Fracaso de súper poderes
Fue una serie inédita porque no era ficción sino realidad y que estremeció a Estados Unidos y al mundo entero. El choque de dos aviones de pasajeros contra las torres gemelas del World Trade Center en Nueva York, el impacto de otra nave en el Pentágono y la caída del vuelo 93 en Pensilvania, tuvo un aterrador resultado de 2.996 muertos, incluyendo 19 terroristas de Al Qaeda, y pérdidas estimadas en diez mil millones de dólares.
Aunque los servicios de inteligencia habían tenido algunos indicios sobre lo que podría ocurrir, reaccionaron tardíamente, igual que las más altas autoridades norteamericanas.
El desconcierto y la frustración explican la fulminante reacción de George W. Bush, quien impuso por decreto y mediante leyes aprobadas en el Congreso, un conjunto de medidas sin precedentes. Los norteamericanos cerraron filas y Bush -luego de un discurso ante el Congreso pleno- logró la inmediata aprobación del 90 por ciento de la opinión pública.
El paquete de medidas incluyó la Ley de Seguridad Doméstica y la USA Patriot Act, para "detectar y perseguir el terrorismo y otro delitos". Igualmente se creó la Agencia Nacional de Seguridad dotada de amplios poderes. Sin órdenes judiciales, la ANS quedó facultada para vigilar "mediante escuchas telefónicas y de correos electrónicos las conversaciones entre Estados Unidos y personas en el extranjero".
Desde el principio, grupos de Derechos Humanos hicieron ver sus aprensiones, sosteniendo que el resultado sería peor que los males que se quería evitar. Reiteraron esta visión después de la guerra del Golfo, mostrada inicialmente como un triunfo pero que hasta ahora no ha logrado imponer la paz en Irak. Lo mismo ocurrió en Afganistán, pese a que años después se dio muerte a Osama Bin-Laden. Tampoco hubo victoria en Libia. Ahora una entidad nueva que pretende revivir los antiguos califatos, el Estado Islámico, se ha convertido en un poder supranacional que controla amplios territorios en Irak, Siria y Libia.
El gran esfuerzo desplegado fundamentalmente (aunque no exclusivamente) por Estados Unidos después del 11 de septiembre de 2001 ha tenido resultados muy precarios. En Irak murieron 4.500 norteamericanos y poco menos de la mitad (2.150) en Afganistán, casi el triple en total de los muertos el 11 de septiembre.
Esta sensación de fracaso explica, sin duda, por qué el Congreso de Estados Unidos aprobó suavizar los súper poderes de la Agencia Nacional de Seguridad.
Es un paso positivo, pero claramente insuficiente. No compensa, por cierto, los sacrificios.
Las imágenes de botellas y latas de bebidas alcohólicas esparcidas en espacios públicos, especialmente después de fines de semana, se han terminado por convertir en un tema recurrente de denuncia vecinal, como de atención por parte de medios y autoridades. Parece muy lamentablemente, el reflejo de los estilos que hoy se dan junto con la diversión, problema que se hace mucho más preocupante cuando se trata de jóvenes y adolescentes.
El consumo de alcohol entre menores presenta aumentos preocupantes en los países que integran la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde), según informó la misma organización. El estudio, en general, muestra que entre 1992 y 2013, el uso de bebidas alcohólicas se redujo en un 2,5%, sin embargo, a partir del nuevo siglo y la década del año 2000, aumentó la proporción de menores de 15 años que beben hasta emborracharse. La pasada década presentó un incremento en la cantidad de menores que probaron bebidas alcohólicas. La mayor proporción correspondió a mujeres.
El alcohol junto al tabaco, son consideradas drogas que han ganado espacios importantes entre los jóvenes, en especial entre menores de edad, tal como lo muestran las estadísticas. El inicio en su consumo no sólo preocupa, sino que debería motivar a que la sociedad en general ponga especial atención a estos fenómenos.
Y es que a pesar de los impuestos en el caso del tabaco, por ejemplo, hoy sigue siendo frecuente observar a escolares fumando en espacios públicos. Y si se trata de la bebida, no sólo los espacios públicos evidencian el consumo irresponsable y la poca fiscalización, sino que también el comportamiento en grupo de jóvenes, cada vez de más corta edad, da cuenta de la participación que tiene el consumo de alcohol.
Se trata de una escalada que preocupa e inquieta a la sociedad en general. Y es que aún con mayores restricciones, el acceso de jóvenes y menores a las bebidas alcohólicas no disminuye.
No se trata sólo de una tarea del Estado, sino que de un problema que deben atender y en especial, anticipar las familias.