Más allá de la formación
Bastante se ha debatido sobre la condición en que los alumnos llegan a la Educación Superior. Condición que no varía significativamente entre una universidad y otra, pues -salvo excepciones dadas por instituciones que concentran a estudiantes con mayor mérito académico que provienen por lo general de establecimientos de elite- la mayoría de las casas de estudios reciben a jóvenes que, debemos reconocerlo, presentan falencias en su formación inicial. Una realidad conocida que exige una reforma profunda que efectivamente ponga el énfasis en la calidad de la educación.
Asumir esta situación e implementar mecanismos para subsanar esos vacíos es una responsabilidad que deben enfrentar las instituciones educacionales. Para lograrlo con éxito es fundamental contar con respaldo público para financiar programas remediales efectivos. Establecer cursos de nivelación en las materias en que los índices de reprobación son altos es uno de los tantos caminos que ayudarán a resolver esta situación y a evitar los complejos casos de deserción.
No obstante, ese esfuerzo no es suficiente si pretendemos otorgar una educación universitaria realmente de calidad y que provea al país de profesionales involucrados con su medio. Los planteles de educación superior deben preocuparse de otorgar a sus alumnos una formación integral que llene los vacíos que haya dejado la tan cuestionada enseñanza básica y media.
Además de impartir una formación disciplinar de incuestionable calidad, es necesario ofrecer materias que, aunque se suponen sabidas por cualquier joven egresado de la enseñanza media, no son dominadas por el grueso de los alumnos. Bien lo sabemos quienes nos hemos desempeñado por años en instituciones de educación superior, donde hemos constatado las falencias que arrastran nuestros alumnos y que los perjudican en su futuro desarrollo laboral en un ambiente cada día más competitivo y exigente.
Reforzar habilidades tan básicas como comprensión de lectura y expresión oral y escrita resulta fundamental para mejorar el desempeño general de los alumnos, pero también para transformarlos en personas capaces de adaptarse a un mundo laboral cambiante que les exigirá competencias más allá del dominio de una disciplina determinada.
Asimismo, necesitamos educar a profesionales con una formación general sólida, que extienda su conocimiento a temas no propios de la profesión, pero que hoy resultan indispensables para entender la sociedad en que vivimos, como ciencias políticas, economía, historia y otras.
El desafío es complejo y para afrontarlo se requiere no sólo el trabajo de los directivos y académicos, sino el entusiasmo y el compromiso de los propios jóvenes.