Llora Venezuela
Otra vez la situación de Venezuela sirve como un barómetro para saber cómo andamos por casa, una especie de prueba de conocimientos generales acerca de la democracia y la libertad. Y, más que nada, la honestidad e inteligencia.
La visita de familiares de presos políticos venezolanos esta semana permitió una vez más medir la calidad del discurso de ciertos prohombres de la política. Mientras Mitzi Capriles y Lilian Tintor fueron recibidas por varios ex mandatarios, fue imposible concertar una cita con la presidenta Bachelet.
De seguro doña Michelle se habrá enredado en compromisos políticos debido a su alto cargo, y en esa idea vaga de la no intervención en asuntos internos de otro país. Reprobable, pero en cierto modo comprensible. Ella no recordará cuánto clamábamos durante la dictadura para que gobiernos extranjeros nos ayudasen, nos tendiesen una manito con una firme y abierta condena a las violaciones a los derechos humanos que ocurrían en Chile, sin importar que se metieran en nuestros asuntos.
Esos presos políticos son exactamente iguales a los presos políticos que hubo acá, salvo que algunos ciegos no son capaces de reconocerlo. Les pesa más la ideología que el sentido común. Por ejemplo, el senador Navarro - Navarrito, para los amigos -, que se dio mil vueltas para no responder la pregunta simple de por qué se había opuesto a la iniciativa del Congreso para solicitar que la señora presidenta pida también la liberación de aquellos venezolanos. Alejandro no recuerda los tiempos en que la pasó mal, cuando fue un valeroso dirigente estudiantil que luchaba contra una dictadura cruel que conculcaba las libertades individuales. Al parecer, de acuerdo a sus declaraciones, hay dictaduras y dictaduras. No es lo mismo.
No vale el argumento de que el presidente Maduro fue elegido democráticamente, porque ahora no se comporta como un demócrata y ni siquiera tiene el carisma de su antecesor, que tampoco comulgaba con la democracia y el derecho a la disidencia. En Venezuela, el que levanta la mano se va preso acusado de esos cargos ambiguos que pueden significar lo que se les ocurra: sedición, intento de golpe de Estado, actitud negativa ante el glorioso proceso revolucionario bolivariano, y etc.
Aquí apelamos a la fábula de la paja en el ojo ajeno: aquel sector de la izquierda que se niega como un burro a admitir las realidades que no le convienen a su historiografía, a sentirse depositaria única de la causa de los derechos humanos pero sólo desde su perspectiva infalible. Si en un país existen presos sin juicio ni condena, además personalidades públicas, me tinca que algo debe estar funcionando mal, tal como ocurrió en Chile.
Qué pena que el senador Navarro ya se haya olvidado de esa etapa de su vida.