David Bowie: réquiem para una inmortalidad
Una mirada enigmática e inquietante -una riña adolescente dejó dilatada su pupila izquierda a perpetuidad-, una inédita teatralidad en la performance, una voz difícilmente reemplazable y un estrafalario glamour fueron las marcas que definieron la imagen de David Robert Jones, David Bowie: uno de los músicos más relevantes del último tercio del siglo XX, que proyectó sus luces y sombras hasta el presente.
Pensados desde su música, sus recién cumplidos 69 años fueron de perpetua juventud. Inquieto y prolífico, su carrera artística fue una seguidilla de propuestas innovadoras y experimentos que, desde la década de 1960, marcaron un referente ineludible.
Su influencia no se restringe al pop comercial, aparentemente más próximo a sus sabidas excentricidades. No cuesta reconocer su ascendiente en artistas como Annie Lennox, Madonna o Lady Gaga. Sin embargo, restringirlo al mundo del pop es un error.
Su contribución creativa alcanzó horizontes más lejanos. Bandas como Radiohead, Suede, Smashing Pumpkins, Nirvana, Blur, Oasis, The Cure y Foo Fighters también reconocieron su influencia.
EN TRES RAZONES
Entender el peso de su despliegue creativo parte por asimilar que no se trata simplemente de un músico exitoso. Sus muchos nombres, en algún punto, pasan a ser una manera de definir la cultura pop.
Al respecto, son tres las claves de su contundencia.
Primero, su inteligencia (astucia) creativa. Bowie sabía cómo componer un éxito comercial. Es así que nos regaló algunos de los himnos pop más emblemáticos. "Space oddity" (1969), "Starman" (1972), "Fame" (1975) y "Heroes" (1977), sólo por nombrar algunos.
Pero el punto aquí no es el volumen de ventas (más de 140 millones de discos durante su carrera), sino su capacidad para conciliar una música accesible y de alto valor artístico, capaz de satisfacer la exigencia de quienes observan con ojo crítico el acontecer musical. Por algo su influencia. Llamo especialmente la atención sobre "The next day (2013), un álbum maduro y consistente, tristemente opacado en su momento por el -también excelente- "Random access memories" de Daft Punk.
Segundo, su performatividad.
Bowie era también un talentoso actor, capaz de repensarse a sí mismo como un personaje, adaptarse a cada nueva realidad y mimetizarse en ella. Ziggy Stardust reencarnó en Aladdin Sane, en el Duque Blanco y, finalmente, en David Bowie, conquistando cada vez audiencias más jóvenes.
Tampoco escatimaba en desplegar esas dotes en sus presentaciones. Sus conciertos y discos eran concebidos como una narrativa. Su canto estaba teñido de un dramatismo inédito, y sus escenificaciones marcaron la pauta para lo que más adelante sería la new wave, el glam-rock, lo kitsch y lo queer.
Tercero, y muy cercano a lo anterior, su musicalidad se expandía hacia otros universos creativos. Componía desde lo sonoro, pero también desde lo visual. Su alianza con Brian Eno (1977-79) revolucionó la forma de entender la música pop, al incorporar un concepto de paisaje sonoro, con anclaje en la tradición académica de la música concreta y una emergente escena electrónica derivada del Krautrock alemán.
La dupla Bowie-Eno proporcionó los insumos para la renovación que exigía el post-punk a fines de los '70. Figura imprescindible, capaz de crear códigos propios que aspiraron a hacerse universales. Y en cierta medida lo lograron.
Víctima de un cáncer, falleció el 10 de enero. Dos días antes conmemoró su cumpleaños con el último álbum de su carrera: "Blackstar". En "Lazarus", primer sencillo, reflexiona sobre su inminente partida postrado en el lecho mortuorio. Nadie mejor que él para componer su réquiem.