Memorias del Chile pobre
Siendo de origen mapuche, no hay palabra que defina más la condición de chilenos en los últimos ochenta años, o quizás en un siglo entero. El piñén es una mugre que se va a adosando al cuerpo gracias a la falta de un aseo simple y diario, y en conjunto con la grasa natural que expelemos. Se crea así una cera.
De este modo lo define el Diccionario del Uso del Español en Chile: 'Suciedad adherida al cuerpo'. Luego, cuando el hombre se ha dejado estar en las abluciones, es muy difícil de quitarlo. Ya no es tan simple como un baño con agua y jabón, como los conocemos hoy. Se requería de una refriega con escobilla de lavar ropa, tanto que provocaba laceraciones en la piel. El piñén por lo general se acumulaba detrás de las orejas, en el cuello - como un vergonzoso medallón - y en las rodillas hasta los pies.
Con el paso de las décadas - y allegándose la mayoría de los chilenos a las ciudades - el piñén fue un símbolo de estigma clasista y racial: era esa gente que no se bañaba. Surgió el calificativo de 'piñiñento' para referirse a una persona, adulto o niño, de baja clase social, 'de poca calidad o importancia', como versa el diccionario antes citado.
En los años sesenta un 'piñiñento' era lo peor de la condición humana. Por lo demás, nos hemos olvidado de que se trataba de un tiempo en que no había acceso tan fácil a un vestuario básico. La gente más pobre caminaba descalza por las calles de la ciudad, ataviada con algún viejo y andrajoso paletó - tal vez regalado por un ex un patrón - y quizás un sombrero venido a menos transformado en una campana y que anticipaba el uso del gorro, o gorra, tan comunes hoy.
Ese era el Chile pobre del que hoy nos hemos olvidado, porque nos conviene: gente sin zapatos, los pies cubiertos de piñén hasta más arriba de las rodillas y con una nula conciencia del aseo corporal. Por lo demás, imposible. Seguramente personas que vivían en la precariedad de los campamentos, o debajo de los puentes, o en los bancos de la plaza. Gañanes que - como sostiene el historiador Gabriel Salazar - eran el triste residuo de la sociedad que iba dejando gente a la vera de la historia: '¡La única verdad permanente de nuestras vidas fue que sobrábamos!'
Es probable que todavía haya gente con piñén, tal como hay gente que vive en la calle, aunque ya más bien por una opción de vida. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX el piñén era muy común: los profesores de escuelitas públicas solían mandar para la casa a muchachitos sucios porque se les notaba en el cuello de la camisa.
Hoy, atorados con los pataches de mariscos y pescados del viernes santo, pocos recordamos la época del piñén.