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Sal & azúcar

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Luego de un arduo trabajo, la plata que recibimos a fin de mes se llama salario. Qué nombre tan curioso. Ocurre que hace unos 2000 años a los trabajadores de la más baja categoría - o sea, a todos - no se les pagaba con monedas bonitas, con cheques o con granos de trigo, sino con sal. De ahí viene la palabra salario.

Era un tiempo ignoto en que todavía no existían los médicos para advertir a los hombres que la sal no es buena, sino que es mala, que el corazón peligra con el salero en la mesa. Malditos agoreros.

Y por eso un grupo de diligentes parlamentarios ha inventado eso de la 'ley salero', una macana tan absurda que es imposible de traducir a palabras. Estamos en un restaurante, pedimos una parrillada para dos, comen tres, y alguno de esos tres comensales cree que los chunchules se encuentran un poco desabridos, y desea un salero a la mano. Pero no hay, porque la autoridad política - cual gran hermano enemigo del colesterol marxista - lo ha prohibido a rajatabla.

En tales circunstancias, ¿dónde conseguir urgentemente un salero? La alternativa es llevar uno en el bolsillo de manera permanente y para todo evento. Nos da las espaldas el camarero y bañamos en sal el congrio a la plancha que nos parecía anodino, sin sabor. O ni siquiera salero, sino algo de sal suelta en el bolsillo monedero de la chaqueta, como quien bendice la mesa. Cada prohibición lleva su trampa inmediata: en el estacionamiento del restaurante habrá un que se tapará la boca para decirnos que tiene sal para vender, de la buena, pura, de Cauquenes.

¿Y qué viene después? ¿Una policía de la sal? Algo así como la PDS, escuadrones entrenados para detectar el tráfico soterrado: la viejecita que compró un kilo de sal Lobos y que a la semana después compró otro kilo. Las cifras del consumo no le calzan, pues vive sola, de seguro la anciana vende papelillos de sal en su población. Que se vaya presa, hay que atacar el microtráfico porque mina la base de la sociedad.

Se necesitará presupuesto extra para entrenar perros que puedan detectar la sal en la entrada de los comederos y restaurantes. De hecho, la venta de sal deberá ser controlada; cada local de comida tendrá derecho a una cuota de sal, de acuerdo a un estimado de sus ventas, y con un interventor permanente que vigile a los cocineros.

No sabemos si el proyecto contempla restricciones en la venta de sal al público, pero sin duda ello ocurrirá en una segunda etapa.

¿Y el azúcar? De seguro ya se estará elaborando un proyecto de ley para prohibir todos los azucareros en las cafeterías del país.

Vamos bien, señor, vamos bien.