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Femicidios

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Desde que se promulgó la ley 20.480, sobre femicidio, el número de estos atentados contra mujeres dentro de la familia ha disminuido, pero aún es significativo. La violencia intrafamiliar es una manifestación inhumana del abuso de poder del hombre sobre la mujer, llevando a su anulación y en ocasiones al asesinato.

En Chile, el 35,7% de las mujeres reconoce haber sufrido violencia durante su vida, lo que ha atentado su dignidad y en muchos casos ha destruido la familia.

En la Región del Bío Bío, las cifras son preocupantes, porque 5 de los 23 casos de femicidios que se han registrado en el país durante el primer semestre ocurrieron en esta zona. El año 2013, fueron 3 homicidios dentro de la familia que tuvo la Región.

Es cierto que este delito ha ido disminuyendo en forma paulatina en el país, pero eso no debe llamar a conformación. Se recordará que en 2009 se registraron 55 de estos delitos en Chile, para bajar a 49 el 2010, a 40 el 2011, a 34 el 2012, y para aumentar a 40 el 2013. En la Región, la cifra de 2009 fue de 12 casos, con 8 femicidios en los años 2010 y 2011, para caer a 4 el 2012 y 3 el 2013.

En una sociedad con rasgos machistas como la nuestra, la mayor participación de la mujer en la sociedad y su incorporación cada vez creciente al mundo del trabajo, genera en ocasiones focos de conflicto al interior de la familia, en especial cuando el marido fue formado según los cánones de un arraigado machismo. También es probable que influya un incremento desmedido en la cultura de la violencia o el repunte de los niveles de alcoholismo y de drogadicción que hacen perder todos los valores. Paralelamente, el machismo ha sido traspasado por generaciones y se contrapone a la idea de que tanto hombres como mujeres tienen igualdad de condiciones, y que deben ser capaces de complementarse para lograr juntos grandes proyectos.

Hoy en día es imposible negar el aumento de participación y opinión de la mujer en muchos aspectos de su vida que antes les eran negados o eran considerados asuntos de hombres. Si bien en otros países latinoamericanos las cifras de estos homicidios de género son superiores a los de Chile, ello no debe llamar a conformidad. Más que las cifras, lo que importa es que esta situación debe superarse con la colaboración de todos y debe partir desde la formación de los niños, acerca del respeto a la mujer.

Una idea caballa

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La historia narrada hace unos días en una crónica televisiva dice más o menos así: El millonario ecologista Douglas Tompkins entregó en enero al gobierno de Michelle Bachelet la Hacienda de Yendegaia, ubicada en Tierra del Fuego.

Sin embargo, la Fundación Yendegaia -que en su nombre administraba la propiedad- le habría otorgado en julio de 2013 autorización legal a Miguel Serka por cuatro años para la 'cacería y el retiro de los animales bravíos'.

El argumento del contrato sería que hay caballos salvajes que dañan el ecosistema. Sin embargo, ello es desmentido por el criador de equinos local Andrés Cox, quien afirma que la estancia tiene pasturas suficientes para esos animales.

Pero Cox va más allá, planteando que la fundación nunca invirtió un peso en el manejo sustentable del lugar y que, para colmo, los caballos son capturados a través de ballestas con dardos, redes pescadoras y perros, resultando muchos de ellos cruentamente heridos y fracturados.

El tema hizo que el ministro de Bienes Nacionales, Víctor Osorio, interrumpiera el papeleo de la permuta de tierras hasta aclarar la situación. Todo ello mientras la nota televisiva se compartía una y otra vez en las redes sociales, dando lugar al grupo 'Salvemos a los caballos de Tierra del Fuego', en Facebook.

Así se dan varias paradojas: Primero, el animalismo se enfrenta al ecologismo. Segundo, la imagen de Tompkins pasa de salvador de la Patagonia a promotor de un deporte criminal (como el rey Juan Carlos I, por más que un tardío comunicado de la fundación diga lo contrario). Tercero, el gobierno se vuelve a ver enredado con este gringo esencialista que, de tanto en tanto, deja entrever su excluyente North Face.

Muchas interrogantes surgen de este singular episodio. ¿No es acaso una entidad gubernamental calificada, como el SAG, la que debe dictaminar si los caballos salvajes patagónicos son una plaga (como ocurrió con el castor), en lugar de Tompkins, Serka, Cox o los 'verdes de boutique' que pinchan 'me gusta' para no quedar mal?

Si se aplicara el purismo conservacionista, habría que eliminar la ganadería ovina llevada a Magallanes por los ingleses de las Islas Falklands a fines del siglo XIX, que ciertamente cambió los parajes de la zona.

De paso, habría que recurrir a la clonación para traer de vuelta a los onas, extintos a balazos por cazar ovejas británicas. Aunque, para ser francos, éstos también fueron extranjeros llegados por el Estrecho de Bering... y suma y sigue.

En fin, para ideas caballas, respuestas acaballadas. Total, la naturaleza es sabia: nada se destruye, todo se transforma.