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El rechazo de Belén (o la cruz en Navidad)

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Ha llegado nuevamente la época de Navidad y, con ella, las tarjetas virtuales que empiezan a saturar mi correo. El tenor de la mayoría es de una dulzonería que se me hace insoportable. Será porque soy insulino-resistente o un "romanticida", como me autocalifiqué hace ya tiempo en alguna de estas columnas, o las dos cosas.

Entre tanto pesebre "tiernucho" nos pasamos por alto la tremenda injusticia allí representada. Sabemos muy bien que Jesús murió crucificado, pero esa cruz estuvo presente, de diversas formas, durante su vida e, incluso, en su nacimiento, específicamente en la forma de rechazo.

El evangelista Lucas, dice que José y María, debido a un censo, fueron de Nazaret a Belén y "mientras estaban en Belén le llegó a María el tiempo del parto, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada" (Lc 2,6-7). La tradición ha puesto el nacimiento de Jesús en una gruta, esto es, fuera de un entorno humano.

Sin entrar a juzgar la historicidad del relato, una posible interpretación teológica de este pasaje pareciera apuntar a que Jesús experimentó el rechazo desde su mismo nacimiento. Así como murió fuera de las murallas de la ciudad, nació fuera de las murallas de un pueblo. Es lo que aparece expresado en el prólogo del evangelio de Juan: "Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron" (Jn 1,11). El Hijo de Dios se hace hombre en la marginación: nació, vivió y murió como tal. El ofrecimiento que Dios nos hace de su ser, que es amor, es rechazado y en ese rechazo nos deshumanizamos volviéndonos insensibles, crueles y homicidas.

El pesebre nos muestra así su "lado b", su dimensión oscura, tenebrosa. Al mirar el pesebre deberíamos mirar también toda injusticia, toda marginación, todo desprecio de la vida. Jesús, desde su pobre nacimiento, se hace uno con todas las víctimas de la historia, con todos los sufrientes, con los cientos de miles que se ven obligados a emigrar y son maltratados por el camino y en los países de destino o han muerto trágicamente en el trayecto. Pero muy en especial, se hace uno con aquellos miles de seres indefensos que ni siquiera logran llegar a una pesebrera, por indigna que sea, porque son arrancados con violencia asesina del vientre materno.

El contemplar el amor de Dios encarnado en la debilidad del niño en la pesebrera nos pone en una encrucijada entre aceptar o rechazar el amor, la vida; entre la humanización y la brutalidad.

Que el Dios nacido niño en la marginación de un pesebre nos dé la fe, esperanza y alegría para que en el 2016 hagamos un mundo más humano.

Macri, el restaurador

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Hace unos años atrás, Diego Maradona con su verborragia habitual decía que la selección argentina de fútbol era como un Rolls Royce que estaba sucio y que sólo había que limpiarlo para que vuelva a ser el mejor, porque su funcionamiento estaba intacto.

Unos años antes de este comentario, el ex presidente "transitorio" Eduardo Duahlde (El que recibió el país en llamas del 2001 y lo entregó a Néstor Kirschner), planteaba que "La Argentina está condenada al éxito…"

Los primeros tiempos de Kirschner, con el descomunal precio de la soja y su habilidad en le manejo de la "caja", pareció darle la razón a Diego y a Duhalde, ya que permitió vivir una de las tantas primaveras argentinas plenas de cosmética y tan alejadas de la normalidad. Hasta allí, el modelo Kirschnerista alternaba buenas y malas.

Llegaron los tiempos finales de la fiesta "K" con un estado grande y muy lejos de ser un gran y poderoso estado, con una infraestructura país en terapia intensiva, con una economía debilitada y una grieta sociocultural preocupante. Casi un incendio…

Hoy Macri tiene claro que La Argentina no es un Rolls Royce sucio, sino más bien chocado, sin frenos y con el motor endeble, y que en el concierto internacional ya no es el país condenado al "éxito", sino más bien aparece en una situación bastante cercana al fracaso.

Pero todo cambio genera expectativas y esperanzas, pero que esas esperanzas no se transformen en euforia exitista porque el golpe con la realidad puede ser letal. Y creo que Macri y su equipo lo saben.

Saben que no es este gobierno el que va a responder por todos los temas y todos los problemas. El tiempo no le va a alcanzar.

En cuatro años no va a normalizar el Estado, ni tampoco generar la infraestructura perdida, ni llegar a la pobreza cero. Sería algo casi mágico, algo que provenga de situaciones no controlables favorables.

Desde lo controlable, Macri tiene la posibilidad de pasar a la historia como un "restaurador". No va a diseñar un país, va a intentar restaurarlo para después pensar en el diseño.

Parece un trabajo "sucio" pero no menor. Reencauzar el Estado en busca de eficiencia, volver a ser creíble con datos ciertos, iniciar proyectos de infraestructura básica (energía, por ejemplo), equilibrar las cuentas, las deudas y la confianza.

Macri tiene como eje de su trabajo alisar el camino, ponerlo en condiciones para que luego se construya la carretera que lleve a la Argentina al sitio de país desarrollado del que estuvo cerca de comienzos de los años sesenta.

Macri será quien, paso a paso, despliegue el desarrollismo como ideología en estos cuatro años de restauración. Si intenta pasar a la historia como el protagonista del todo, seguramente correrá los mismos riesgos de los antecesores.

Este período presidencial no es para protagonistas mediáticos, es para constructores. Paso a paso. Como se reconstruye una obra de arte.