Nuestro ridículo espectáculo
Desde el eufemismo denominado "Independencia", y obviamente simplificando el devenir histórico, como nación, nos hemos desarrollado en el pasado bajo los dictámenes de unos papis de esa nación: bruscos, mandones, arbitrarios y castigadores. Entre ellos, algunos medianamente indulgentes, representando a una sociedad de disciplinas regida por el No, hasta que maduritos como hemos creído, hemos llegamos a la elección de una mami, representando, ahora a una sociedad de rendimientos regida por el Sí.
Esta mami consoladora y risueña que nos hizo ananay, ananay sobre las heridas que como sociedad manifestaban y aún manifiestan una gangrenosa purulencia, era hasta históricamente necesaria y luego, como segundas partes nunca fueron buenas, asistimos a la presencia de una mami de tan permisiva ya agotada de tanto ananay, con unos hijitos, incluyendo al legal, actuando como adolescentes superfluos y sublevados que adolecen de la mayoría de los valores que mantienen sólida a una sociedad.
Hijitos adolescentes, soberbios y desobedientes a su mami que hacen y deshacen a niveles gubernamentales, con sus peores prácticas inescrupulosas, etc., etc.: todo lo que vemos y escuchamos en todos los medios y también lo que no vemos ni escuchamos por convenientes ocultamientos.
Resultado, además; de que el inconsciente social ha pasado del deber, al poder, en el sentido que nuestra sociedad se siente capaz de poder realizar todo lo que se le frunza, es que nuestro derecho a pataleo se debate ante una nada en ese proceso de transición: sin lideres ni guías y sin el mínimo respeto a nosotros mismos: sus electores.
Así, nos sentimos a la deriva y como náufragos sin ninguna protección ante los nuevos poderosos y sus arbitrariedades; aunque continúen con el slogan: Las instituciones funcionan, entre el esgrima verbal que nos obnubila y nos desarraiga de lo verdaderamente importante.
Los hijitos han abandonado a su mami; ya están creciditos y han reforzado sus propias alas a la vista y paciencia de nuestra indiferencia, mientras han incubado el virus de la "angurria existencial" y actúan como los mejores representantes de la moderna sociedad del espectáculo.
¿Hasta dónde se puede estirar la cuerda, para que no se provoque un punto de inflexión, nuevamente, sin retorno?