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De la salud financiera a la salud social

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Fenómenos contrastantes son los que ofrecen las informaciones de la prensa nacional en los últimos días. Mientras las páginas políticas y económicas se llenan de pánico hablando de 'frenazo, estancamiento y desaceleración'; también nos informan, desde el mundo ejecutivo, de condenas e investigaciones por operaciones financieras irregulares.

La reacción social para estos dos tipos de informaciones es, a decirlo menos, digna de analizar.

Si las cifras de crecimiento no cumplen las expectativas, inmediatamente pareciera que todos somos culpables, que lo estamos haciendo peor que antes, que es momento de ajustarse el cinturón y que cualquier noticia negativa es 'un signo de la desaceleración'. En tanto, cuando reputados hombres de negocios solo reciben multas por operaciones ilegales se escucha decir que 'la cárcel es para los pobres'.

Siguiendo con el repaso informativo, casi colada pasó una información entregada por un destacado matutino la semana pasada: 'la tasa de suicidios casi se ha triplicado en dos décadas'. Se investigó la relación entre latitud y estados depresivos, comprobándose que las probabilidades aumentan a quienes vivan en el sur y que los hombres están más expuestos por dos factores: miedo a la soledad y vergüenza a reconocerlo.

¿Cuánta culpa tiene de esto un sistema que condiciona nuestro bienestar social a aspectos materiales y que, cada vez que tambalean nuestras circunstancias socioeconómicas, nos genera a nivel psicológico una contagiosa pandemia de incertidumbre, inseguridad y miedo?

Borja Vilaseca, periodista catalán y experto en responsabilidad personal, afirma que nuestra sociedad padece una enfermedad llamada 'infelicidad'. 'Está compuesta por un sistema monetario que arrastra una deuda perpetua e insostenible, unas empresas codiciosas e ineficientes y unos seres humanos desconectados e infelices, cuya existencia carece de propósito y significado'.

En un entorno en el que parecieran valorarnos más como empleados, clientes y consumidores que como seres humanos, es absurdo creer que nuestra 'salud social' depende de las cifras de crecimiento. ¡Cuántas veces hemos repetido que 'el dinero no hace la felicidad'!

Otro reconocido refrán dice 'cuánto tienes, cuánto vales'. Precisamente ese tipo de valoraciones son las que nos hacen engrosar las estadísticas más tristes que podemos recibir, el aumento de personas frustradas que atentan con sus vidas.

Energía eléctrica y el tranvía

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Con motivo del descubrimiento de los rieles que usó el antiguo tranvía de Concepción, entre los años 1908 y 1940, se ha señalado que este medio de locomoción empezó a funcionar con la llegada de la electricidad a nuestra ciudad.

En el ánimo de contribuir al mejor conocimiento de nuestra historia local, deseo precisar que la electricidad llegó a Concepción en el año 1887, con la fundación por mi bisabuelo - don Herbert C. Stevenson -, de la 'Cía. de Luz Eléctrica Edison de Concepción', que reemplazó a la antigua iluminación a gas por la moderna electricidad, proveyendo de esta energía a las principales casas y establecimientos públicos, entre las que destaca el edificio de la Intendencia.

Un notable registro de lo anterior se produjo durante la revolución de 1891, cuando el Intendente del Presidente Balmaceda, Salvador Sanfuentes, pensó que un apagón accidental durante una ceremonia era un atentado político y ordenó detener a los empleados de la compañía, llegando además la policía a la casa del propio Stevenson, en calle Comercio, frente al convento de los Franciscanos, para detenerlo.

Dispuesta su libertad por el Intendente, quien se disculpó por el exceso de celo, el empresario se preocupó personalmente por el estado de sus empleados, hasta que fueron también liberados, presentando además un relamo internacional que originó una indemnización por parte del Estado.

La 'Cía. de Luz Eléctrica Edison de Concepción', más tarde 'Swanston y Stevenson', fue transferida en 1902 a la 'Cia. de Luz Eléctrica de Concepción', la que a su vez fue comprada en la década de 1920 por la actual 'Cía. Gral. de Electricidad Industrial S.A.', continuadora de las anteriores.

Historia y provincias

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Confirmando aquello que en la Historia, cuando concurren nuevos antecedentes y visiones objetivas, siempre aparecen conocimientos y enfoques que se evidencian en fundadas novedades, el historiador y abogado penquista Armando Cartes Montory ha entregado a la cultura histórica una nueva obra de su autoría, que ha titulado con acierto 'Un Gobierno de los Pueblos. Relaciones Interprovinciales en la Independencia de Chile'.

Dicha obra es la tesis con cuya defensa obtuvo recientemente el grado de Doctor en Derecho por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, cuya editorial ha publicado este libro.

Con sólidos fundamentos y motivadora amenidad, y a partir de lo que denomina 'Viejos problemas. Nuevas miradas', ha escrito sobre la emancipación y la primera organización del Estado de Chile, desarrollando tales temas desde el punto de vista de la real representación y de la importante participación de las provincias (en sentido amplio), en aquellos procesos históricos.

El reconocimiento de tales condiciones, de representación e importancia provincial, se ha ido desvaneciendo a través de los tiempos, atribuyéndose a la capital Santiago casi todo el crédito de lo ocurrido. Obviamente que tal estimación pertenece a uno de 'los mitos' de nuestra historia. Con razón el autor consigna, al tratar de los primeros tiempos, 'que los ideales revolucionarios surgen con fuerza política y claridad ideológica en los clanes patriotas del sur, en alianza con los grupos santiaguinos'.

Por cierto que, sobre tan precisa base, el desarrollo de los temas estudiados por el profesor Armando Cartes lo conduce a discrepar de una visión puramente 'centralista', en que Concepción, la Frontera, Valdivia, Coquimbo y Chiloé aparecen con roles e importancias muy menores. Lo cual no fue así.

Por el contrario, y entre tantos hechos, el rol precursor de Juan Martínez de Rozas; el inicial militar del coronel Rafael de la Sotta, que en palabras del historiador de Concepción Fernando Campos Harriet dispuso disparar, en las playas de Huachipato, 'los primeros tiros de la Independencia'; y, por cierto, el rol consolidador del luego Director Supremo Bernardo O'Higgins, todos pertenecientes a la antigua metrópoli del sur, bastarían por sí solos para acreditar tal importancia.

Peso político y militar que fue seguido por la revolución de 1829, que posibilitó 'la organización de la República', y por los gobiernos decenales de los Presidente José Joaquín Prieto y Manuel Bulnes, hechos y gobiernos que encarnaron la importancia política de Concepción hasta el término de la primera mitad del siglo XIX.

Armando Cartes Montory, en su nutrida obra (además de 415 páginas) abarca, con precisión, muchos otros aspectos sustanciales. Porque contiene tesis novedosas dignas de análisis, que rescatan con fundamento la presencia de pueblos y personas olvidadas. Y porque plantea, con visión de pasado y también de futuro, enfoques diferentes sobre cómo pudo haber sido la Independencia y la República.

El reconocido académico aporta, entonces, una visión que es concordante con la vivacidad que es propia de la historia.

Una luz de esperanza

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Nadie duda que Chile necesita un cambio profundo en la educación. La mayoría sin embargo, espera cambios orientados hacia la calidad. Casi todas las señales que ha dado el ministro Eyzaguirre hasta el momento, apuntan en otra dirección. Creemos que tiene sus razones, pero estamos confundidos.

Una reciente señal, nos da cierta esperanza. El dictamen de Contraloría que prohíbe a los IP dictar carreras de pedagogía, a nuestro juicio apunta en la dirección correcta: la docencia del siglo XXI es una profesión en extremo compleja y su importancia debe ser reconocida. Estamos hablando de formar profesionales que moldean la sociedad del futuro. Si queremos prestigiar al docente, si queremos atraer a los mejores, si queremos 'calidad' dentro del aula, debemos ser rigurosos y lo mínimo que podemos exigir es que los profesores sean profesionales universitarios.

Primero, porque la profesión ha cambiado drásticamente: hoy la formación docente, va más allá de su disciplina, debe incorporar temas como la neurociencia, las ciencias de la complejidad, la teoría de sistemas, el desarrollo de la personalidad, las habilidades socio-emocionales, la biología cultural, la negociación y resolución pacífica de conflictos, el trabajo en equipo, internet y redes sociales, la biomímesis, la globalización y la sustentabilidad, entre otras materias. Todas, disciplinas que sólo se estudian a fondo en universidades complejas.

Además, porque la oferta de programas de pedagogía ha crecido indiscriminadamente y es razonable limitarla: la formación inicial docente de 'tiza y pizarrón' propia del siglo pasado, es barata y genera ingresos atractivos, transformándose en un incentivo perverso para algunas instituciones.

El título de profesor debe garantizar una formación acorde con la enorme complejidad de la tarea a desarrollar y el futuro profesor debe conocer los avances de la ciencia y tecnología, empaparse del capital académico de una universidad y relacionarse con la elite intelectual del país.

La señal también afecta a las universidades. Deberán modernizar y perfeccionar sus programas y comprometerse con la calidad, porque sólo las que formen profesores de excelencia se acreditarán y mantendrán sus facultades de educación.

El hecho de que tengamos un indicio que apunta hacia la calidad, nos da una luz de esperanza: si el proyecto de carrera docente también se orienta a ella, podríamos transformar a nuestros profesores en verdaderos maestros para nuestros hijos.

Ojalá sigamos hablando de calidad.