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El desafío de lograr sintonía entre el ambiente escolar y el familiar

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Estamos próximos al inicio de un nuevo año escolar. Éste suele ser un momento en que niños y jóvenes comienzan a pensar en las responsabilidades y compromisos académicos luego del período estival. En muchas familias es posible que aumenten los niveles de tensión psicológica, especialmente en aquellas que tienen un hijo o hija en plena etapa de desarrollo de su adolescencia.

Aparecerán conversaciones respecto de las expectativas y anhelos para el año académico, los que en muchas ocasiones no suelen ser suficientemente claros en las tareas particulares que son necesarias para obtener, en primer lugar, buenos aprendizajes y, en segundo lugar, buenos rendimientos académicos.

Uno de los factores psicosociales de mayor relevancia para obtener una experiencia satisfactoria con aquello que se aprende en las aulas, es el ambiente escolar y sus interacciones con el ambiente familiar. Ambos suponen ciertas coordinaciones básicas para el logro de mejores niveles de satisfacción con aquello que se aprende.

Se conoce por las investigaciones tanto en psicología como en educación propiamente tal, que un buen ambiente escolar tiene gran relación con la forma de vínculo entre profesores y alumnos(as), donde la cooperación, apoyo y respeto en las diferencias generan un tejido social que habitualmente termina sosteniendo el interés por descubrir y explorar nuevas formas de aprendizaje.

Lo anterior asociado a una forma firme y cariñosa de mostrar límites y prohibiciones a nuestros impulsos con mayor capacidad de alterar la convivencia social. Esto quiere decir que para obtener ambientes facilitadores del desarrollo es necesario tener no sólo exigencias de rendimientos y cumplimiento de normas, sino que también desarrollar una sensibilidad y empatía hacia la satisfacción de las necesidades emocionales de todos quienes participan.

Se puede sostener entonces que tanto en ambientes escolares como familiares parecen funcionar una combinación de calidez, comunicación clara y fluida, estándares elevados de comportamiento social y control parental moderado tanto de las tareas escolares como del uso del tiempo libre.

La posibilidad de entrecruzar ambos ambientes resulta un desafío muy importante para padres, profesores y los propios adolescentes, pues los intercambios que se provocan suelen potenciar las habilidades de aprendizaje. La clave parece estar en los resultados de las investigaciones más recientes en estos temas. Éstas señalan que la posibilidad de potenciar la sincronía entre los distintos ambientes sociales, buscando en todo momento estimular y cuidar las partes más sanas de cada uno de estos, favorece los procesos del pensar cada vez más reflexivos y profundos en búsqueda no sólo de buenas preguntas sino también en el uso de conocimiento para descubrir e innovar.

La invitación es a conocer los proyectos educativos que cada colegio dispone para intentar una sintonía que busque beneficios y satisfacción para todos los agentes de una comunidad.

Padres pueden ayudar a que la vuelta a clases sea un proceso más amigable

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Los últimos días de febrero no sólo marcan la recta final del verano, sino que para las familias en las que hay hijos en edad escolar es sinónimo del regreso a clases.

Y mientras a los padres y adultos se les aparece marzo de la mano de la compra de uniformes y útiles escolares, junto al pago de los permisos de circulación, entre otros gastos; niños y jóvenes deben prepararse para retomar sus rutinas, lo que implica, por ejemplo, la adaptación de los horarios veraniegos a los del año académico.

Así, dejar atrás las vacaciones puede ser un proceso complejo y los padres o adultos significativos tienen un importante rol si de hacerlo más amigable se trata (ver recuadro).

PREPARAR A LOS HIJOS

Al respecto, Carmen Gutiérrez, directora de la Escuela de Psicología de la Universidad del Pacífico, afirma que conversar con los hijos sobre el cambio que viene más adelante es una buena forma de romper la rutina veraniega.

"Si hablamos de niños escolares y menores de edad, pensar que ellos estarán preparados para la vuelta a clases de manera independiente y autónoma es poco realista, porque ellos no tienen la capacidad de proyectarse en forma cabal. Los niños lo que sí pueden proyectar es que podrán volver a juntarse con su amiguito o amiguita. Entonces, el tema de la preparación para la vuelta al colegio es una tarea cuya responsabilidad recae en los hombros de los padres y no en los niños", sostiene.

Uno de los aspectos fundamentales, entonces, es que los padres informen de manera previa a los niños sobre lo que implica, concretamente, la vuelta a clases. Decirles de qué manera la rutina cotidiana se verá afectada y comentarles cómo será ésta más adelante, considerando la hora de acostarse y levantarse, son algunos de sus consejos.

En relación a llegar a acuerdos con los hijos, opina que "no todo debe ser negociable, ni transable ni definible por los niños. Hay ciertos espacios y cosas que deben ser definidas por los padres. Lo único que se debe negociar es la forma en que se implementa la norma definida por los padres, pero no la norma en sí", asevera.

ADAPTACIÓN PAULATINA

Poner en práctica la readaptación de las rutinas después de las vacaciones podría ser un proceso complejo. Por eso, Carmen Gutiérrez recomienda partir por lo básico: asumir los nuevos horarios. "En este tiempo que queda de vacaciones es bueno ir acortando los horarios de trasnoche de los niños, para que se vayan acostumbrando a acostarse y levantarse más temprano", plantea.

Eso sí, según advierte el psicólogo Jonathan Duarte, las rutinas vinculadas con ritmos vitales como la alimentación y el ciclo sueño-vigilia son críticas. El académico de la Facultad de Psicología de la Universidad San Sebastián aclara que se trata de dos aspectos que son muy susceptibles de alterar producto de irregularidades en los hábitos, pero que así también son más difíciles de reorganizar, por lo que requieren de tiempo y constancia para retomarlas satisfactoriamente. Por eso, en el caso de los niños y aunque la mayoría ya está pronto a iniciar su año escolar, dice que empezar con dos semanas de anticipación con las rutinas de sueño-vigilia y de manera paulatina, es la mejor medida. "Por ejemplo, si hoy se levanta a las 10:00 y durante el año debe hacerlo a las 6:30, debe comenzar con los primeros días de inicio de la adaptación levantarse a las 9:30, luego de unos días a las 9:00, sucesivamente hasta llegar el primer día de clases levantarse a las 6:30 sin sufrimiento ni quedándose dormido en clases. Este mismo principio opera para la hora de acostarse", explica. Este proceso de adaptación es muy útil también para los adultos, añade.

Respecto a la importancia de mantener rutinas, sobre todo en el caso de los niños, Duarte afirma que son extremadamente necesarias, ya que proporcionan certezas y regularidades, haciendo al mundo más previsible y confiable, y facilitando actuar en él. "Un niño que tiene claras sus rutinas es capaz de tener certezas de cómo funciona su mundo y qué consecuencias tienen sus actos en él. Con ello es posible que genere una visión de sí mismo y del mundo mucho más organizada, con lo cual se fomentan sentimientos de confianza y seguridad, que son la base de una autoestima sana", manifiesta.

Por último, Carmen Gutiérrez aclara que si bien la adaptación a la rutina escolar puede provocar cierta rebeldía e irritabilidad en los niños y jóvenes, los padres o adultos significativos deben dar confianza sobre los recursos y capacidades que poseen para enfrentar esta nueva situación. "No hay que asustarse por el estrés de la vuelta a clases, porque es lo esperable, al igual que lo que sucede con el cambio de casa, de colegio o de profesor. Un niño estresado no es un niño enfermo, sino que es una respuesta natural del ser humano frente a una situación que de alguna manera evalúa o percibe que lo sobrepasa. Retomar la rutina será solo cosa de tiempo", concluye.