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Niño símbolo

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No podíamos haber imaginado una metáfora más acertada respecto de nuestra historia reciente que la nueva caída del futbolista Arturo Vidal, perfecta en sus colores y en sus mínimos detalles. Un muchacho de extracción humilde, de una familia disfuncional, que se transforma en un deportista exitoso y millonario, que se compra un vehículo de lujo con el que protagoniza un accidente en estado de ebriedad, ¿no es acaso un reflejo de la irresponsabilidad y la soberbia con que actuamos los chilenos desde que hemos ido superando esa pobreza triste que antes nos caracterizaba?

De la metáfora pasamos a una hipérbole descomunal: muy pocos chilenos podrían acceder al tremendo caballo italiano que el jugador Vidal pagó al contado, y perdió en pocos días. Era una ostentación que provocaba algo de malestar entre quienes siguen anclados a la vera del desarrollo, porque todavía - pese a que hemos avanzado como sociedad - hay gente que junta las monedas para el pan de la tarde.

Los que sumamos ya cinco décadas en el cuerpo podemos recordar ese país menesteroso de antaño, cuando una pareja de recién casados debía comprar un catre firmando un paquete de letras de cambio, cuando había gente descalza en la calle y vestida con apenas un paletó viejo que le habría regalado un antiguo patrón. Eran los tiempos en que el chileno medio se asemejaba a Condorito.

Hoy, en cambio, el chileno medio se parece más a Pepe Cortisona con plata. A ellos, el juguete de Vidal todavía les queda lejos, pero no así una van o una camioneta de unos veinte millones de pesos que manejan por la ciudad con una prepotencia descarada, que estacionan en las veredas sin respetar a los peatones, y que no ocupan para otra cosa que no sea su ostentación de la riqueza.

Y más encima tenía que ser un auto rojo, de dos plazas apenas, diseñado para ser conducido en las carreteras de Mónaco o en la Costa Azul, y no en un país piñufla y agrandado en el que hay gente que todavía se muere esperando una hora de atención en los hospitales. Sí, cada cual es libre de gastar su fortuna en lo que desee, Vidal podrá destrozar cuantos automóviles pueda comprar con la plata de su bolsillo de perro, y justamente por eso lo veo como un niño símbolo de un país que progresa pero que - a la par - va renegando de sus orígenes, de las estrecheces de antaño, del brasero de invierno, de la modesta Citroneta con menos cilindrada que el cenicero del auto del seleccionado nacional.

De figura del fútbol, Vidal asume como figura literaria que nos representa a todos, incluso a los que aspiramos solamente a comprar una bicicleta.