Formación ética de profesionales
En las últimas semanas han causado revuelo vergonzosos actos presuntamente cometidos por profesionales: abogados en cárceles, ingenieros y ejecutivos en empresas.
Las respuestas que emergen en la discusión pública van desde detectores de metales para las cárceles, a penas de cárcel para ejecutivos, con el fin de reducir la probabilidad de que burlen la ley, los reglamentos internos de las empresas o la confianza de los consumidores.
Sin embargo, la ética profesional también ha sido pasada a llevar, y hay algo que hacer al respecto. Ser profesional no debería considerarse solo un título que acredita tener formación experta, sino que se cuenta con criterio formado para ser responsable del buen uso de esa instrucción.
La ética profesional es necesaria. Los criterios y valores de la profesión son parte del set de elementos considerados por una persona a la hora de decidir, y más lo será si fueron bien asentados. De allí que exista un deber ineludible de la formación universitaria inicial y continua.
Ella debería aportar claridad sobre valores, deberes asociados al encargo social que ocupa, que permita difundir un orgulloso sentido del rol con miras a la responsabilidad de actores sociales que buscan merecer la confianza que se deposita en ellos.
Si bien es un tópico antiguo en la teoría sobre profesiones el destacar los aspectos negativos del poder que poseen y del uso que de él hacen, no debería perderse la esperanza en el terreno social.
Entre el hoy y las posibilidades futuras como sociedad existe la esperanza de reforzar la formación de los nuevos profesionales. Asimismo, de fortalecer el rol de los colegios profesionales, haciéndolos partícipes de la discusión social y de la creación de fórmulas de autorregulación que eviten que, en un país donde ser profesional importa tanto, la profesión aporte poco.