Adiós a la tina
Señoras y señores, estoy involucrado en un proyecto muy secreto que sólo puedo contarles a vuestras mercedes si prometen mantener la reserva: voy a eliminar la tina de mi baño. La estadística es implacable: anualmente muere más gente en el baño que, por ejemplo, en un lugar que uno creería más inseguro, como la cocina y sus gases y quemadores.
En una madrugada de junio de 2014 desperté con la necesidad urgente de orinar. Todavía medio somnoliento y con los ojos cerrados, me puse las chalas de Condorito, caminé un par de pasos, enredé la chala izquierda en un cable que va del televisor a mis audífonos y caí como un viejo roble aserrado en su base. Estrellé con extrema violencia mi sien contra el canto del lavamanos, el corte fue profundo. Perdí sangre por montones, estuve desmayado en el suelo y me di por perdido. Cuando abrí los ojos pude comunicarme con mi amiga Isabel, ella vino enseguida, me llevaron de urgencia a la clínica. Se veía el hueso blanco del cráneo. Me cosieron dos veces, por dentro y por fuera de la carne. Me enviaron para la casa con la amenaza de que esto podría convertirse en una septicemia, y estuve cuatro días muerto de miedo antes de que me cambiasen el parche.
Por el afán de construir baños cada vez más asépticos, más higiénicos, se han revestido suelos y paredes de cerámicas y mármoles que en los vértices son filosos como cuchillas. Y resbalosos. No nos extrañe que, por esa condición, intenten vendernos tantos accesorios que evitan el resbalo mortal, y de poco sirven.
Con sus bordes curvos y una superficie lustrosa, la tina es la primigenia trampa para osos instalada en nuestra casa. Como tal, o sea, tina para darnos un baño de tina junto a la amada y una botella de vino tinto, la utilidad es ínfima. Quizás una vez cada dos años.
A medida que la dimensión de los baños se reduce para poder calzarlos en departamentos ínfimos, como el mío actual, el juego de salir vivo de ahí es más difícil. Si te escoras a babor en la ducha, lo más probable es que te enredes en la cortina, de la cual no puedes agarrarte, y estrelles tu cabeza en el lavamanos. Oh, malditas cortinas, la de adentro y la de afuera de la ducha. Si tuviésemos buenos legisladores, que no es el caso, ya las habrían prohibido.
Así llegamos al piso de cerámica, a las chalas de Condorito de nuevo, al agua que pasó por encima o debajo de las cortinas, al jabón que anda dando vueltas, al fulano que se cubre con una toalla para secarse el pelo y extravía su navegación inercial. Porrazo, como en un cuento de Cortázar. Ya me ocurrió una vez, así que aprovecho de preguntar quién puede venir a extraerme la tina del baño, a un módico precio.