Aquí está la verdad y la luz
tito matamala
Es difícil que alguien medianamente cuerdo e informado se haya extrañado con la baja en las encuestas del gobierno, que conocimos esta semana. Y no es que estemos ante una caída a las profundidades del infierno, tampoco que haya una ingobernabilidad sin vuelta, o sin más vuelta que otra corrida de cohetes entrando por las ventanas de La Moneda. Sin embargo, hay algo que evidentemente no está funcionando bien, y se traduce en la soberbia, el desorden y la ambición que se ha apoderado de la coalición en el poder.
¿En qué momento a estos patudos se les ocurrió que habían sido votados para venir y refundar el país, partiendo desde cero? Harta retroexcavadora, hartas reformas y . Ni que fueran Pedro de Valdivia trazando las calles de Santiago, o Bernardo O'Higgins cruzando Los Andes con su ejército. Se creyeron el cuento, con el mismo nivel de raciocinio que un cabro chico protestando en una de las tantas miles de marchas por la ciudad.
La retroexcavadora, símbolo de la chanchada y la estupidez a escala mayor, les ha cobrado la cuenta. Además, en una Nueva Mayoría cuyos miembros apenas se aguantan, y que no es posible mantener cohesionada ni con alquitrán caliente. Pero se juntaron a la fuerza para triunfar en las urnas, casi contando voto a voto, sin que haya la más mínima afinidad entre varios de los partidos que componen la coalición.
Lo peor vino de un programa de gobierno que se armó al clamor de las trifulcas callejeras, como si ahí, entre pancartas y cánticos, se reflexionara seriamente sobre el futuro del país. No obstante, resultaba popular, o más bien populista. Como que todos quedaban contentos porque al fin eran escuchados, y venía un gobierno buena onda que aplicaría - retroexcavadora a la mano - las más anheladas demandas sociales. Las llamadas reformas se enarbolan como un mantra, una cuestión de fe de la que no se puede renegar.
La reforma es la verdad y la luz. ¡Aleluya! Podemos conversar del tema, siempre que estés de acuerdo con nosotros.
Y con los resultados de las encuestas disponibles, la declaración que más se repitió es algo así como que la culpa es de las fallas en el Metro, o que estamos comunicando mal nuestras propuestas. Nadie se detuvo a pensar que tal vez el problema es más complejo, que dichas propuestas sean un poco erradas, un poco mesiánicas, un poco infantiles. Es decir, ningún mea culpa, ni una cosquillita de pudor ahora que dejaron de ser mayoría refundacional y no son más que un montón de partidos políticos desordenados como pichanga de barrio, pero más porfiados que una recua.
Las llamadas reformas se enarbolan como un mantra, una cuestión de fe de la que no se puede renegar. La reforma es la verdad y