Autoatentado urbano
Nuestro Biobío es un territorio seductor, paisaje habitado y a la vez deshabitado, con una belleza indomable. Somos testigos de tormentas, truenos y relámpagos, lluvia fría, vientos huracanados, granizo y lluvia tropical, todo en una noche. Conocemos los extremos en solo un día, por lo que el penquista tiene a la mano, en cualquier temporada, chaquetas, paraguas y gorros. Como ejemplo, se recuerda el tornado que pasó por la Plaza de la Independencia en 1934 y que arrancó 30 grandes tilos y 12 árboles menores dejando prácticamente vacío el centro de la ciudad.
Contamos además con terrenos saturados de agua y napas subterráneas, que emanan entre la trama urbana, desbordando y/o recuperando su cauce ya saturado por una grilla urbana que se acerca arriesgadamente a los cuerpos de agua como lagunas, ríos y al borde mar. Es un territorio expuesto a riesgos naturales y antrópicos como inundaciones en zonas urbanas bajas y de borde, o deslizamientos de terreno en pendientes y quebradas debido al material arcilloso y su falta de sustentación.
El fuerte viento del verano y el cambio de temperaturas, más la irresponsabilidad y/o delincuencia, someten a atentados incendiarios al territorio, donde son arrasados tanto especies originarias como robles, cipreses, álamos, sauces, avellanos, acacios, notros y araucarias, como plantaciones introducidas de eucaliptus y pino.
Este último mes, vimos con espanto incendios que arrasaron con zonas rurales y forestales desde Collipulli, pasando por Cañete, Curanilahue, Lota, Coronel, Santa Juana, Chiguayante, hasta llegar al Cerro Caracol, a solo 4 cuadras de la plaza. Si bien conocemos las hectáreas consumidas y daños en viviendas, aún no hay compresión del daño ecológico, la destrucción del hábitat de miles de árboles, arbustos, animales silvestres y aves.
Las catástrofes naturales son parte de nuestra identidad, y hay ciudadanos que tienen un interés genuino por cuidar y recuperar el paisaje. Así, tenemos iniciativas de renovación y puesta en valor de áreas verdes como el Parque Ecuador, Parque Costanera, Laguna Las Tres Pascualas, Redonda y Lo Galindo, Reserva Nonguén, Parque Pedro del Río Zañartu, entre otras.
Por ello, parece inaudito que la necesidad de equilibrio entre el hombre y su entorno, vital para el bienestar del ser humano, haya quedado solo en el discurso tras el autoatentado impresentable, a la manera de un fusilamiento, en el Hospital Regional donde con sierras y grúas y sin misericordia talaron 16 álamos de más de 40 años de edad, a vista y paciencia de la ciudadanía, indolente frente a un hecho que en otros países se castiga con años de cárcel.
Mientras los países desarrollados caminan a transformar sus paisajes urbanos en verdaderos paraísos, nosotros transformamos el paraíso en un desierto.