El mensaje presidencial
Ya que se ha puesto de moda la palabra, podemos observar dos "aristas" en el discurso de la señora presidenta de esta semana. Es un gran avance la idea de regular el costo, el financiamiento y el límite de las campañas eleccionarias, cualesquiera que sean. Han sido meses en que nos hemos enterados de que la plata sucia y oscura de los privados ha moldeado el accionar político y la representación parlamentaria, parafraseando el viejo dicho: no son todos los que recibieron plata ni están todo los que no recibieron plata.
Disculpe que me repita, pero en cada proceso eleccionario he señalado lo mismo: cómo es posible que elijamos a ese alcalde o a ese diputado que nos ensucia las calles con su propaganda, que ordena rayar muros y colgar pancartas en postes eléctricos o frente a los semáforos. Y que más encima no responda por los daños. Y siempre a destiempo, antes de que la ley - esa pobre ley que tenemos - autorice a colocar un afiche con la fea e ignominiosa foto del candidato. Recuerde el truco de que si el cartel no dice "Vote por", no se considera proselitismo sino simplemente algo así como un saludo a la ciudadanía.
¿Se acabará este vicio con el nuevo proyecto de ley presidencial? Me temo que dudo. Las boletas y facturas chanchas nos han demostrado que algo olía mal allá arriba en los asientos del poder, y uno se encoleriza. Pero fíjese que la suciedad de las calles en época eleccionaria, esa inconsciencia de rayar y romper todo en pos de un puesto como si el fin justificara la porquería, era un reflejo diáfano de lo que ocurría en el lado oculto de la política: el sobre con plata, el conserje de la sede partidista emitiendo una boleta, la prima del hermano del tío del candidato que había efectuado una valiosa asesoría a la gran empresa que estaba comprando al país.
Bien, ojalá todo cambie, o se transparente.
Pero la parte final del discurso de la presidenta apuntó al lado contrario: al distractor, a la vaguedad, a la cosita simpática frente al público que, ya sabemos, se llama demagogia y populismo. ¿Cómo va a ser posible escribir una nueva Constitución conversando entre amigos, en los clubes deportivos, en las iglesias de barrio?
La actual Constitución fue heredada de la dictadura militar, y no me agrada. Sin embargo, se requiere templanza y frialdad para embarcarse en un proyecto que es casi como volver a fundar el país, y no la habilidad de acomodarse al momento, cambiar el tema de conversación en la prensa y lanzar un voladero de luces: tendremos una nueva carta fundamental para ver si así el perraje se olvida de los chanchullos, de los imbunches, de las boletas y de las caras sonrojadas de vergüenza de los sospechosos de siempre.