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Sábados gigantes

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Si me lo hubiese preguntado su señoría, yo también habría echado a patadas a varios de los ministros del gabinete. A Arenas, por ejemplo, por su soberbia y mesianismo con sus iluminadas reformas. A Peñailillo, porque le quedó grande el cargo y por las boletas que no puede explicar. A Elizalde, por su habilidad de responder cada pregunta con una negación y una mirada al infinito. Claro, a nadie le habría interesado mi opinión. Sin embargo, pese a las metafóricas patadas ofrecidas, creo en la dignidad del cargo, y que en democracia nadie puede vulnerar. Incluida la Presidenta.

El show tipo "Sábados gigantes" que presenciamos esta semana es el más bochornoso incidente desde el regreso a la democracia en 1990. Aun cuando la Presidenta haya dicho que una hora antes había pedido la renuncia de sus ministros - por teléfono- no puede anunciarlo en un set de televisión que es lo más alejado de la solemnidad que ello necesita. Además se vio como apurada, improvisando, urgida por contarle la papita caliente a su entrevistador para ver si así recuperaba dos puntos en las encuestas.

Eso que alguna vez se llamó "el relato" del gobierno, ahora está funcionando como la mona: como nunca antes, las comunicaciones de La Moneda se manejan con silencios, evasivas y parches colocados cuando la herida ya se ha gangrenado, como fue el caso del señor Dávalos. ¿Habrá habido antes un plan, un consejo de sus numerosos asesores, o de sus amigas playeras del Caburga? ¿O se le ocurrió ahí, en el aire?

Como haya sido, fue grave. Tanto que al rato tuvieron que desalambrar el entuerto - "el error involuntario", como diría la Ena - porque se dieron cuenta de que no era buena idea empujarle la silla al canciller, justo cuando otra vez nos están fregando la pita los vecinos de frontera. Y aquí es donde vuelve Elizalde a decirnos que no hay problemas, que evitemos las suspicacias, que todo está bien, sí, señor, sí, señor.

Los hechos concretos de corrupción generalizada, los que se pueden comprobar y los que permanecerán como un cahuín, son los que tienen a este gobierno trastabillando e intentando apuntalarse a la diabla. Cierto. Pero también hay una culpa grande del equipo de comunicaciones, bacalaos todos que parecen cabros chicos jugando con un diario mural en la escuela. Y quizás ni habrán sentido vergüenza por los cientos de bromas tipo "meme" que se han publicado en las redes sociales y que hasta la prensa formal ha recogido.

Siempre he querido saber si en su fuero interior alguno de estos asesores, quizás de noche antes de dormir, dirá para sí: parece que esta vez metimos las patas.