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Matías Correa y su falta de colaboración en "Autoayuda"

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Si la modernidad literaria estuvo marcada por ciertas sutilezas de autores que buscaron en las formas temporales, psicologías y desarrollo de espacios, incluso en el vacío; la actualidad pareciera estar marcada por la fragmentación y los cruces narrativos. Ambos son aspectos de lo que algunos autores llamaron postmodernidad durante los primeros años 70 (del siglo pasado).

Luego, el paisaje de los 90 puso en el papel relatos que se internaron en los vacíos urbanos de personajes -generalmente jóvenes- que parecían subsistir y desarrollarse como los primeros hijos en tiempos yuppies y de próxima liquidez. Se hicieron notar firmas como las de Bret Easton Ellis, Jay McInerney o Ian McEwan desde Inglaterra.

Ellos, entre una serie de autores en un medio, que también comenzó a darle espacio a gente como Richard Ford o valorizar los cuentos de Raymond Carver. Van a emerger Chuck Palahniuk, lo primero de David Foster Wallace o Zadie Smith. Todos nombres que constituyen hoy un referente al que luego se unieron autores como Haruki Murakami.

EN NUESTRO PAÍS

De alguna manera son éstos, y muchos más, quienes ayudaron a construir el ambiente de lo que Sergio Gómez y Alberto Fuguet bautizaron como "McOndo", en los mismos años 90. Autores criados frente a la televisión y el cine, pero no necesariamente con la literatura bajo el brazo.

No todos, y a la vez diferentes, en nuestro país comenzó a gestarse una nueva generación integrada actualmente por escritores nacidos a partir de los 80 y primeros 90. Hijos de la democracia, ambientes solitarios, un boom económico entendido como un mal exitismo y ausencias filiales importantes. En este ambiente, surge la generación Google. Escritores que buscan resultados rápidos, a través de clicks que se entienden como experiencias virtuales y no vitales. Han leído, pero les falta, aunque hicieron de un Borges o Cortázar excusas para un postgrado universitario. Ese rango de naturaleza académica que pareciera exigir la sociedad actual.

Es parte de la época y que se nota en textos como los de Diego Zúñiga ("Camanchaca", originalmente aparecida en 2009, Calabaza del Diablo) o el autor que ahora nos convoca: Matías Correa.

Nacido en 1982, y con dos novelas publicadas -"Geografía de lo inútil", 2011, y "Autoayuda", 2014-, Correa se muestra como un "condenado" a convertirse en el autor de moda durante el año en curso.

Inflado por una prensa (virtual y tradicional) sin mayor bagaje, que jura que fuera de Santiago no existen otras lecturas, publicado por un sello independiente -como Chancacazo hay varias editoriales dando vueltas en el mercado- y relatando instantes más que pasajes; Correa es hijo de su época. Del siglo XXI.

Escribe, es cool, lo comparan con Fuguet, éste mismo presenta "Autoayuda". Le dicen que es bueno.

Da la impresión que todo está listo. Boca en boca, apariciones por aquí y por allá, a partir de preguntas autoreferentes o encuentros para anotar su buena escritura y listo: es un nuevo boom en Chile.

¿QUÉ PASA?

Internarse en "Autoayuda" es hacerlo por un relato de acción/reacción, pero que comete la falta de no provocar muchas cosas en el lector. Contrario a esa lectura donde no todo debe estar señalado o explícito -un tema de montaje-, Correa se conforma con la descripción de momentos "ambientados en el estrato abc1".

Dos personajes, Mena y Genaro Scott, al modo de un Michel Houellebecq; se van a terminar de "sacar las plumas" en un clima de pesadilla que no alcanza a tomar forma en las 196 páginas de esta novela. A su favor, se lee rápido, gracias a una cierta agilidad narrativa. En contra, la construcción dramática carece de profundidad.

Ojo, no se trata de exigirle a los personajes un acabado perfil psicológico -a la manera de Trollope o Henry James- sino simplemente un vuelo. Allí donde el contexto/ambiente contenga las situaciones que va armando la historia.

La relación de ambos, la ausencia de la mujer de Mena, o detalles de la decoración del departamento del vecino se quedan en eso, en un decorado, una anécdota. Bastaría con leer un par de cuentos de Carver, para entender cómo se construye una historia capaz de volarte la cabeza con mínimos elementos y grandes consecuencias.

Correa escribe para el presente, en el marco de una generación que trata de proyectar vacíos y miedos, pero que no muestra referentes en materia literaria. El tema no es escribir bien, sino publicar lo que corresponde a su debido tiempo y no por un contrato que obliga a entregar material en los próximos meses.