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Vínculos afectivos para prevenir el consumo abusivo de alcohol

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El consumo perjudicial de alcohol e incluso la adicción a esta sustancia representan en la actualidad una pandemia social, en especial en la adolescencia. Hoy nadie duda que este consumo abusivo tiene un carácter dinámico y multideterminado, que requiere de una confluencia de factores biológicos, psicológicos y socioculturales para comprenderlo mejor, de forma de permitir el desarrollo efectivo de políticas tanto públicas como privadas para prevenir y educar a la población, en particular durante la edad de escolarización.

Los aspectos evolutivos del desarrollo adolescente proveen en general un buen marco de referencia para iniciar un análisis de lo que ocurre con los jóvenes en nuestro país.

Visto así, podemos señalar que muchas de las crisis normativas, es decir, propias de la adolescencia, implican una profunda transformación de sus estructuras psíquicas y de la inserción social de este nuevo sujeto en la sociedad.

Esta transformación personal se manifiesta dentro de cuatro áreas centrales: la identidad, el cuerpo y sus funciones vitales como sueño y sexualidad, los procesos de vinculación, especialmente con las relaciones de amor y con la autoridad paterna, además del manejo y regulación de los impulsos.

En cada una de estas áreas encontramos razones suficientes para comprender cómo un consumo de características exploratorias, con un ánimo muy recreativo, tiene posibilidades de transformarse en algo perjudicial e incluso adictivo. Uno de los factores comunes que más relevancia tiene entre estas áreas y sus respectivas crisis, es el estado de ánimo, en especial el depresivo. El consumo de alcohol puede hacer olvidar sensaciones molestas en el cuerpo e incluso elimina pensamientos capaces de generar altos niveles de angustia. De esta forma, experiencias vitales de inhibición social, sentimientos de vacío, pasividad, aislamiento, son reemplazados por esta prótesis social, para permitir euforia, estimulación, inclusión y valoración grupal y desinhibir los impulsos, entre otras.

Así, se pueden despertar en los adolescentes fantasías de grandiosidad y estados de éxtasis, que tienen un potente efecto antidepresivo y antiansiógeno, cumpliendo en definitiva una función de pacificación y aquietamiento narcótico. Es posible pensar, entonces, que muchos adolescentes y jóvenes consuman de forma perjudicial alcohol como una forma de medicarse, de anestesiarse, de evitar muchos de los miedos y dudas, que marcan nuestra convivencia.

Muchos de estos sujetos-jóvenes son lanzados muy rápido al mundo por sus familias, siendo el principal efecto una vida con mucha angustia y vacío psicológico.

Por esto el desafío contemporáneo es pensar tanto en colegio, universidades e incluso en las propias familias, qué es aquello suficientemente bueno para brindar a la experiencia de cambio una oportunidad donde cada joven se pueda sostener sobre ambos pies, sin la necesidad de recurrir a estas formas poco saludables de construir la vida social y personal.

Se requiere de vínculos que puedan educar, en primer lugar sobre las emociones y su potente efecto sobre el bienestar subjetivo. En segundo lugar, la posibilidad de tener relaciones sociales con el mundo adulto en que se puedan provocar intercambios intergeneracionales y tener la disponibilidad para comprender el mundo juvenil. Y, en tercer lugar, desarrollar el interés por el cuidado de la propia integridad como también por el bienestar del otro.