¿Cómo lograr una sociedad inclusiva si como padres pensamos que, al pagar una mensualidad en el colegio de nuestro hijo, le estamos dando educación de calidad y una exclusividad mal entendida? Una exclusividad que no hace más que impedir que un niño o joven vulnerable se siente junto a él a aprender que ambos son la expresión más pura y clara de la inclusión.
Tal como lo dijo el pensador Jean J. Rousseau, hace un par de siglos, 'el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe'
En virtud de este pensamiento, a veces, resulta positivo preguntarse por qué el resentimiento y el descontento se apoderan negativamente de la conducta de muchos de nuestros jóvenes. Aunque parezca de Perogrullo, todos sabemos que su comportamiento es producto de una sociedad que los discrimina y desatiende sus necesidades más fundamentales, incluso rotulándolos de antisociales, encapuchados o subversivos, que representan un peligro para la sociedad.
Ciertamente, esta clase de epítetos refleja una limitada comprensión del problema y una actitud evasiva que tranquiliza nuestra consciencia para eximirnos de la solución real al problema, olvidando que todos somos parte de esa sociedad que contribuye a reproducir un modelo de desigualdad.
La actitud sumadora y comprensiva de las diferencias en todas sus expresiones no se logra por leyes o decretos, sino con ejemplos y demostraciones concretas de tolerancia y aceptación del otro.
Ni los gobiernos, ni las políticas educativas, tienen la fuerza para decretar la importancia de construir una sociedad justa y equitativa, sino la propia actitud y la convicción de que la educación es un derecho inalienable de la persona, independiente de su condición.
Entonces, la escuela no puede seguir siendo un espacio que seleccione por el origen sociocultural o procedencia, que siga fomentado la errada creencia de que existen personas de primera, de segunda y hasta de tercera categoría. Aquello es un horror.
La escuela debe transformarse en un espacio para ejercitar la inclusión y para disminuir las brechas que nos separan. Debe propiciar el contacto con el otro a través del diálogo y el trabajo colaborativo, al alero de un proyecto de país donde todos tengan las mismas oportunidades.
Mireya Ramos,