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Alegría fue protagonista en Cena Pan y Vino

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La solidaridad congregó a más de mil 500 personas recientemente, quienes disfrutaron de una noche de sorpresas y entretención en una nueva versión de la Cena Pan y Vino en Concepción, la que se realizó en el centro de eventos Suractivo y que va en beneficio de las Fundaciones Hogar de Cristo.

La actividad celebró de manera alegre el trabajo iniciado hace 71 años por el Padre Alberto Hurtado , que hoy permite acoger con amor y dignidad a más de 21 mil chilenos y chilenas que viven en condiciones de vulnerabilidad y exclusión social.

Es por lo mismo que bajo esta premisa, el ya tradicional encuentro es una instancia fundamental para difundir el mensaje que dejó su fundador, quien interpeló fuertemente a la sociedad por las desigualdades en su época.

Cecilia Ponce, directora ejecutiva del Hogar de Cristo sede Biobío, señaló que "sin duda, las Cenas Pan y Vino han permitido el encuentro de distintos mundos, en una sociedad que hoy está inmersa en una profunda crisis de confianza. Esperamos que esta instancia los convoque a restituir aquellos lazos que se han diluido en el último tiempo y que son tan necesarios para juntos construir un país más justo y solidario".

Además agregó que "en este encuentro sencillo se buscan varias cosas, promover la obtención de recursos para ir en ayuda de quienes más lo necesitan, comprometer a la comunidad en la lucha contra la desigualdad y finalmente agradecer a las miles de personas que, de manera permanente y generosa, nos ayudan a seguir el legado de solidaridad de nuestro santo fundador".

El Hijo del hombre vino a entregar la vida

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Nosotros, que ya conocemos el desenlace de la vida de los Doce apóstoles (obviamente, considerando a Matías) y que sabemos que ellos son el fundamento sobre el cual se edifica la Iglesia de Cristo, quedamos sorprendidos al leer en el Evangelio de este Domingo XXIX del tiempo ordinario la petición que hacen a Jesús los hijos de Zebedeo. Más aun si observamos el momento en que la hacen. Jesús parece tener con ellos un diálogo de sordos. Sordos son los apóstoles, se entiende.

"Se acercan a Jesús Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: 'Maestro, queremos que nos concedas lo que te pidamos'. Él les dijo: '¿Qué quieren que les conceda?'. Ellos le respondieron: 'Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda'". Ellos han confesado que Jesús es el Cristo y, según la expectativa de Israel, al Cristo (el Ungido) corresponde heredar el trono de David, su padre, y tener un Reino eterno. En ese Reino ellos aspiran a los puestos de mayor honor y poder, a derecha e izquierda del rey mismo. Decíamos que Jesús parece dirigirse a sordos, porque sus palabras inmediatamente anteriores, dirigidas expresamente a los Doce, son éstas: "Miren que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, y se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán, y a los tres días resucitará" (Mc 10,33-34). Era el tercer anuncio de su pasión. Por eso, después de escuchar esa petición, Jesús les dice: "No saben lo que piden".

En realidad, lo que ellos piden es muy poco. Jesús quiere darles algo mucho mejor. Pero, para esto, pone una condición: "¿Pueden beber la copa que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?". Jesús usa expresiones idiomáticas que nosotros no usamos. Pero sabemos que son expresión de una muerte violenta y que así lo entendieron Santiago y Juan. La condición es, entonces, seguirlo a él hasta el extremo de sufrir una muerte semejante a la suya; en otras palabras, "tomar su cruz y seguirlo" (cf. Mc 8,34). Los dos hermanos aceptan la condición: "Sí, podemos". Cumplida la condición, habríamos esperado que Jesús se comprometiera a concederles lo que pedían. Pero, en realidad, los hermanos dieron garantía de algo que no podían cumplir con sus propias fuerzas. De hecho, cuando Jesús fue llevado a crucificar, los apóstoles se dispersaron y lo dejaron solo. Jesús lo sabía: "Miren que llega la hora en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado y me dejarán solo" (Jn 16,32). Lo que Jesús les promete es algo mucho mejor que la gloria terrena que ellos ambicionan; les concede poder unirse con él en su muerte: "La copa que yo voy a beber, ustedes sí la beberán y también serán bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado". Es una profecía de su martirio. Santiago fue el primero de los Doce que murió mártir. Lo hizo decapitar Herodes Agripa poco antes de la Pascua del año 44 d.C. (cf. Hech 12,2-3). No conocemos las circunstancias de la muerte de Juan.

Para que ellos pudieran dar ese testimonio fue necesario un don que Jesús llama "la Promesa del Padre". Lo anuncia poco antes de ascender al cielo: "Les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del Padre... Cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán fuerza y serán testigos (mártires) míos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra" (Hech 1,4.8). Si los apóstoles hubieran entendido a Jesús, habrían ambicionado eso. Fue eso lo que ambicionaron una vez que recibieron el Espíritu Santo, que les concedió la verdad completa sobre Cristo. Lo atestigua San Pablo: "Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo... y conocerlo a él, el poder de su resurrección y la comunión con él en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte" (Fil 3,8.10-11). Santiago y Juan no sabían aún lo que pedían. Lo que Jesús les concede es el don supremo.

Los otros diez apóstoles tampoco entienden, pues ambicionan eso mismo: "Los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan". Esto motivó una enseñanza de Jesús ya repetida: "El que quiera ser grande entre ustedes, será el servidor de ustedes, y el que quiera ser el primero entre ustedes, será el esclavo de todos". El servidor y el esclavo son los más bajos en la escala social. Pero a los ojos de Dios el que elige esa condición es el más grande y el primero. Dada la dificultad de entender esto, Jesús lo enseña con su propia vida: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos". ¿Cuál es el servicio que Jesús vino a darnos? Él ve a toda la humanidad sometida a la esclavitud del pecado que lleva a la muerte, completamente incapaz de liberarse por sí misma. Vino a pagar el rescate que nos da la libertad y la vida. Es el servicio supremo. Eso no podía conseguirlo de otra manera que entregando su propia vida: "El Hijo del hombre vino a servir y entregar la vida". Lo que nosotros debemos pedirle es poder unirnos a él en este servicio.

Obispo de Santa María de Los Ángeles