Salida gastronómica
Siempre fui un bohemio.Joven, flaco y tímido, conocí la noche y me enamoré de ella.
Leí a los poetas malditos y me extasié con los versos de un muchacho de rostro triste y nostálgico, hijo de un conductor de trenes: Neftalí Reyes Basoalto.
Con Fernando Díaz Palma, mi director durante tres décadas, creamos una máxima: La vida comienza a medianoche.
Escuché con el corazón estremecido la zamba argentina que proclama: 'Porque al vino no lo vence ni la muerte'.
Una amada de ojos verdes me instó a beber el blanco durante muchos años.
Poco tiempo después de que ingresaran a Chile las memorias clandestinas de Pablo Neruda, escribí un reportaje sobre La Piojera, un emblemático bar mapochino. Lo titulé con una paráfrasis: Confieso que he bebido. El poeta llamó a su obra 'Confieso que he vivido'. Fue un juego de palabras, entre copas.Alta copa anunciaba Andrés Sabella, coloquial poeta antofagastino.
Monarca de la conversación, dibujante, columnista y novelista, bebimos juntos en tertulias nocherniegas.Recorrí bares de Santiago y escribí multitud de crónicas en servilletas de papel.
Viajé por restaurantes y gocé con la gastronomía criolla.
Fiel lector de Pantagruel, articulista de las picadas y condumios, acepté sus recetas.
Hoy llevo cuatro años de abstinencia alcohólica.El desacierto médico que me dejó con mis piernas paralizadas y mis manos atrofiadas, me alejó categóricamente de la bohemia.
Luego una grave neumonía impulsó a un doctor a asustarme: 'Usted nunca volverá a comer por boca'.Después del paso de meses por clínicas, las fonoaudiólogas Érica Ortega y Camila Díaz me alentaron poco a poco para recuperar mi normalidad para comer.
Costó mucho tiempo.Empecé con hielo y agua; después papillas; más tarde yogurt y jaleas.
Ahora como de todo, auxiliado por ellas y un guante que estira los dedos de mi mano derecha y me ayuda a asir una cuchara con la que como normalmente.
La sutil Camila Díaz me sugirió que yo saliera a compartir una cena con amigos para retornar a los hábitos de comidas.
La nutrióloga apoyó la sugerencia y la doctora me estímulo para que bebiera una copa de vino.En mi silla de ruedas salí al restaurante 'Los Tres Continentes' apoyado por Karen Farías, técnica, en enfermería, y Soledad, mi hija y fiel colaboradora.
Me reuní con periodistas, una sicóloga, tres diagramadores y un compañero de colegio desde la infancia: Evaristo Cortez.
Los otros nombres los tengo en la felicidad de mi corazón y caben en una buena copa, pero no en el espacio restringido de una columna.
Comí un sabroso y gran salmón cubierto con queso y con verduras salteadas.Bebí, por fin… un largo trago de maracuyá.
No me atreví a tomar el vino tinto.Ya no soy un bohemio.