El pesebre: entre el romanticismo y la realidad
Durante estas semanas, en muchos hogares y comunidades cristianas, se ha comenzado a construir uno de los signos más propios de Navidad: nos referimos al pesebre. Su instalación da pie a una serie de manifestaciones religiosas, mezcladas con sentimientos bellos, románticos y, no pocas veces, alejados de la realidad que expresa.
¿Cómo lo comprendemos?
Lo entendemos como un signo que nos lleva a conmemorar el misterio de la encarnación. Sus piezas, cuidadosamente instaladas, van reconstruyendo el lugar donde nació Jesús. Según las diversas costumbres, los feligreses de una parroquia -o los miembros de una familia- van instalando a los actores de este acontecimiento. Primero, se coloca a los animales: una vaca, un burro, algunos corderos. Luego comienzan a aparecer las figuras más relevantes: María, José, algún pastor…un buey, que se quedó traspapelado, un ángel. Luego, normalmente antes de tiempo, a los Reyes Magos y, finalmente, al Niño Dios: tierna figura, ojos azules y pelo claro, emplazada, lo más probable, por un niño ejemplar hijo o nieto de la animadora de la comunidad, que nos llena de gozo y ternura. Todos estamos felices… porque Jesús ha nacido.
Pero, ¿qué nos muestra en verdad?
El pesebre nos muestra una realidad dura, doliente y vergonzosa. Sí. Claramente no es una bella expresión de la acogida de los hombres al Dios encarnado. Es, a nuestro entender, la máxima manifestación del egoísmo y de la exclusión que la humanidad puede y hace - muchas veces- ante aquello que no comprende o que no quiere aceptar.
El Niño Dios nace en la pobreza extrema, rodeado de miseria y marginación. ¿Alguien podría pensar que una madre quisiera dar a luz a su hijo en estas condiciones? Ciertamente no, pero fue así porque nadie quiso acoger a Aquel que venía.
María y José recibieron a Jesús en esta realidad pobre, triste y miserable ¡Qué magnifico signo de Dios!, pero ¡qué inmensamente incomprendido por todos! Dios se hace uno con nosotros en la fragilidad de un recién nacido, en la pobreza extrema, en la indiferencia de tantos. ¿Alguien podría pensar que José fue descuidado? ¿Qué no fue capaz de adelantarse a los hechos? Ciertamente no.
El pesebre es un signo lleno de gracia, pero, al mismo tiempo, terrible. Sin embargo es, finalmente, la manifestación más extraordinaria de un Dios que nos ama y que nos muestra, desde las contradicciones de nuestro mundo, un camino cierto y claro a seguir.
Que esta Navidad nos ayude a crecer en nuestra fe, comprendiendo que es un don para hacer de nuestra vida un verdadero testimonio de un Dios que se hace uno con nosotros, especialmente con los más pobres y necesitados.