henríquez, en el cuerpo de una mapuche de 100 años de vida, conmueve. Su diálogo se transforma en uno de aquellos momentos para guardar y recordar de las tablas penquistas. La actriz de La Otra Zapatilla, plástica, certera y explosiva en su hacer/decir; hace que el receptor se sienta parte de una trama que recorre el exilio y las pérdidas. Y lo logra desde lo emotivo, de aquel pálpito que toda obra artística debe proponer.

Pareciera que "A lo mejor ahora está lloviendo", montaje estrenado originalmente en 2012, adquiera ahora más vigencia que nunca. Ciertamente, el montaje dirigido por Carolina Henríquez, en 60 minutos trata un tema(s) que en este país vienen provocando heridas desde la Conquista. De ahí que este tipo de apuestas debieran convertirse en una necesidad creciente en todos los escenarios del país.

El trío de protagonistas se completa con Óscar Cifuentes y Maira Perales. Constituyen un plano conjunto, que en el escenario va mutando, cambiando y escenificando situaciones y sentimientos extraídos de la realidad.

Es el juego de la ficción el que permite al elenco llevar al espectador por un relato que se abre a la risa, la comedia. Pero también a ese teatro físico y en movimiento, que seduce desde lo simbólico (cada uno lo observa e interpreta según su posición). De ahí giramos al drama y a esa necesidad urgente de entender y asumir nuestras propias circunstancias.

Ellos, un trío de personajes involucrados y muy en sintonía, lo presentan desde el texto y un escenario de características frías, hecho que se marca por la cantidad de diarios y elementos de "viaje" que colman el set (maletas, vestuarios y cambios).

EN ESTE TRAYECTO

"A lo mejor ahora está lloviendo" es Un viaje a los sentidos y aquellas ideas que se prefieren no "ver", tampoco comprender y menos asumir. La cerveza a la que invitan los personajes es, finalmente, una bofetada y un llamado a la reflexión de lo que realmente importa. Por lo mismo es una gracia cómo le sacan partido al set y su disposición. También cómo queda instalado el público en el mismo -revierten la sala de Artistas del Acero-; lo cual obliga a sentirnos en un picado constante. Así, la psicología del espectador se va provocando, afectada con diálogos y situaciones que parecen cotidianas, pero que llevan a una profundidad latente.

En este espacio, resulta atinada y destacable la dirección de Henríquez. Realiza una búsqueda en el interior de sus personajes, como también de los presentes, la audiencia. Logra hacer montaje y no cortar y pegar escenas. Se propone, entonces, una mirada autoral de la realidad.

Lo experimental del ejercicio por el se apuesta, percibido en el inicio como un ensayo de investigación, fluye como una experiencia que sangra, dice y expresa. Caben muchas cosas en el paquete (la cita a Andrés Pérez no es casual), en este cuadro de tres seres humanos. Son ellos quienes simulan momentos y argumentan con diálogos, que se constituyen teniendo claro lo verosímil.

El despojo, el exilio y el desplazamiento son los temas centrales. Motivos dramáticos y narrativos que le dan curso a un montaje que vale la pena ver por la manera de plantear un punto de vista sobre nuestra realidad como país, Región e, incluso, ciudad.