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Comunicación no verbal es útil en el mundo del trabajo

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Las palabras no son el único vehículo para comunicarse, dado que mucha de lo que se transmite no proviene de ellas. De hecho, el 93% del impacto de los mensajes depende de elementos no verbales.

Así quedó demostrado en un estudio realizado por el investigador y psicólogo Albert Mehrabian, quien sostuvo que para ofrecer una comunicación eficaz y coherente hay que tener en cuenta todos los elementos que entran en juego al relacionarse con los demás. Aunque esto es fundamental en diversos ámbitos, resulta ser imprescindible en el aspecto profesional.

Anastasia Samokhvalova, consultor de Randstad Profesionals, señaló que existe una ciencia, denominada kinésica, que estudia detalles como la mirada, la sonrisa, las percepciones auditivas y táctiles, y sus respectivas reacciones.

El lenguaje corporal transmite información valiosa en todos los niveles. "Por ejemplo, golpear ligeramente los dedos revela inseguridad e impaciencia, tener los brazos cruzados denota una actitud defensiva, mirar hacia abajo refleja timidez, rascarse el cuello indica duda o incertidumbre, frotarse las manos en una entrevista significa impaciencia, por lo que cada pequeño movimiento puede tener un significado y ser interpretado por el interlocutor de una manera".

Una clave para hacer un uso eficiente del lenguaje corporal es mantener una buena imagen al vestir, lo que "demuestra profesionalismo, organización y pulcritud. Por otro lado, a través del contacto visual puedes saber hacia dónde se dirige una conversación y mirar directamente implica seguridad y confianza en uno mismo",

"La voz clara significa dominio de la situación, por lo que el tono debe ser controlado y moderado, sin parecer agresivo y hay que tener especial cuidado en el énfasis que se da a cada palabra", agregó.

Los amigos no siempre son un buen apoyo al hacer dieta

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Los amigos son importantes en nuestras vidas. Nos dan consejos, nos acompañan, nos ofrecen conversaciones entretenidas. Pero en tema de dietas o el reto de bajar de peso, su papel no sería de mucha ayuda.

Eso es lo que sugiere un equipo de científicos griegos, quienes en un trabajo publicado en Journal of Behavioral Medicine demostraron que, en lugar de contribuir a la pérdida de peso, las amistades y el círculo social en general pueden llevarnos a fracasar en este objetivo.

Los investigadores, liderados por Eleni Karfopoulou de la Universidad Harokopio, estudiaron a 400 personas de Grecia que habían perdido 10% o más de su peso corporal. Se les hizo seguimiento durante un año para observar sus esfuerzos por mantener este resultado. Al cabo de ese tiempo, 289 personas habían mantenido la baja de peso, mientras que 122 habían recuperado algunos kilos o su totalidad.

Luego los autores se fijaron en el tipo de apoyo social que las personas a dieta recibían de sus amigos y si este respaldo les ayudó a tener éxito o no. La gente que había recuperado peso dijo haber tenido más apoyo social que aquellos que se mantuvieron más delgados.

En opinión de los investigadores, estas no son buenas noticias para aquellos amigos y familiares que intentan ayudar a sus seres queridos en su desafío alimenticio.

Pero, ¿por qué recibir más ayuda hace más probable la subida de peso? La explicación más simple es que algunos tipos de ayuda son mucho más útiles que otros.

De hecho, un análisis más específico mostró que las personas que tuvieron dietas exitosas tendieron a recibir más halagos sobre sus hábitos alimenticios. También reportaron con más frecuencia que algunos de sus amigos y familiares los apoyaban con el ejemplo, es decir, comiendo alimentos saludables con ellos en lugar de productos que no los ayudaban a adelgazar.

Quienes subieron de peso, en cambio, reportaron una mayor cantidad de consejos y órdenes recibidas por su círculo social, como "no comas alimentos altos en grasas" o "es importante que hagas ejercicio".

Si este es el tipo de ayuda que la gente le entrega a sus amistades o parientes, los expertos sugieren cambiar la estrategia.

"La familia y los amigos de personas que intentan bajar de peso podrían probablemente contribuir más cuando ofrecen su apoyo en forma de cumplidos y participación activa, en lugar de instrucciones verbales y recordatorios", indicó el equipo científico.

También apuntaron a estudios que se han hecho en el pasado, donde algunas mujeres manifestaron que los recordatorios sobre comer bien o ejercitarse más las hicieron sentirse peor porque ya estaban esforzándose por concretar estos cambios.

Por muy bien intencionados que sean estos comentarios, pueden tomarse como críticas, aseveraron los profesionales.

Agregaron que ello no quiere decir que estos comentarios e instrucciones sean los verdaderos responsables de que la gente recupere peso. Más bien podría ser que la gente recién empezó a dar estas opiniones cuando se dieron cuenta de que sus amigos estaban de nuevo engordando o desordenándose en las comidas.

También creen que es posible que los individuos que habían subido de peso eran sensibles a ese tipo de comentarios y más propensos a recordarlos.

No busquen entre los muertos al que está vivo

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"¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado. Recuerden cómo les habló estando todavía en Galilea". Estas son las palabras que aquellos dos hombres con vestidos resplandecientes dijeron a las mujeres que fueron el primer día de la semana al sepulcro de Jesús con aromas y mirra a embalsamar su cuerpo. Resonaron en todos los templos en este domingo de Resurrección.

En esas palabras hay un reproche. En efecto, un sepulcro es un lugar de muertos; no se debe buscar allí a uno que está vivo y menos aun venir con aromas a embalsamar a uno que vive.

Según los dos hombres, ellas cometen ese error, porque no recuerdan lo que Jesús les habló, y citan las palabras de Jesús: "Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite".

¿Qué es lo que ellas no recuerdan? No necesitan recordar que el Hijo del hombre haya sido entregado en manos de los pecadores y haya sido crucificado, porque eso lo habían presenciado: "Todas las gentes que habían acudido a aquel espectáculo (la crucifixión y muerte de Jesús), al ver lo que pasaba, se volvieron golpeándose el pecho. Estaban a distancia, viendo estas cosas, todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea... Las mujeres que habían venido con él desde Galilea, fueron detrás y vieron el sepulcro y cómo era colocado su cuerpo. Y regresando, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron según el precepto" (Lc 23,48-49.55-56).

¿Lo que no recordaban esas mujeres es acaso que, sobre el Hijo del hombre, Jesús había dicho: "Resucitará"? No. Eso no necesitaban recordarlo, porque ya lo creían.

Lo creía también Marta. Cuando Jesús dijo a Marta refiriendose a su hermano Lázaro, que yacía en el sepulcro muerto hacía cuatro días: "Tu hermano resucitará", ella respondió: "Sé que resucitará en la resurrección, en el último día" (Jn 11,23.24).

Creían en la resurrección de los muertos los discípulos de Jesús y también los fariseos; pero "en el último día".

Lo único entonces que esas mujeres no recordaban y que no recordaban ni los Once ni todos los demás discípulos es la circunstancia de tiempo: resucitará "al tercer día".

Si ellas esa mañana hubieran encontrado el cuerpo de Jesús en el sepulcro y lo hubieran embalsamado, como era su intención, los anuncios de Jesús, que fueron repetidos, en cuanto a esa circunstancia de tiempo, se habrían demostrado falsos; y así toda su enseñanza habría sido cuestionada y habría terminado por olvidarse, como se olvida todo en la muerte.

Con su resurrección, todo lo que Jesús enseñó cobró sentido, en particular, su condición de Hijo de Dios, que era lo que más objetaban los judíos: "Si eres Hijo de Dios, ¡sálvate a ti mismo y baja de la cruz!" (Mt 27,40).

Él no bajó de la cruz; pero hizo algo infinitamente mayor: él venció a la muerte, él murió y resucitó.

De esa manera, queda claro no sólo que él es Hijo de Dios, sino que nos concede también a nosotros, que creemos en él, esa condición.

Nunca nos habríamos atrevido nosotros a llamar "Padre" a Dios, si quien nos mandó hacerlo hubiera permanecido en la muerte. A un muerto no le habríamos creído.

La prueba más clara de la resurrección de Cristo es la existencia actual de la Iglesia. La Iglesia atraviesa los siglos -y lo hará hasta el fin del mundo- porque está en medio de ella Cristo vivo, según lo prometido por Cristo resucitado a sus discípulos: "Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,10).

Esto es lo que ha vivido y enseñado siempre la Iglesia, como lo reafirma en nuestro tiempo el Concilio Vaticano II: "Cristo está presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro, 'ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz', sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los Sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: 'Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos' (Mt 18,20)" (Sacrosanctum Concilium, N.7).

Entre las mujeres que fueron al sepulcro ese primer día de la semana -"eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas"- falta ostensiblemente una: su madre María.

Ella es la única que recordaba cada palabra de su Hijo y la meditaba en su corazón. Ella es la única que no va al sepulcro, porque sabe que él no está allí, sabe que él está vivo y que no debe ser buscado entre los muertos.

En el tiempo que transcurre entre la muerte de Jesús y sus apariciones a sus discípulos ya resucitado, la fe perduró solamente en María.

Ella nunca dejó de merecer a bienaventuranza que le dirige Isabel movida por el Espíritu Santo: "Bienaventurada la que ha creído" (Lc 1,45).

Que la fe en la resurrección de Cristo y nuestro contacto con Cristo vivo en la Eucaristía nos llene de gozo y transforme nuestra vida.

Obispo de Santa María de Los Ángeles