Secciones

Perfil de los peatones

E-mail Compartir

La Comisión Nacional de Seguridad de Tránsito (Conaset) y el Ministerio de Transportes dieron a conocer hace algunos días los resultados de un estudio sobre el perfil del peatón chileno, que lo ubica como el peor a nivel de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde).

Los atropellos con consecuencias fatales se han transformado en una de las principales causas de muerte en el tránsito. El año pasado, los accidentes viales cobraron la vida de 1.623 personas, de los cuales casi un 40% corresponde a personas que fallecieron atropelladas. Sólo en Fiestas Patrias murieron en el país 35 víctimas de accidentes en calles y rutas, de las cuales el 60% eran peatones.

Es por eso que a nivel nacional, el Ministerio de Transportes a través de la misma Conaset realiza la campaña 'Todos somos peatones', que busca crear conciencia respecto a la responsabilidad que tienen los transeúntes en la reducción de los accidentes en los que ellos mismos son las víctimas.

Y es que sólo un 10% de los accidentes de tránsito fatales para los peatones, tuvo como causa la irresponsabilidad de los conductores. Un 12% de los fallecidos corresponde a personas que caminaban después de haber ingerido alcohol. Y un 64% de quienes perdieron la vida atropellados, murieron debido a imprudencias propias.

Este último grupo, en el que se registraron muertes por la falta de prudencia y cuidado, es el de mayor proporción dentro de las fatalidades y es aquel al que principalmente va la campaña que busca a la ciudadanía tomar una nueva cultura al enfrentar su conducta vial.

La campaña se ha concentrado en comunicar que todos en algún momento somos peatones, siempre. Y siendo así, se debe tener en cuenta cruzar sólo por los lugares habilitados y correspondientes; poner atención al escenario vial, conducta hoy cada vez menos frecuentes, por el uso de reproductores de música o celulares; y tratar siempre de hacer que los conductores nos vean, en especial de noche.

Se trata de recomendaciones que parecen lógicas, pero los hechos y las cifras muestran que, siendo medidas casi de sentido común, no son 'comunes' entre los peatones. Es algo que debe comenzar a cambiar, porque al final, todos somos peatones.

¿Dónde estás?

tito matamala

E-mail Compartir

Lo leí en una vieja crónica del semiólogo y novelista Umberto Eco, por la época en que recién nos metían el teléfono celular como un engendro perverso, del que ya no podríamos desligarnos jamás. El autor de 'El nombre de la rosa' decía que había un grupo específico que se vería muy afectado con la nueva tecnología: los hombres y mujeres casados que tienen amantes, o sea, sucursales. En esos años se agregaba además el componente económico: debían ser personas de poder adquisitivo medio o alto. Hoy, en cambio, cualquier pelagatos se ufana de poseer un cel.

Veamos. Para que el infiel llevase una doble vida y pudiese escapar con su 'número 2' en las horas de almuerzo a un hotel de tránsito, o un fin de semana largo a Buenos Aires, debía permanecer desconectado, imposible de ubicar. Se inventaría una comida ineludible con los gerentes, un congreso de capacitación por tres días en las termas de Chillán, como sea, con la condición de que nadie persiguiese su huella. El celular, entonces, vino a dificultarles la vida y les redujo considerablemente el rango de las estrategias distractoras: no tenía cobertura, mi amor, estaba en la ducha, mi amor.

Y conste que en esos primeros aparatos, cuando se inició la debacle, ni siquiera podías saber quién te llamaba. Tampoco era posible ver si te habían cortado adrede.

Mucho antes, rogábamos por una comunicación instantánea, por el teléfono del almacenero de la esquina, por la respuesta a una carta de amor escrita a mano, quizás enviada en una botella a través del océano. O que nos resultase el despacho de un telegrama de palabras cortadas. Stop.

Claro, poseo en mi cel esa aplicación que por estos días ha causado noticia: WhatsApp. Me ha sido de utilidad para comunicarme de manera gratuita con amigos que viajan al extranjero, o aquí, en el radio urbano, para preguntar primero si puedo llamar y no interrumpir el sueño u otra actividad privada e íntima que es preferible no mencionar. Ahora se supo que podemos saber si el receptor leyó el mensaje, y que podríamos entrar en ira, o en celos, si no recibimos una contestación inmediata.

Es decir, la añoranza de comunicación se ha vuelto en nuestra contra como una estaca. Ya no queremos estar tan a la mano, siempre presentes y raudos a informar de nuestra situación y del lugar en que hemos caído o nos escondemos. Por ejemplo, la siesta. Por ejemplo, un motel.

El cromañón no tenía teléfono celular, ni uno fijo en la cueva. Así que no se hallaba disponible para su jefe o su esposa en la madrugada. De hecho, apenas podía comunicarse en vivo con otros primitivos porque recién se estaba inventando el lenguaje. Quizás habrá sido más feliz que usted hoy.