Secciones

El mismo cielo

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En ese libro singularísimo que es El Cementerio de Praga, el semiólogo Umberto Eco define a un jesuita como 'un masón con sotana'. Tamaña descripción me dejó entre divertida y perpleja porque reconocí la ironía del escritor italiano, cuyo libro (una mezcla entre novela histórica y thriller) provocó la molestia de El Vaticano y la Francmasonería el año de su publicación, el 2010.

Desde pequeña, escuché hablar que los masones eran personas sectarias, oscuras, ávidas de poder y de influencia, enemigas de la Iglesia Católica. Heredera de la fe de mis mayores, el catolicismo, me 'sumé' entusiasta a la campaña y desde siempre miré con sospecha y recelo a quien calladamente señalaban como un masón y al que yo le observaba una cierta aura diabólica. Recordar esto me provoca risa ahora, pero cuando se es pequeña, es algo serio. La educación y la vida me fueron abriendo la mente. Tuve (y tengo) buenos amigos masones. Por si fuera poco estudié en una Universidad, la de Concepción, desde siempre ligada a la masonería.

Dicho y explicado todo lo anterior, igualmente cuando entro a una logia masónica y lo he hecho varias veces por razones personales y profesionales, sigo sintiendo un leve cosquilleo en el estómago, una cierta inquietud y esa sensación curiosa que ingreso en lo prohibido. En esto sigue colaborando el cine y la literatura, donde abundan logias tenebrosas, personajes y complicidades extrañas en torno a los masones y su simbología, usos y costumbres, desde tiempos inmemoriales. El Cementerio de Praga- precisamente- es un buen ejemplo, lo mismo que el expuesto Código da Vinci, entre miles de textos, y algunas series policiales actuales del cable.

Hace pocos días fui a despedir a uno de mis profesores de Periodismo, Enrique Echeverría Barrera a la logia penquista. La ceremonia del adiós me pareció -como siempre- hermosa, reflexiva, plena de espiritualidad y cierta poética. La reivindicación de la amistad y el trato fraterno es en los tiempos que corren un tesoro a guardar. He sido invitada en ocasiones -como otros asistentes- a lanzar pétalos de flores sobre la urna de quien parte a decorar el oriente eterno que es en definitiva-quiero creer-el mismo cielo de los católicos. Esa es una apertura notable que no imaginaba, menos que existieran logias mixtas, donde una de mis mejores amigas cada cierto tiempo nos interesa con sus trabajos sobre distintos temas de reflexión. Esa incitación al saber es importante y la integración de las mujeres más destacable aún.

Por cierto perdida la inocencia, sé que no hay grupos humanos con larga historia sin ambiciones y fines determinados y en este caso frente a las críticas más repetidas hacia los masones que son las de poder e influencia, pues no son ni más ni menos que las mismas que le calzan a otras instituciones importantes, ciertos movimientos de la propia Iglesia Católica, los partidos políticos y tantas otras que sería largo enumerar. Es la condición humana. ¿O no?

Máquinas de juegos

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En el artículo de opinión publicado el 30 de julio de 2014, el gerente de la Asociación de Casinos, Rodrigo Guíñez, realiza afirmaciones falaces que no se condicen con la realidad técnica, social y económica existente en la industria del juego. Específicamente, quiero hacerme cargo de dos de sus afirmaciones.

Echando mano al manoseado argumento de las externalidades negativas, emite opiniones subjetivas que no tienen sustento, al asociar 'delincuencia e inseguridad en cientos de barrios…' al funcionamiento de salas con máquinas.

No existen en Chile ni en el extranjero estudios que establezcan una relación vinculante entre los locales con tragamonedas de calle y delincuencia. Más aún, cuando el ex subsecretario de Prevención del Delito realizó afirmaciones del mismo tenor, fue requerido para que entregara los antecedentes que avalaban dichos juicios. Por ley de acceso a la información, envío documentos genéricos que en ningún caso pueden considerarse como respaldo de dichas afirmaciones.

Pareciera que el señor Guíñez se limita a repetir lo que alguna vez leyó del ex subsecretario, sin preocuparse de validar afirmaciones temerarias y carentes de sustento. Otra afirmación falaz es calificar a las máquinas de premio programado como máquinas de azar, omitiendo que corresponden a las máquinas de Clase B, de la legislación española, que funcionan con un software de ciclos programados de juego. Al tener ciclos programados de premios, por lógica no son de azar, ya que éste no puede programarse.

Tampoco se comprende que un profesional vinculado a la industria del juego desde 2005, desconozca las diferencias técnicas entre las máquinas de azar de los casinos (clase C en la legislación española) y las máquinas recreativas de premio programado (Clase B). Las máquinas de casinos para que sean de azar tienen en su interior un generador de números aleatorios que provoca que el resultado de cada apuesta sea completamente azaroso. En cambio, en las máquinas de premio programado, como lo indica su nombre, está programado el ciclo de juego, es decir, tienen predeterminado el premio asociado a cada combinación del ciclo.

Si se pretende tener una discusión seria, debe realizarse con argumentos fundados y sin ajustar la realidad a intereses particulares. Traería mayor beneficio para Chile buscar entre todos los involucrados un consenso que aclare y regule el juego para todos los chilenos. Para ello, serviría un análisis de legislaciones comparadas.

Ciertamente que el juego, como el consumo de alcohol o el fumar tabaco, son hábitos personales de adultos que conllevan riesgos que deben ser prevenidos. La experiencia internacional ha demostrado que prohíbir sólo aumenta la ilegalidad, el clandestinaje y la inseguridad. Por ello, para este tipo de riesgos sociales siempre ha resultado más eficaz regular que prohibir, como son los casos de la Ley de Alcoholes y la Ley del Tabaco.

De allí, la conveniencia de regular para lograr un marco jurídico justo que permita a la industria proyectarse con normalidad hacia el futuro, tal como señaló el editorial del diario El Sur, que generó los comentarios del señor Guíñez.

¿Qué debemos los chilenos a la nación mapuche?

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El derecho de propiedad sobre los territorios al sur del Bío Bío que los mapuches consideran de su propiedad, es una rareza argumental.

El Parlamento General de Negrete de 1803, entre los Indios de Chile (sic) representados por doscientos treinta y nueve Caciques de los cuatro Butalmapus que habitaban la tierra desde el Río Bío Bío al sur y desde el mar a la cordillera, y la Corona Española representada por el Brigadier de los Reales Ejércitos, Pedro Quijada, se encuentra vigente en el compendio de tratados de España y forma parte de su legajo al ingresar a las Naciones Unidas.

En éste, los mapuches reconocen y confiesan por su Rey y Señor Natural a Carlos IV y a Fernando, Príncipe de Asturias. Juran por obligación de buenos vasallos concurrir personalmente a la defensa de estos dominios de S.M. Los aborígenes también piden que los hijos de los Indios principales, se eduquen cristianamente en el Seminario que S.M. costea en la ciudad de Chillán, de lo que se infiere que estos se discriminan por linajes entre sí.

En ese Parlamento, la Corona reconoce como nación a estos butalmapus y, estos, que ocupan los dominios de S.M., como vasallos.

Los mapuches fueron enemigos de los patriotas. Fieles vasallos de la Corona, los combatieron durante la Guerra de la Independencia. Incumplieron el Parlamento de Tapihue de enero de 1825. Las fuerzas mapuches y voluntarios pehuenches dieron protección a Vicente Benavides y colaboraron con los hermanos Pincheira durante la denominada Guerra a Muerte. Durante la Revolución de 1851, se alzaron en armas en contra del Gobierno. En 1859, se alinearon en las montoneras liberales al final del segundo período del presidente Manuel Montt. Su hostilidad en contra de la naciente República de Chile los llevó a elegir Regente al francés Orélie Antoine de Tounens quien creó el Reino de la Araucanía y la Patagonia en 1861. En 1880 se unieron y lanzaron una cruenta insurrección, abriendo un flanco artero a las operaciones bélicas chilenas durante la Guerra del Pacífico.

Terminado ese conflicto, es a partir de 1883 que los mapuches, vasallos y súbditos de estos dominios de S.M., fueron concentrados en reducciones. Estos terrenos eran considerados una concesión del Estado chileno para el uso comunal, bajo la figura de títulos de merced. El Estado de Chile nunca declaró la guerra a estos butalmapus. Lo hizo contra España. Estos cuatro butalmapus fueron víctimas de la pérdida de estos dominios de S.M., y de su política de hostilidad a los chilenos.

Pero fue la Corona quien abandonó a sus súbditos y durante 200 años nada ha hecho para protegerlos. España y Chile estuvieron en guerra desde 1864 a 1865 y los peninsulares tuvieron una poderosa escuadra frente a las costas de Chile en ese período. Ni aún así acudió en ayuda de su aliado, la nación mapuche.