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Siempre quise ser de FIFA

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De entre las numerosas películas de mafiosos, recuerdo hoy una de las mejores: "Buenos muchachos", de Martin Scorsese, 1990. El personaje principal es un muchacho ingenuo, Henry, que admira a los mafiosos de su barrio: ellos no pagan impuestos, no tienen que formar ninguna cola para nada, se estacionan en cualquier lugar y la policía no les pasa un parte, tampoco necesitan trabajar sino sólo administrar unos negocios poco usuales. Qué envidia. Es ahí cuando Henry se despacha una frase inmortal en la historia del cine: "yo siempre quise ser de la mafia".

Ahora, a la luz de lo que al fin se va sabiendo en los tribunales de justicia, aunque sean de Estados Unidos, resulta muy válido parafrasear el parlamento de Henry: "yo siempre quise ser de la FIFA".

"El padrino", esa obra maestra que parodia el sueño americano, también nos sirve como referencia. Don Vito Corleone es un mafioso, penan muertes sobre sus manos, ha matado y ha ordenado matar. Ha comprado jueces, policías periodistas y políticos. Nada de eso es secreto, salvo que no se puede probar y, como no hay pruebas, no queda más que considerar a don Vito como un honesto empresario que importa aceite de oliva desde Sicilia.

Desde siempre hemos sabido que la FIFA es una organización criminal que ha aumentado su poder de influencias en la medida en que las leyes del mercado son asimiladas por más y más naciones. Corre el dinero tal como un balón en la cancha. De vez en cuando algún periodista serio denunciaba un chanchullo puntual: la adjudicación de una sede mundialista a través del soborno, el arreglo de partidos para favorecer a los equipos grandes o el desmedido salario que reciben los más altos jerarcas de "la cosa nostra". Muy bien, no nos escandalizábamos porque - aunque haya sido por intuición - sabíamos que era así. Sin embargo, ocurría lo de siempre: nada, no se les movía un pelo a esos bacalaos.

Y no es que ahora tenga muchas esperanzas de que los jueces puedan desbaratar esta pandilla criminal, o que se acabará el flujo de platas sucias por debajo de la mesa. Pero he celebrado con una botella de gran reserva que al menos esta vez los viejos han sido humillados: encarcelados y con sus fotografías del tipo prontuario en todos los periódicos del mundo. Algo es algo.

Vuelvo a ese muchacho que admiraba los privilegios de los mafiosos de segunda categoría en su barrio, y cómo se deslumbraba por los fajos de billetes como si fuesen servilletas de papel. Cualquiera se encandila, cualquiera desearía ser uno de ellos para apoderarse de un pedazo jugoso de las riquezas de la tierra. Oh, FIFA maldita.