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Jóvenes comprometidos

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Quienes tenemos la tremenda misión de formar a los futuros profesionales del país debemos exigirnos dos desafíos. El primero, la obligación de entregar todos los conocimientos necesarios para que nuestros estudiantes se desarrollen en el campo laboral eligieron, con la mayor cantidad de herramientas teóricas y prácticas. Esto se traduce en entregar al país profesionales que contribuirán de manera importante al desarrollo productivo de cada nación.

Para ello, es fundamental impartir carreras donde la exigencia y la calidad sean una constante a lo largo de todo el proceso formativo del estudiante.

Medir lo anterior no resulta difícil, existen diferentes herramientas que lo permiten y así podemos determinar si este proceso es exitoso o no: Ingreso per cápita, PIB, etc. son sólo algunas de ellas.

Un segundo desafío, dice relación con la calidad de persona que cada institución de educación superior aporta al país, y la preocupación que ella demuestra por los demás. En palabras del Papa Juan Pablo II, 'La determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, el bien de todos y cada uno para que todos seamos responsables de todos'.

Hoy, no sólo basta con formar profesionales de excelencia. Los retos que enfrenta nuestro país nos exigen tratar de formar personas que busquen constantemente hacer el bien 'al otro'.

Este último desafío es quizás más difícil que el primero, y exige dedicación, preocupación y es mucho más difícil de medir que el primero. No siempre se logra en las salas de clases. Es importante generar nuevas instancias para despertar la preocupación por el bien de nuestro país.

Por eso, me llena de satisfacción ver como miles de jóvenes destinan partes de sus vacaciones a actividades como trabajos voluntarios y misiones, porque es quizás en ellas donde se desarrolla en su máxima expresión el proceso necesario para formar grandes personas.

Hace tan sólo unas semanas recorrí la Región del Bío Bío para visitar a más de 400 alumnos de nuestra Universidad en diferentes voluntariados. Con ellos, no sólo pude compartir las distintas actividades que estaban desarrollando, construcción de viviendas en Cobquecura; atenciones médicas y profesionales en Los Álamos; reparación de capilla y misiones en Portezuelo. Pude experimentar la satisfacción de todos quienes formamos parte del proceso de desarrollo de una persona, al ver en ellos que ayudar a quien más lo necesita, no sólo es parte del deber, sino que también de la felicidad.

Tras la generación dorada

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Durante unos 15 años, el tenis chileno vivió la llamada época dorada. Fue especialmente entre 1995 y 2010 cuando este deporte en nuestro país no sólo le entregó satisfacciones a la población -aun a quienes no estaban precisamente conectados con esta disciplina- sino que llevó a lo más alto del escalafón internacional a la bandera tricolor, incluyendo la doble medalla de oro conseguida por Nicolás Massú, y la presea de bronce de Fernando González en los Juegos Olímpicos de Atenas en 2004.

Fueron los tiempos en los que el tenis acaparaba pantallas y programa, conseguía auspicios, convocaba transmisiones internacionales, ocupaba espacios en pantalla y reunía a los chilenos y chilenos en torno a un sueño antes comparable sólo a lo que ofrecía la Selección Chilena de Fútbol.

Hoy, el fin de la época dorada del tenis se nota demasiado en la actividad. El retiro de las últimas figuras recientes, como Fernando González y Nicolás Massú, después del adiós prematuro de Marcelo Ríos por lesión, terminaron siendo un golpe natural para esta actividad en el país.

A esto, se suma lo anunciado por el presidente de la Federación de Tenis de Chile, José Hinzpeter, quien dio a conocer el cansancio que existe en el organismo y en los ex tenistas de élite, por el escaso apoyo que este deporte recibe de parte del Estado. El dirigente reconoció que se necesitan 300 millones de pesos anuales, durante cuatro años, como base para comenzar a trabajar en la esperada generación de recambio, esa que hoy emerge apenas, nuevamente por esfuerzos individuales.

La disciplina en Chile merece más, merece retribuciones a esfuerzos individuales y familiares. Massú recordó que esta generación dorada entregó al país un número uno, medallas olímpicas y un bicampeonato mundial en Düsseldorf. El Estado aún tiene la oportunidad de ofrecer a niños, la posibilidad de proyectarse y soñar como algún día lo hizo la recordada generación de oro del tenis chileno.

Pensar lo contrario, simplemente nos limita a lo que puedan hacer algunos talentos individuales.