Competencia y colusión
El "cartel del confort" ha puesto de relieve, una vez más, el efecto negativo que acciones explícitamente coordinadas por algunas empresas pueden tener sobre el bienestar de los consumidores.
Este caso se suma a los ya conocidos casos "farmacias" y "pollos", y comparte la misma característica de que son acciones concertadas explícitamente las que llevan a las empresas a comportarse de la manera en que lo hacen.
Sin embargo, ¿cuán necesario resulta la coordinación explícita entre los actores para que el resultado final sea un resultado colusivo? Existe abundante evidencia teórica y empírica que muestra que no es necesario dicha coordinación explícita para observar resultados como los del cartel del confort. De acuerdo con esta evidencia, los actores pueden alcanzar altos grados de colusión sin siquiera conocerse unos a otros. Más aún, esta coordinación puede alcanzarse en mercados con muchos competidores, lo que debilita el argumento de que sólo mercados con altos grados de concentración son propensos a la colusión.
La idea central es que los actores de un mercado responden a su entorno, en particular a las creencias que ellos se forman respecto a este entorno. Así, para una empresa que cree que bajar el precio sólo desatará bajas mayores en los precios de sus competidores puede resultar poco atractivo bajar su precio en primer lugar.
Pero si esta creencia es compartida por los demás competidores, entonces nadie tendrá incentivos a bajar sus precios, resultando en algo muy similar a lo que se observaría si el mercado estuviera coludido de forma explícita.
Esto pone de manifiesto la necesidad de revisar el proceso usado para detectar comportamientos considerados atentatorios contra el bienestar de los consumidores, y el umbral de prueba necesario para demostrarlo. Lo anterior, puesto que competencia y colusión no son excluyentes, por lo que comportamientos como el de las empresas del cartel del confort pueden ser más comunes de lo que se cree.